Pietro Citati
ALEJANDRO MAGNO
Barcelona, 2015, Gatopardo.
“Quizá ningún otro hombre llegó a integrar en sí mismo tantas personalidades distintas, dispuestas en torno a un centro que, hoy en día, continúa escapándosenos. Fue multiforme, múltiple, un manojo imprevisible de contradicciones que no nos parece que pueda pertenecer a la estirpe de los poderosos, sino a la de los escritores grandes —Shakespeare y Balzac— que llevan en sus seno a todas las criaturas, las cosas posible e imposibles, las ciudades reales e imaginarias. Puesto que no era uno, sino muchos, podía comprender cualquier situación y aceptarla con la mayor flexibilidad o disimulo. Si debía conducir las tropas al asedio de una ciudad, era Aquiles; Hércules, si debía dar ejemplo de templanza; Dioniso cuando atravesaba la India; y Ciro cuando dirigía las filas de un imperio universal. Alternaba el entusiasmo y la frialdad, la temeridad y la prudencia, la velocidad y la lentitud, el desenfreno y la moderación, la crueldad y la compasión, la arrogancia y la benevolencia, el impulso hacia el infinito y la atención por los más pequeños detalles.” (pp. 15-16)
“Entre la representación que cada uno de nosotros se hace de un acontecimiento cualquiera y el acontecimiento real, entre nuestros sueños y la realidad, y, sobre todo, entre la imagen que un poderoso se forma de sus propias empresas y las empresas mismas, se abre a menudo un abismo insondable. La expedición de Alejandro a la India no guardó ningún parecido con el viaje tranquilo y triunfal de Dioniso, ni las armas fueron sustituidas por hojas de hiedra, coronas de flores y cántaros de vino. En aquellos años, Alejandro fundó una ciudad tras otra (…) Selló pactos de alianza con el rey Taxiles y el rey Poros, y continuó con la política que había aplicado en Asia Menor y en Persia. Sin embargo, otros testimonios no dicen lo mismo. Ciudades tomadas por asalto, poblaciones masacradas, brahmanes ajusticiados, represiones, pactos incumplidos... parecen revelarnos, detrás de la benévola máscara del vencedor de Darío, el rostro del conquistador más feroz. Para nosotros, el motivo de este cambio de actitud no queda claro: ignoramos si Alejandro ya no comprendía a sus enemigos, si el ejército escapaba a su control o si, por el contrario, él mismo ya no era capaz de controlar su propia ira destructiva.” (pp. 53-54)