Antonio Colinas
LA SIMIENTE ENTERRADA: un viaje a China (I)
Madrid, 2008, Siruela.
“Se le recuerda también a Mao sentado en una escalera de la biblioteca devorando libros y más libros, preferentemente los de los poetas clásicos chinos y persas. Devorador de libros como Lenin, que se llevaba los libros de las bibliotecas en cestos al campo. Ellos entraron en las lecturas, pero ¿las lecturas entraron en ellos? Suele resonar mucho en las biografías de los grandes dirigentes la música eterna de los versos, pero podía más en ellos aquella otra música -irrefrenable- del instinto atávico que desea «cambiar» el mundo al precio que sea: el afán de proyectar la psique sobre los otros, más allá del lógico y loable afán de justicia que persiguen los seres humanos.” (p. 30)
“A unos pocos metros de las grandes avenidas con rascacielos, un viejo jardinero recoge en su arcaico carromato, con su escobón hecho de matojos, las hojas caídas. Como en el siglo pasado, o como hace muchos siglos. Y, viéndolo, recuerdo haber leído en algún viejo texto que, a veces, los chinos, por simples razones estéticas, gustaban de no recoger del todo las hojas de sus árboles: las dejaban un tiempo sobre el suelo o las escalinatas como simple expresión de lo bello que moría.” (p. 43)
LA SIMIENTE ENTERRADA: un viaje a China (I)
Madrid, 2008, Siruela.
“Se le recuerda también a Mao sentado en una escalera de la biblioteca devorando libros y más libros, preferentemente los de los poetas clásicos chinos y persas. Devorador de libros como Lenin, que se llevaba los libros de las bibliotecas en cestos al campo. Ellos entraron en las lecturas, pero ¿las lecturas entraron en ellos? Suele resonar mucho en las biografías de los grandes dirigentes la música eterna de los versos, pero podía más en ellos aquella otra música -irrefrenable- del instinto atávico que desea «cambiar» el mundo al precio que sea: el afán de proyectar la psique sobre los otros, más allá del lógico y loable afán de justicia que persiguen los seres humanos.” (p. 30)
“A unos pocos metros de las grandes avenidas con rascacielos, un viejo jardinero recoge en su arcaico carromato, con su escobón hecho de matojos, las hojas caídas. Como en el siglo pasado, o como hace muchos siglos. Y, viéndolo, recuerdo haber leído en algún viejo texto que, a veces, los chinos, por simples razones estéticas, gustaban de no recoger del todo las hojas de sus árboles: las dejaban un tiempo sobre el suelo o las escalinatas como simple expresión de lo bello que moría.” (p. 43)