viernes, 27 de septiembre de 2019


Élmer Mendoza
BALAS DE PLATA
Barcelona, 2008, Tusquets.



“Era Briseño: Acelera, no le hagan necropsia, que Balística y el forense trabajen rápido. ¿Qué sucede? Así lo quiere su padre, el ingeniero Canizales, ex de la Secretaría de Agricultura, me acaba de llamar el procurador Bracamontes para pedirme que seamos expeditos y entreguemos el cuerpo en cuanto aparezca la familia. ¿Aunque tenga toda la facha de ser un asesinato? No importa, tómalo como si fuera muerte natural. Okey. Pasó la orden a Montaño y a los técnicos que se lo tomaron con naturalidad. En sus departamentos podía pasar y pasaba cualquier cosa. Solamente terminarían de levantar las huellas dactilares.” (pp. 25-26)

“En la puerta de la casa más cercana una mujer observaba. ¿Cómo amaneció? Con esta sorpresa, ¿oiga no piensan acabar con la violencia?; yo escucho a los políticos, a los policías, a los soldados prometiendo cosas, pero los encobijados no acaban, todos dicen que van a terminar con la violencia y es pura baba de perico, ¿adónde vamos a llegar?; vea nomás lo que le hicieron a este pobre muchacho, ¿qué culpa tenía? ¿Usted fue la que llamó a la Jefatura? Ni loca, ahí luego la traen a una en sus vueltas que termina por no tener ni para los camiones para ir a declarar, en este país la justicia está en manos de los delincuentes y mientras ustedes, los del Gobierno, se hagan de la vista gorda, vamos a seguir igual. ¿A qué hora vio el cadáver? Como a las siete, la que lo vio primero fue Artemisa, esa gordita de la blusa floreada y pelo largo, me gritó para que saliera; ella fue la que llamó. ¿Escuchó algo? Un disparo, pero como hay tantos, nunca creí que lo hubieran hecho frente a mi casa, y a un muchacho tan joven, pobre madre. ¿Alguien de su familia vio algo? Nadie, todos tienen el sueño pesado y mi esposo no vino a dormir. No quisiera estar en sus zapatos cuando llegue. ¿Y usted quién es para decir eso?, mire, cabrón, con mi marido no se meta, ya quisiera tener un pelo de él, y esta es su casa y puede llegar cuando quiera y a la hora que quiera, que para eso tiene vieja que lo espere, ¿me oyó?, y ahora lárguese. ¿Dónde estaba Gris Toledo? Le marcó de nuevo. Nada. Ella sabía cómo tratar a viejas histéricas.” (pp. 160-161)