Margaret Atwood
EL CUENTO DE LA CRIADA (I)
Barcelona, 2017, Salamandra.
“Recuerdo un programa de televisión que vi una vez, una reposición de un programa hecho varios años antes. Yo debía de tener siete u ocho años, era demasiado joven para entenderlo. Era el tipo de programa que a mi madre le encantaba ver: histórico, educativo. Más adelante intentó explicármelo, contarme que las cosas que se veían allí habían ocurrido realmente, pero para mí no era más que un cuento, creía que alguien se lo había inventado. Supongo que todos los niños piensan lo mismo de cualquier historia anterior a su propia época. Si sólo es un cuento, parece menos espantoso.
Era un documental sobre una de aquellas guerras. Entrevistaban a la gente y mostraban fragmentos de películas de la época, en blanco y negro, y fotografías. No recuerdo mucho del documental, pero aún conservo en mi memoria la textura de las imágenes, en las que todo parecía cubierto por una mezcla de luz del sol y polvo, y lo oscuras que eran las sombras bajo las cejas y los pómulos.
Las entrevistas a las personas que aún estaban vivas habían sido rodadas en color. La que mejor recuerdo es la que le hacían a una mujer que había sido amante del jefe de uno de los campos donde encerraban a los judíos antes de matarlos. En hornos, según decía mi madre; pero no había ninguna imagen de los hornos, de modo que me formé el concepto, algo confuso, de que esas muertes habían tenido lugar en la cocina. Para un niño, una idea así encierra algo especialmente aterrador. Los hornos sirven para cocinar, y cocinar es lo que se hace antes de comer. Me imaginaba que a aquellas personas se las habían comido. Y supongo que, en cierto modo, es lo que les ocurrió.” (p. 207)
EL CUENTO DE LA CRIADA (I)
Barcelona, 2017, Salamandra.
“Recuerdo un programa de televisión que vi una vez, una reposición de un programa hecho varios años antes. Yo debía de tener siete u ocho años, era demasiado joven para entenderlo. Era el tipo de programa que a mi madre le encantaba ver: histórico, educativo. Más adelante intentó explicármelo, contarme que las cosas que se veían allí habían ocurrido realmente, pero para mí no era más que un cuento, creía que alguien se lo había inventado. Supongo que todos los niños piensan lo mismo de cualquier historia anterior a su propia época. Si sólo es un cuento, parece menos espantoso.
Era un documental sobre una de aquellas guerras. Entrevistaban a la gente y mostraban fragmentos de películas de la época, en blanco y negro, y fotografías. No recuerdo mucho del documental, pero aún conservo en mi memoria la textura de las imágenes, en las que todo parecía cubierto por una mezcla de luz del sol y polvo, y lo oscuras que eran las sombras bajo las cejas y los pómulos.
Las entrevistas a las personas que aún estaban vivas habían sido rodadas en color. La que mejor recuerdo es la que le hacían a una mujer que había sido amante del jefe de uno de los campos donde encerraban a los judíos antes de matarlos. En hornos, según decía mi madre; pero no había ninguna imagen de los hornos, de modo que me formé el concepto, algo confuso, de que esas muertes habían tenido lugar en la cocina. Para un niño, una idea así encierra algo especialmente aterrador. Los hornos sirven para cocinar, y cocinar es lo que se hace antes de comer. Me imaginaba que a aquellas personas se las habían comido. Y supongo que, en cierto modo, es lo que les ocurrió.” (p. 207)