jueves, 2 de noviembre de 2023

Juan José Millás
CUENTOS
Barcelona, 2001, Plaza & Janés.


 

“De haber nacido hombre, no tengo ninguna duda sobre lo que me habría gustado ser: misionero, pero misionero aquí, en Madrid. No entiendo a esos curas que se van a salvar almas a la selva. Lo lógico es rescatar primero las de Madrid y, luego, si tienes tiempo, las de Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, por este orden. La selva puede esperar. Yo creo que los curas que se van al Amazonas, o a África, no tienen verdadera vocación: se marchan porque no aguantan a su madre, o porque les gusta la aventura, porque si de verdad quisieran salvar almas se quedarían en Madrid.
(…)
   O sea, que voy a cumplir cuarenta años y todavía no he salvado ni un alma por culpa de mi condición femenina. ¿Hay derecho a eso? Yo daría la vida por tener en Madrid una parroquia pequeñita, de pocas almas, por lo menos al principio. Ya iríamos creciendo. El caso es que por un cantante que vi en la televisión me enteré de que te pueden operar para convertirte en un hombre y dije ya está: me opero y me hago misionero. Además, soy una mujer un poco hirsuta, o sea, que tengo pelos por todas partes, de manera que las hormonas me las podría ahorrar. Pues se lo cuento a mi director espiritual y dice que de ninguna manera, que lo primero que tengo que hacer antes de meterme en el quirófano es dejar de creer en Dios. Pero si lo que yo quiero es salvar almas. ¿Cómo voy a salvar almas sin creer en Dios? Tú verás, me contesta, pero esa operación es pecado mortal, fijo que te condenas. Así que no sé qué hacer, si operarme y perder mi alma para salvar a los otros, o no operarme, en plan egoísta, y salvarme yo a costa de que las almas de Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, por este orden, se vayan al infierno. He escrito al Vaticano, para consultar, pero no me contestan.” (pp. 87-90)

[El texto pertenece al relato “Una vocación imposible”.]