Luis Landero
LLUVIA FINA (I)
Barcelona, 2021, Tusquets.
“Así que ni Andrea ni Sonia han conocido apenas la alegría. Y la madre tampoco, ella todavía menos. La madre tenía ya de por sí un carácter tenebroso, pero es que además decía, y no se cansaba de repetir, que la alegría trae mal suerte porque detrás de la alegría acecha siempre la desgracia. «Los llantos los oye Dios y la risa el Diablo», solía decir, a veces sin venir a cuento, y que era una especie de refrán que ella se había inventado para su uso personal, es de suponer que inspirada en su propia experiencia,” (p. 25)
“Nunca fue tan desgraciada como entonces. Trabajaba mañana y tarde, con un rato para comer allí mismo lo que la madre le ponía en la tartera, comida congelada para engullir aprisa en un laberinto de hormigón, y todo el día limpiándoles el culo a los viejos, escuchando sus gritos inhumanos o sus frases absurdas, porque casi todos estaban medio locos, llevándolos al baño y ayudándolos a mear y a cagar, dándoles de comer y recogiéndoles las babas, y siempre impregnada de aquel olor inconfundible a mierda y a lejía que no había forma de quitarse de encima. Y sí, claro que le daban pena los viejos, pero más pena se daba ella a sí misma viéndose tan joven y con su vida echada ya a perder, y sin esperanzas de remisión, mientras sentía latir en el trasmundo de su imaginación las canciones que aguardaban a salir a la luz pero que, como ella, estaban condenadas ya para siempre a las tinieblas: ese era su destino, que con el correr de los años iría a desembocar en la locura y en la suciedad de la vejez. He ahí el argumento de su vida, ya trazado en los umbrales mismos de la juventud.” (pp. 168-169)