Roy Lewis
POR QUÉ ME COMÍ A MI PADRE
Zaragoza, 2012, Contraseña.
POR QUÉ ME COMÍ A MI PADRE
Zaragoza, 2012, Contraseña.
“-No lloréis, tesoros –les dijo-, y os contaré un cuento que habla de la comida. Érase una vez un león muy grande que era el mejor cazador que jamás había existido. Las presas nunca se le escapaban y era capaz de atrapar a cualquier animal de la selva gracias a lo rápido de su salto y a lo terrible de sus garras. Además le encantaba cazar, y no le costaba nada hacerlo dos o tres veces al día. Sin embargo, lo que le molestaba es que hubiera tantos dispuestos a aprovecharse de su talento. Incluso le molestaba compartir lo conseguido con otros leones, pero ya se ponía directamente furioso cuando las hienas, los chacales, los buitres y los milanos aparecían también para comerse parte de lo suyo, cosa a la que también se dedicaban los hombres mono, porque en esa época nosotros también éramos carroñeros. «Todo el trabajo lo he hecho yo –protestaba el león-, y estos inútiles pretenden disfrutar del resultado sin esforzarse lo más mínimo. ¿Por qué tengo que compartir lo mío con ellos? Me niego.» No obstante, cazaba tanto y con tanta frecuencia que no podía comerse toda la carne lograda. Eso le pasa a todos los leones. Primero intentó matar a los carroñeros, pero así solo acabó con una cantidad de presas aún mayor. Se dio cuenta de que el único modo de quedarse con toda su carne era comérsela toda. Así que lo intentó. Incluso cuando estaba completamente lleno siguió comiendo. Comió y comió y comió. No tardó en sufrir una indigestión espantosa. Empezó a pasarlo fatal, se puso gordísimo, pero le gustaba tanto ver las caras de perplejidad de las hienas y de los hombres mono que no cejó en su empeño, siguió cazando y comiendo como si le fuera la vida en ello. Y, cuando aún era bastante joven, murió, y, como para entonces ya estaba hecho una bola, acabó convirtiéndose en cualquier caso en una comida espléndida para las hienas, los buitres, los chacales y los hombres mono, igual que si hubiera compartido sus presas del modo acostumbrado.
-¿Y de qué murió? –preguntaron los niños.
-Degeneración adiposa del corazón complicada por la misantropía que padecía –respondió mi padre; después entrelazó las manos por encima del estómago vacío y se puso a dormir tranquilamente; los demás no tardamos nada en imitarlo.” (pp. 167-168)
-¿Y de qué murió? –preguntaron los niños.
-Degeneración adiposa del corazón complicada por la misantropía que padecía –respondió mi padre; después entrelazó las manos por encima del estómago vacío y se puso a dormir tranquilamente; los demás no tardamos nada en imitarlo.” (pp. 167-168)