Mijaíl Bulgákov
EL MAESTRO Y MARGARITA
Madrid, 2014, Nevsky Prospects.
“-Vengo a verte, espíritu del mal y señor de las sombras –respondió el recién llegado, mirando a Woland con hostilidad.
-Si has venido a verme, ¿por qué no me has saludado, antiguo recaudador de impuestos? -preguntó Wolland en tono severo.
-Porque no deseo tu salud –contesto, insolente, el otro.
-Pues tendrás que resignarte –objetó Wolland, y se le torció la boca en una sonrisa irónica-. Aún no has aparecido en el tejado y ya has cometido un disparate, y te diré en qué consiste: en tu tono. Pronunciaste tus palabras como si no reconocieras la existencia de las sombras y del mal. ¿Por qué no tienes la bondad de reflexionar esta cuestión? ¿De qué serviría tu bien si el mal no existiera, y qué aspecto tendría la tierra si de ella desaparecieran las sombras? Después de todo, son los objetos y las personas los que producen sombras. Aquí está la sombra de mi espada. Pero también hay sombras de árboles y de seres vivos. ¿No querrás desgarrar toda la esfera terrestre, barriendo de ella todos los árboles y todo lo vivo a causa de tu fantasía de abandonarte al placer de la luz desnuda? Eres estúpido.
-No discutiré contigo, viejo sofista –respondió Mateo Leví.
-Es que no podrías discutir conmigo por la razón que te he mencionado: eres estúpido –contestó Woland, y le preguntó-: Pero sé breve, no me fatigues, ¿para qué has venido?
-Fue Él quien me mandó.
-¿Y qué te mando comunicarme, esclavo?
-No soy un esclavo –replicó Mateo Leví, cada vez más fuera de sí-. Soy su discípulo.
-Tú y yo hablamos lenguas diferentes, como siempre –replicó Wolland-, pero no por ello cambian las cosas de las que hablamos.” (pp. 462-463)
EL MAESTRO Y MARGARITA
Madrid, 2014, Nevsky Prospects.
“-Vengo a verte, espíritu del mal y señor de las sombras –respondió el recién llegado, mirando a Woland con hostilidad.
-Si has venido a verme, ¿por qué no me has saludado, antiguo recaudador de impuestos? -preguntó Wolland en tono severo.
-Porque no deseo tu salud –contesto, insolente, el otro.
-Pues tendrás que resignarte –objetó Wolland, y se le torció la boca en una sonrisa irónica-. Aún no has aparecido en el tejado y ya has cometido un disparate, y te diré en qué consiste: en tu tono. Pronunciaste tus palabras como si no reconocieras la existencia de las sombras y del mal. ¿Por qué no tienes la bondad de reflexionar esta cuestión? ¿De qué serviría tu bien si el mal no existiera, y qué aspecto tendría la tierra si de ella desaparecieran las sombras? Después de todo, son los objetos y las personas los que producen sombras. Aquí está la sombra de mi espada. Pero también hay sombras de árboles y de seres vivos. ¿No querrás desgarrar toda la esfera terrestre, barriendo de ella todos los árboles y todo lo vivo a causa de tu fantasía de abandonarte al placer de la luz desnuda? Eres estúpido.
-No discutiré contigo, viejo sofista –respondió Mateo Leví.
-Es que no podrías discutir conmigo por la razón que te he mencionado: eres estúpido –contestó Woland, y le preguntó-: Pero sé breve, no me fatigues, ¿para qué has venido?
-Fue Él quien me mandó.
-¿Y qué te mando comunicarme, esclavo?
-No soy un esclavo –replicó Mateo Leví, cada vez más fuera de sí-. Soy su discípulo.
-Tú y yo hablamos lenguas diferentes, como siempre –replicó Wolland-, pero no por ello cambian las cosas de las que hablamos.” (pp. 462-463)