miércoles, 15 de julio de 2015


Rafael Chirbes
EN LA ORILLA
Barcelona, 2003, Anagrama.



“La vida humana es el mayor derroche económico de la naturaleza: cuando parece que podrías empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres, y los que vienen detrás vuelven a empezar de cero. Otra vez a enseñarle al niño a andar, llevarlo a la escuela y que distinga una circunferencia de un cuadrado, el amarillo de rojo, lo sólido de lo líquido, lo duro de lo blando.” (p. 30)

“Desvanecida la necesidad, nos hemos corrompido, sofisticado, y ya nada posee ese carácter necesario o urgente que lleva incorporada la absolución. Discutimos si la caza, que ya no es supervivencia, es placer o afición, entretenimiento, vicio, o si simplemente guardamos en los genes una pulsión de muerte, algún resorte del sistema que nos lleva a seguir librándonos de los que no son como nosotros…” (p. 76)

"La pobreza es pesimista por naturaleza. Los pobres están convencidos de que, por mucho que les pase, aún les puede ocurrir algo peor. El hombre es un ser culpable desde el nacimiento y Dios le da la razón en su pesimismo, sobre todo si te ha tocado nacer en un poblado de chabolas o en un barrio periférico y pasar hambre desde que tu madre te daba a roer una teta seca y te puso a trabajar en cuanto pudiste ponerte de pie. Si pierdes un brazo, el cura, el rabino o el ulema se encarga de recordarte que podrías haber perdido la cabeza, y si pierdes la cabeza te convence de que hubiera sido más grave que te hubieran hecho papilla y no hubieran podido echarte un responso de cuerpo presente (y entero). Aunque sea sin cabeza, los familiares están contentos y le dan gracias a Dios si les queda algún pedazo de cadáver para uso propio, porque así pueden llevárselo a enterrar, y se sienten superiores y les tienen lástima a los vecinos que no han encontrado ni la rabadilla de su muerto.” (pp. 274-275)