miércoles, 19 de agosto de 2015


Alan Sillitoe
SÁBADO POR LA NOCHE Y DOMINGO POR LA MAÑANA
Madrid, 2011, Impedimenta.


“Al minuto de poner un pie fuera de la verja de la fábrica ya no pensabas más en el trabajo, pero lo más gracioso es que tampoco pensabas en el trabajo cuando estabas de pie junto a tu máquina. Empiezas el día cortando y taladrando cilindros de acero con cuidado, pero tus acciones se van haciendo poco a poco más automáticas y te olvidas de todo lo relacionado con la máquina y con el trabajo diligente de tus brazos y manos y el hecho de que estás taladrando y cortando, labrando en bruto hasta límites de solo cinco milésimas de pulgada. Tras media hora dejabas de advertir el ruido de los carros que recorrían el pasillo de arriba abajo y el espantoso estruendo de las correas que giraban y golpeaban sin que ello afectara a la calidad de tu trabajo, y olvidabas tus viejos conflictos con el jefe y volvías a pensar en sucesos agradables que te habían ocurrido alguna vez, o cosas que deseabas que te ocurrieran en el futuro. Si tu máquina trabajaba bien –el motor suave, las válvulas apretadas, cada pieza en su lugar– y si imprimías a tus acciones un ritmo favorable, te ponías contento. Te pasabas el resto del día en las nubes, y por la tarde, cuando ya tenías que admitir que sentías los brazos y las piernas tan tensos como si los hubieran estirado en un potro de tortura hasta casi romperlos, salías de la fábrica al cálido mundo de los pubs y las chicas ruidosas de vida alegre que algún día te proporcionarían materia prima para seguir en las nubes cuando estuvieras junto al torno.
   Eran maravillosas las cosas en que pensabas cuando trabajabas junto al torno, cosas que creías haber olvidado y que nunca volverían a aparecer, a menudo cosas que deseabas haber olvidado. El tiempo volaba cuando desgastabas el suelo empapado de grasa y trabajabas furiosamente sin darte cuenta: vivías en un mundo armonioso de imágenes que pasaban por tu mente como una linterna mágica, a menudo con colores tan realistas y memorables como disparatados. Un mundo donde la memoria y la imaginación fluían con libertad y hacían acrobacias con tu pasado y con lo que pudiera ser tu futuro, un frenesí que producía todo tipo de visiones placenteras.” (pp. 51-52)