Georges Steiner
PRUEBAS y TRES PARÁBOLAS
Barcelona, 2001, Destino.
“-El marxismo hizo al hombre un supremo homenaje. La visión por parte de Moisés y Jesús y Marx de una tierra justa, de un amor al prójimo, de la universalidad humana, de la abolición de las barreras entre las naciones, las clases, las razas, la abolición de los odios tribales: esa visión (hemos convenido en ello, ¿no es cierto?) fue fruto de una inmensa impaciencia. Pero fue más. Fue una sobrestimación del hombre. Posiblemente fatal, posiblemente enloquecida, pero en cualquier caso una magnífica, jubilosa sobrestimación del hombre. El más alto cumplido que se le haya hecho nunca. La Iglesia ha mantenido al hombre en un deprimente menosprecio. Es una criatura caída, destinada a sudar su condena perpetua. El polvo al polvo. El marxismo lo ha llevado a ser casi ilimitado en sus capacidades, en sus horizontes, en los saltos de su espíritu. Un buscador de estrellas. No enlodado en el pecado original, sino original él mismo. Nuestra historia no es más que un prólogo feroz.” (pp. 69-70)
“El libre mercado toma al hombre medio en su nivel más bajo. Bajo es la palabra. Invierte en su codicia animal. Hace un balance de su egotismo y sus mezquinos intereses. Estimula su apetito por los bienes y las comodidades, los juguetes mecánicos y las vacaciones al sol. Le halaga la barriga para que se regodee y pida más. Con lo cual mantiene el consumismo en marcha. El capitalismo no ha dejado al hombre como lo encontró, lo ha disminuido. Nos hemos convertido en un rebaño ávido de placeres que gruñe frente al pesebre. Ese segundo coche. Una nevera más grande. Estamos realmente poseídos, más que cualquiera de los enajenados y los endemoniados de vuestros manuales de brujería. Posesos del ansia de poseer. Ansiando cosas innecesarias, estúpidas. Hasta el grado del mutuo salvajismo y el estupor. Es así, padre Carlo, ahora lo sé... Una clase de estupor o pasividad bestiales. Delante del televisor. ¿Ha leído eso sobre los niños americanos de cinco años para abajo? Veintisiete horas semanales delante de la pantalla.” (pp. 72-73)
PRUEBAS y TRES PARÁBOLAS
Barcelona, 2001, Destino.
“-El marxismo hizo al hombre un supremo homenaje. La visión por parte de Moisés y Jesús y Marx de una tierra justa, de un amor al prójimo, de la universalidad humana, de la abolición de las barreras entre las naciones, las clases, las razas, la abolición de los odios tribales: esa visión (hemos convenido en ello, ¿no es cierto?) fue fruto de una inmensa impaciencia. Pero fue más. Fue una sobrestimación del hombre. Posiblemente fatal, posiblemente enloquecida, pero en cualquier caso una magnífica, jubilosa sobrestimación del hombre. El más alto cumplido que se le haya hecho nunca. La Iglesia ha mantenido al hombre en un deprimente menosprecio. Es una criatura caída, destinada a sudar su condena perpetua. El polvo al polvo. El marxismo lo ha llevado a ser casi ilimitado en sus capacidades, en sus horizontes, en los saltos de su espíritu. Un buscador de estrellas. No enlodado en el pecado original, sino original él mismo. Nuestra historia no es más que un prólogo feroz.” (pp. 69-70)
“El libre mercado toma al hombre medio en su nivel más bajo. Bajo es la palabra. Invierte en su codicia animal. Hace un balance de su egotismo y sus mezquinos intereses. Estimula su apetito por los bienes y las comodidades, los juguetes mecánicos y las vacaciones al sol. Le halaga la barriga para que se regodee y pida más. Con lo cual mantiene el consumismo en marcha. El capitalismo no ha dejado al hombre como lo encontró, lo ha disminuido. Nos hemos convertido en un rebaño ávido de placeres que gruñe frente al pesebre. Ese segundo coche. Una nevera más grande. Estamos realmente poseídos, más que cualquiera de los enajenados y los endemoniados de vuestros manuales de brujería. Posesos del ansia de poseer. Ansiando cosas innecesarias, estúpidas. Hasta el grado del mutuo salvajismo y el estupor. Es así, padre Carlo, ahora lo sé... Una clase de estupor o pasividad bestiales. Delante del televisor. ¿Ha leído eso sobre los niños americanos de cinco años para abajo? Veintisiete horas semanales delante de la pantalla.” (pp. 72-73)