sábado, 4 de junio de 2016

Johann Wolfgang von Goethe
FAUSTO
Madrid, 1997, Cátedra.



La vida del hombre está en la sangre, y ¿dónde bulle la sangre como en el joven? La sangre viva, en fresco vigor, es la que, de la vida, hace brotar una vida nueva. Allí todo se agita, allí se hace algo; lo débil sucumbe, lo fuerte progresa. En tanto que nosotros hemos conquistado medio mundo, ¿qué habéis hecho vosotros, pues? Dar cabezadas, cavilar, soñar, examinar; planes y siempre planes. No hay duda: la vejez es una fiebre fría en medio del calofrío de una impotencia caprichuda. Aquel que ha pasado de los treinta años, está ya lo mismo que muerto. Lo mejor fuera quitaros la vida a tiempo.” (p. 298)

Frederik Pohl
PÓRTICO
Barcelona, 2005, Ediciones B.



“Hay personas que nunca sobrepasan un cierto punto en su desarrollo emocional. No pueden llevar una vida normal, despreocupada y de concesiones mutuas con un compañero sexual más que un corto espacio de tiempo. Hay algo en su interior que no tolera la felicidad. Cuanto mayor es ésta, más necesidad tienen de destruirla.” (p. 226)

Julio Verne
LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS
Torrejón de Ardoz, 1984, Akal.


“Este barrio indígena de Yokohama se llama Benten, nombre de una diosa marina adorada en las islas cercanas. Allí se veían admirables alamedas de pinos y cedros; puertas sagradas de extraña arquitectura; puentes envueltos entre los cañaverales y bambúes; templos resguardados bajo su cúpula inmensa y melancólica de cedros seculares; monasterios bonzos tras cuyas paredes vegetaban sacerdotes budistas y sectarios de la religión de Confucio; calles interminables, donde hubiera podido recogerse una abundante cosecha de niños de tez sonrosada y mejillas rojas, figuritas que parecían recortadas de algún biombo indígena, y que jugaban entre caniches de piernas cortas y gatos amarillentos sin rabo, tan perezosos como mansos.
    En las calles todo era movimiento y vaivén incesante; bonzos que pasaban en procesión, redoblando sus monótonos tambores; yakuninos, oficiales de la aduana o de la policía; con sombreros puntiagudos incrustados de laca y dos sables en el cinto; soldados vestidos de percal azul con rayas blancas y armados con fusiles de percusión; soldados del mikado, embutidos en su justillo de seda, con loriga y cota de malla, y otros muchos militares de diversas condiciones, porque en el Japón la profesión de soldado es tan distinguida como despreciada en China. Además, hermanos postulantes, peregrinos de largas vestiduras, simples ciudadanos de cabellos lacios y negros como el ébano, cabeza abultada, busto largo, piernas delgadas, estatura baja y tez cuyo tono variaba desde el cobre oscuro hasta el blanco mate, pero nunca amarillo como los chinos, de quienes los japoneses se diferencian esencialmente. Por último, entre carruajes, palanquines, carros, carretillas, cangos mullidos (verdaderas literas de bambú), con los pies calzados con zapatos de tela, sandalias de paja o zuecos de madera labrada, circulaban con paso menudo mujeres de escasa hermosura, ojos oblicuos, pecho deprimido, dientes negros, a la usanza del día, pero vistiendo con elegancia el kirimón nacional, especie de vestido cruzado con una banda de seda, cuya ancho cinturón forma detrás un extravagante nudo que las modernas parisienses parecen haber copiado de las japonesas.” (pp. 176-177) 
[Las cursivas pertenecen al texto.]
Hans Magnus Enzensberger
MIGAJAS POLÍTICAS (II)
Barcelona, 1985, Anagrama.



“Un poder policial que se exhiba en la calle, de manera brutal y sin tapujos, tiene siempre una acción polarizante; empuja a millones de personas a la oposición y provoca conflictos profundos y duraderos. Su lógica es la de la guerra civil latente. Los nuevos métodos «científicos» del control social, por el contrario, apuntan a la integración; son demasiado clínicos, demasiado incruentos como para despertar fuertes sentimientos masivos, como el odio y la solidaridad.” (p. 83)

“-Pese a todo -apunté-, el conjunto se mueve todavía.
-Sí, pero, ¿por qué? Porque aquellos que intervienen en el tránsito no se atienen a las reglamentaciones. La estricta observancia del código de circulación sería el fin de la circulación. En todas las grandes ciudades germano-occidentales, de un 55 a un 60% de todos los casos de aparcamiento o parada de un vehículo son ilegales. La regla sólo puede ser mantenida al precio de su infracción continua. La anarquía evita el caos. Y si esto reza para la conducción de vehículos, puedo imaginarme entonces muy vívidamente cómo será en el caso de la política. No, señor canciller, en verdad que no es usted alguien a quien envidiar.” (p. 91)

“El mensaje más importante de la sección económíca, repetido involuntariamente día tras día, reza: allí donde se trata de dinero, nada se le ha perdido a la democracia.” (p. 103)

“Los únicos que siempre tienen razón cuando protestan contra la riqueza son los pobres. Su crítica es inequívoca, y sólo puede ser refutada por la práctica. Pero ésta no va encaminada a acabar con la riqueza, sino con la pobreza.” (p. 168)

“El concepto de normalidad es una bazofia terminológica, una masa con consistencia de gachas, que se endurece en las manos, pero que permanece viscosa y se desintegra en cuanto uno se la acerca con un instrumento cortante. De nada vale abordarla de manera definida. La normalidad se le despedaza a uno, sólo se puede tomar a cucharadas.” (p. 189)

Benito Pérez Galdós
MIAU
Madrid, 1999, Alianza Editorial.

 

“Para distraer su pena y olfatear nombramientos ajenos, ya que en el suyo afectaba no creer, o realmente no creía, iba por las tardes al Ministerio de Hacienda, en cuyas oficinas tenía muchos amigos de categorías diversas. Allí se pasaba largas horas, charlando, enterándose del expedienteo, fumando algún cigarrillo y sirviendo de asesor a los empleados noveles o inexpertos que le consultaban cualquier punto oscuro de la enrevesada Administración.
   Profesaba Villaamil entrañable cariño a la mole colosal del Ministerio; la amaba como el criado fiel ama la casa y familia cuyo pan ha comido durante luengos años; y en aquella época funesta de su cesantía visitábala él con respeto y tristeza, como sirviente despedido que ronda la morada de donde le expulsaron, soñando en volver a ella. Atravesaba el pórtico, la inmensa crujía que separa los dos patios, y subía despacio la monumental escalera encajonada entre gruesos muros, que tiene algo de feudal y de carcelario a la vez. Casi siempre encontraba por aquellos tramos a algún empleado amigote que subía o bajaba. «Hola, Villaamil, ¿qué tal?». «Vamos tirando.» Al llegar al principal titubeaba antes de decidir si entraría en Aduanas o en el Tesoro, pues en ambas Direcciones le sobraban conocidos; pero en el segundo prefería siempre Contribuciones o Propiedades. Los porteros le saludaban, y como Villaamil era tan afable, siempre echaba un párrafo con ellos. Si era tarde, les encontraba con la paletada de brasas, resto de las chimeneas, cuyo último fuego sirve para alimentar los braseros de las porterías; si temprano, llevando papeles de una oficina a otra o transportando bandejas con vasos de agua y azucarillos. «Hola, Bermejo, ¿cómo va?» «Tal cual, D. Ramón, y sintiendo mucho no verle a usted todos los días por aquí.» «Dígame, ¿y Ceferino?» «Ha pasado a Impuestos. El pobre Cruz fue el que cascó.» «¿Qué me cuenta usted? Hombre; si le vi el otro día tan bueno y tan sano. ¡Qué mundo éste! Vamos quedando pocos de aquella fecha. Cuando yo entré aquí, en tiempos de don Juan Bravo Murillo, ya estaba Cruz en la casa... Mire usted si ha llovido... Pobre Cruz, lo siento.»” (pp. 189-190)

[Las cursivas pertenecen al texto.]
Hans Magnus Enzensberger
MIGAJAS POLÍTICAS (I)
Barcelona, 1985, Anagrama.



“La encarnación del oportunismo predicaba contra el oportunismo, el perfecto acomodaticio desencadenaba su furia contra la adaptación, el versado imbécil ponía el grito en el cielo por la imbecilidad.” (p. 8)

“Un algo prescriptivo, hasta burocrático, es propio de todo radicalismo que no sabe basarse más que en principios. Quien habla de fidelidad a los principios ha olvidado que sólo puede traicionarse a personas, no a ideas.” (p. 13)

“Las salidas al dilema de principios de la etnología son exiguas y precarias. Se puede postular, naturalmente, la igualdad de derechos de todas las sociedades humanas y exigir que toda comunidad sea descrita y enjuiciada a partir de sus premisas propias. Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. Un relativismo consecuente presupone a un observador que estuviese en condiciones de dejarse en casa su propio bagaje cultural. Ese científico no sólo tendría que ser un maestro en el lavado de cerebro, sino que tendría que ser también capaz de aplicárselo a sí mismo. Sólo entonces se habría desembarazado, como etnólogo, de sus prejuicios europeos, pero con ellos, por cierto, también de su ciencia.” (p. 29)

[La cursiva pertenece al texto.]

“La fuerza vital de Occidente se basa, en última instancia, en lo negativo del pensamiento europeo, en su eterna insatisfacción, en su ávido desasosiego, en sus defectos. La duda, la autocrítica y hasta el odio a sí mismo son su fuerza productiva más importante. El que no podamos aceptarnos a nosotros ni a lo que nosotros hemos producido es nuestra fuerza. De ahí que observemos el eurocentrismo como un pecado de la conciencia. La civilización occidental se alimenta de lo que pone en tela de juicio, bien sean bárbaros o anarquistas, indios o bolcheviques. Y cuando ya no existe un exterior cultural, entonces producimos precisamente a nuestros propios salvajes: freaks tecnológicos, políticos, psíquicos, culturales morales y religiosos. El caos, el malestar y la ingobernabilidad son nuestra única oportunidad. La desunión hace la fuerza.” (p. 45)

“Todavía puedo acordarme muy bien de la policía política con la que nos las teníamos que ver en 1968. Los funcionarios eran de una ignorancia increíble. No tenían la más mínima idea de la historia del movimiento obrero y se imaginaban seriamente que todo aquel que participase en una manifestación estaba «pagado por Moscú». Muchos de ellos padecían de un claro fetichismo de las armas; sus energías inconscientes eran el resultado de una oscura mezcolanza de miedo, resentimiento, prejuicio y paranoia. Se aferraban con una especie de pasión a sus desvaríos, a los que solían llamar su filosofía propia. Entre ellos había muchos racistas. Por los juicios que emitían podía deducirse que detestaban a los extranjeros, a los judíos, a los comunistas, a las personas de cabello largo, a los homosexuales, a los artistas y a los intelectuales. Ante los argumentos críticos, no importa de qué índole, reaccionaban con estupor y rabia desmedida. Las concepciones que tenían sobre la realidad existente fuera de sus oficinas eran nebulosas, y su modo de pensar tenía rasgos más bien simbólicos que analíticos. De ahi que no tenga nada de asombroso el que las operaciones realizadas por aquellos mantenedores del orden público se viesen raramente coronadas por el éxito.” (pp. 76-77)
Francisco de Quevedo
POEMAS ESCOGIDOS
Madrid, 1981, Castalia.


CONVENIENCIAS DE NO USAR DE LOS OJOS, DE LOS
OÍDOS, Y DE LA LENGUA

Oír, ver y callar remedio fuera
en tiempo que la vista y el oído
y la Lengua pudieran ser sentido
y no delito que ofender pudiera.
Hoy, sordos los remeros con la cera,
golfo navegaré que (encanecido
de huesos, no de espumas) con bramido
sepulta a quien oyó voz lisonjera.
Sin ser oído y sin oír, ociosos
ojos y orejas, viviré olvidado
del ceño de los hombres poderosos.
Si es delito saber quién ha pecado,
los vicios escudriñen los curiosos:
y viva yo Ignorante, e Ignorado.” (p. 86)

Jean Echenoz
RELÁMPAGOS
Barcelona, 2012, Anagrama.



“De todos los financieros que Gregor habrá tenido ocasión de conocer, John Pierpont Morgan es el más rico. A decir verdad, incluso es el más poderoso del mundo, y despliega sus actividades y se embolsa dividendos en los ámbitos más clásicamente lucrativos y variados: petróleo, gas, carbón, madera, ferrocarriles, marina y construcción por ceñirse tan sólo a los principales: Júpiter del dólar, Frankestein en los negocios, John Pierpoint Morgan es un bruto insensible y colérico cuya envidiable divisa se reduce a tres directrices: piensen mucho, hablen muy poco, no escriban nada.
   Anormalmente fornido, hombros de paquidermo y mirada de pitón, John Pierpont Morgan prefiere asimismo que se le vea lo menos posible, que su imagen en cualquier caso no circule en absoluto. Pero el que odie por encima de todo que se le fotografíe no obedece tanto a un afán de discreción como a la existencia de su nariz. Jamás hombre alguno ha poseído ni poseerá tamaña nariz, ninguno sufrirá tanto por semejante apéndice enorme y violáceo, surcado de grietas, atestado de nódulos, atravesado por fisuras, prolongado por pedúnculos y enmarañado de pelos. En las contadas fotos suyas de que se dispone, por más que existan instrucciones de que sean retocadas so pena de muerte, parece ya a punto de mandar ejecutar al fotógrafo.” (pp. 95-96)
Italo Calvino
POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS
Barcelona, 1995, Tusquets.



“La lectura de un clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos. Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos oríginales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él.” (pp. 15-16)

“La naturaleza es eterna, sagrada y armoniosa, pero deja un amplio margen a la aparición de fenómenos prodigiosos inexplicables. ¿Qué conclusión general hemos de extraer? ¿Que se trata de un orden monstruoso, hecho enteramente de excepciones a la regla? ¿O de reglas tan complejas que escapan a nuestro entendimiento?” (p. 48)

“Podríamos reconocer las interrogaciones que acompañaron la constitución de la antropología como ciencia. ¿Debe una antropología tratar de salir de una perspectiva «humanista» para alcanzar la objetividad de una ciencia de la naturaleza? Los hombres del libro VII, ¿cuentan más en la medida en que son «otros», diferentes de nosotros, tal vez ya no o todavía no humanos? Pero, ¿es posible que el hombre salga de la propia subjetividad hasta el punto de tomarse a sí mismo como objeto de ciencia?” (p. 53)
[Calvino se refiere al libro VII de la Historia Natural de Plinio el Viejo.]

“Una de las páginas más bellas y más importantes del Dialogo (jornada I) es el elogio de la Tierra como objeto de alteraciones, mutaciones, generaciones. Galileo evoca con espanto la imagen de una Tierra de jaspe, de una Tierra de cristal, de una Tierra incorruptible, incluso transformada por la Medusa.
   «No puedo oír sin gran asombro y, diría, sin gran repugnancia de mi intelecto, que se atribuya a los cuerpos naturales que componen el universo, como título de gran nobleza y perfección, el ser impasibles, inmutables, inalterables, etc., y por el contrario que se estime una grave imperfección el hecho de ser alterables, engendrables, mudables, etc. Por mi parte, considero la Tierra muy noble y muy digna de ser admirada precisamente por las muchas y tan diversas alteraciones, mutaciones, generaciones, etc., que en ella constantemente se producen y si no estuviera sujeta a ningún cambio, si sólo fuera un vasto desierto o un bloque de jaspe, o si, después del diluvio, al retirarse las aguas que la cubrían sólo quedara de ella un inmenso globo de cristal donde no naciera ni se alterase o mudase cosa alguna, me parecería una masa pesada, inútil para el mundo, perezosa, en una palabra, superflua y como extraña a la naturaleza, y tan diferente de ella como lo sería un animal vivo de un animal muerto, y lo mismo digo de la Luna, de Júpiter y de todos los otros globos del mundo […]. Los que exaltan tanto la incorruptibilidad, la inalterabilidad, etc., creo que se limitan a decir esas cosas cediendo a su gran deseo de vivir el mayor tiempo posible y al terror que les inspira la muerte, y no comprenden que si los hombres fuesen inmortales, no hubieran tenido ocasión de venir al mundo. Estos merecerían encontrarse con una cabeza de Medusa que los transmutase en estatuas de jaspe o de diamante para hacerlos más perfectos de lo que son.»” (pp. 96-97)

[Calvino se refiere a la obra Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, de Galileo Galilei.]

“La división del espacio en un campo anterior y un campo posterior no es sólo una de las más elementales operaciones humanas con las categorías. Es un dato de partida común a todos los animales, que comienza muy pronto en la escala biológica, a partir del momento en que existen seres vivientes que se desarrollan ya no según una simetría radiada, sino según un esquema bipolar, localizando en una extremidad del cuerpo los órganos de relación con el mundo exterior: una boca y ciertas terminaciones nerviosas, algunas de las cuales se convertirán en aparato visual. Desde ese momento el mundo se identifica con el campo anterior, del que es complementaria una zona de lo incognoscible, del no-mundo, de la nada, que está detrás del observador. Desplazándose y sumando loscampos visuales sucesivos, el ser viviente logra construirse un mundo circular completo y coherente, pero siempre se trata de un modelo inductivo cuya verificación no será nunca satisfactoria.” (p. 219)
Nathanael West
EL DÍA DE LA LANGOSTA
Madrid, 2008, Planeta.



“Las lágrimas sólo les sirven a los que todavía tienen esperanzas. Cuando acaban de llorar, se sienten mejor. Pero los que, como Homer, no esperan nada, y cuya angustia es básica y permanente, nada bueno consiguen con llorar. Nada cambia para ellos. Normalmente lo saben, pero no pueden evitar las lágrimas.” (p. 85)
[Como curiosidad, hay que decir que el citado Homer, cuyo nombre completo es Homer Simpson, es el personaje que inspiró a a Matt Groening para su famosa serie de animación. Aparte de la homonimia, ambos personajes son radicalmente antitéticos.] 

 
“Se pasaba las noches en las diferentes iglesias de Hollywood, dibujando a los fieles. Visitó la «Iglesia Física de Cristo», donde se alcanzaba la santidad mediante el uso constante de cilicios y pesas sobre el pecho; la «Iglesia Invisible», donde adivinaban el porvenir y pedían a los muertos que encontrasen objetos perdidos; el «Tabernáculo del Tercer Adviento», donde una mujer vestida de hombre predicaba la «Cruzada contra la Sal»; y el «Templo Moderno», bajo cuyo techo de cristal y cromo enseñaban la «Respiración Cerebral, el Secreto de los Aztecas».” (p. 151)

“Volver al útero: qué manera tan perfecta de escapar. Mucho mejor que la religión o el arte o las islas de los mares del Sur. Allí se estaba tan caliente y a gusto, y la alimentación era automática. Un hotel perfecto. No era de extrañar que el recuerdo de aquel alojamiento persistiera en la sangre y los nervios de todo el mundo. Estaba oscuro, sí, pero qué tibia, qué agradable oscuridad. Nada que ver con una tumba. No era de extrañar que uno luchase tan desesperadamente para que no lo echasen de allí cuando acababan los nueve meses del contrato de arrendamiento.” (p. 198)