sábado, 4 de junio de 2016


Julio Verne
LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS
Torrejón de Ardoz, 1984, Akal.


“Este barrio indígena de Yokohama se llama Benten, nombre de una diosa marina adorada en las islas cercanas. Allí se veían admirables alamedas de pinos y cedros; puertas sagradas de extraña arquitectura; puentes envueltos entre los cañaverales y bambúes; templos resguardados bajo su cúpula inmensa y melancólica de cedros seculares; monasterios bonzos tras cuyas paredes vegetaban sacerdotes budistas y sectarios de la religión de Confucio; calles interminables, donde hubiera podido recogerse una abundante cosecha de niños de tez sonrosada y mejillas rojas, figuritas que parecían recortadas de algún biombo indígena, y que jugaban entre caniches de piernas cortas y gatos amarillentos sin rabo, tan perezosos como mansos.
    En las calles todo era movimiento y vaivén incesante; bonzos que pasaban en procesión, redoblando sus monótonos tambores; yakuninos, oficiales de la aduana o de la policía; con sombreros puntiagudos incrustados de laca y dos sables en el cinto; soldados vestidos de percal azul con rayas blancas y armados con fusiles de percusión; soldados del mikado, embutidos en su justillo de seda, con loriga y cota de malla, y otros muchos militares de diversas condiciones, porque en el Japón la profesión de soldado es tan distinguida como despreciada en China. Además, hermanos postulantes, peregrinos de largas vestiduras, simples ciudadanos de cabellos lacios y negros como el ébano, cabeza abultada, busto largo, piernas delgadas, estatura baja y tez cuyo tono variaba desde el cobre oscuro hasta el blanco mate, pero nunca amarillo como los chinos, de quienes los japoneses se diferencian esencialmente. Por último, entre carruajes, palanquines, carros, carretillas, cangos mullidos (verdaderas literas de bambú), con los pies calzados con zapatos de tela, sandalias de paja o zuecos de madera labrada, circulaban con paso menudo mujeres de escasa hermosura, ojos oblicuos, pecho deprimido, dientes negros, a la usanza del día, pero vistiendo con elegancia el kirimón nacional, especie de vestido cruzado con una banda de seda, cuya ancho cinturón forma detrás un extravagante nudo que las modernas parisienses parecen haber copiado de las japonesas.” (pp. 176-177) 
[Las cursivas pertenecen al texto.]