sábado, 4 de junio de 2016

Benito Pérez Galdós
MIAU
Madrid, 1999, Alianza Editorial.

 

“Para distraer su pena y olfatear nombramientos ajenos, ya que en el suyo afectaba no creer, o realmente no creía, iba por las tardes al Ministerio de Hacienda, en cuyas oficinas tenía muchos amigos de categorías diversas. Allí se pasaba largas horas, charlando, enterándose del expedienteo, fumando algún cigarrillo y sirviendo de asesor a los empleados noveles o inexpertos que le consultaban cualquier punto oscuro de la enrevesada Administración.
   Profesaba Villaamil entrañable cariño a la mole colosal del Ministerio; la amaba como el criado fiel ama la casa y familia cuyo pan ha comido durante luengos años; y en aquella época funesta de su cesantía visitábala él con respeto y tristeza, como sirviente despedido que ronda la morada de donde le expulsaron, soñando en volver a ella. Atravesaba el pórtico, la inmensa crujía que separa los dos patios, y subía despacio la monumental escalera encajonada entre gruesos muros, que tiene algo de feudal y de carcelario a la vez. Casi siempre encontraba por aquellos tramos a algún empleado amigote que subía o bajaba. «Hola, Villaamil, ¿qué tal?». «Vamos tirando.» Al llegar al principal titubeaba antes de decidir si entraría en Aduanas o en el Tesoro, pues en ambas Direcciones le sobraban conocidos; pero en el segundo prefería siempre Contribuciones o Propiedades. Los porteros le saludaban, y como Villaamil era tan afable, siempre echaba un párrafo con ellos. Si era tarde, les encontraba con la paletada de brasas, resto de las chimeneas, cuyo último fuego sirve para alimentar los braseros de las porterías; si temprano, llevando papeles de una oficina a otra o transportando bandejas con vasos de agua y azucarillos. «Hola, Bermejo, ¿cómo va?» «Tal cual, D. Ramón, y sintiendo mucho no verle a usted todos los días por aquí.» «Dígame, ¿y Ceferino?» «Ha pasado a Impuestos. El pobre Cruz fue el que cascó.» «¿Qué me cuenta usted? Hombre; si le vi el otro día tan bueno y tan sano. ¡Qué mundo éste! Vamos quedando pocos de aquella fecha. Cuando yo entré aquí, en tiempos de don Juan Bravo Murillo, ya estaba Cruz en la casa... Mire usted si ha llovido... Pobre Cruz, lo siento.»” (pp. 189-190)

[Las cursivas pertenecen al texto.]