domingo, 4 de diciembre de 2016


Richard Ford
EL PERIODISTA DEPORTIVO (II)
Barcelona, 2008, Anagrama.



“Además, cuando le digo «te quiero» a Vicki Arcenault, sólo estoy diciendo algo evidente. ¿A quién le importa si la querré para siempre? ¿O ella a mí? Nada persiste. Ahora la quiero y no me estoy engañando ni engañándola a ella. ¿Qué otra cosa debería sustentar la verdad?" (p. 145)

“En mi generación, no conocíamos a nuestros padres por sus nombres de pila. Para nosotros no eran, como la demás gente, Tom y Agnes, Eddie y Wanda o Ted y Dorie, seres democráticamente iguales a sus hijos, como papeletas de una misma urna. Nunca se me ocurrió llamar a mis padres por el nombre, nunca pensé que sus vidas, tan lejanas como ellos, fuesen como la mía, que sus miedos se pareciesen a mis miedos, que hasta sus más pequeños deseos fuesen idénticos a los de cualquier otro. Mis padres estaban en un pedestal y eran inaccesibles. No sé cómo financiaban sus coches, cómo hacían el amor ni si les gustaba, qué compañía les aseguraba, qué les decía su médico particular (los dos debían de oír malas noticias de vez en cuando). Simplemente me querían y yo les quería a ellos. En cuanto a todo lo demás no sentían la necesidad de hablar de ello. Siempre había algo importante de lo que yo no podía enterarme; algo que sólo podía sospechar, imaginarme sin estar nunca seguro de qué se trataba. Para mí, ése fue su mejor regalo y su mejor lección.” (pp. 220-221)

“Los escritores, todos los escritores, necesitan pertenecer a algún sitio. Sólo que los escritores de verdad, desgraciadamente, son socios de un club de un solo miembro.” (p. 374)