Gregory Curtis
LOS PINTORES DE LAS CAVERNAS. EL MISTERIO DE LOS PRIMEROS ARTISTAS
Madrid, 2006, Turner.
“Historiadores del arte, poetas y demás aficionados al arte rupestre que escriben al margen de la ciencia tienden a realizar afirmaciones generalizadoras que, de tener algún fundamento, postulan una especie de conexión genética que trata de ponernos en relación con los artistas remotos que son, a fin de cuentas, los ancestros de todos nosotros. La suposición más común, que fue expresada originalmente por Max Raphael, es que las pinturas atestiguan el momento en que las personas empezaron a tomar conciencia de ser distintos de los animales. Esto es, el preciso instante en que nos convertimos en seres humanos. Puede que sea cierto, aunque nunca podrá probarse, pero ese supuesto se deriva de la idea de que deberíamos ser capaces de «leer» las pinturas solamente a través de la intuición.” (pp. 20-21)
“Los errores empañan la ciencia, y también dan pie a vidas trágicas. Al final la ciencia corrige los errores, pero la tragedia no puede repararse. La primera víctima de la creencia en la evolución cultural fue un estimable erudito y aristócrata español llamado Marcelino Sanz de Sautuola. Los hechos demostrarían que no sólo era un científico intuitivo de enorme talla, sino también un visionario. La bienaventuranza y la maldición de su vida fueron consecuencia de que en 1879 descubrió en la heredad de su familia el bello techo pintado de las cueva de Altamira.” (p. 65)
“Lascaux no es solamente la cueva pintada más famosa, sino también la más relevante en cuanto a arqueología y arte. […] Se ha repetido a menudo que Picasso, tras llevar a cabo un recorrido privado en la cueva después de la Segunda Guerra Mundial, aseguró al salir: «No hemos aprendido nada en doce mil años». Al parecer, esta visita nunca tuvo lugar, pero la cita, quiénquiera que la dijo, conserva su fuerza, en especial desde que las técnicas de datación modernas han demostrado que Lascaux es muy anterior a lo que se creía en un principio. Resulta que no hemos aprendido nada en dieciocho mil seiscientos años.” (p. 121)