domingo, 23 de septiembre de 2018

Heródoto (I)

HISTORIA. I-II 
Madrid, 1992, Gredos. 


“Pero Solón replicó: «Creso, me haces preguntas sobre cuestiones humanas y yo sé que la divinidad es, en todos los órdenes, envidiosa y causa de perturbación. Porque, en el largo tiempo de una vida, uno tiene ocasión de ver muchas cosas que no quisiera y de padecer también muchas otras. En efecto, yo fijo en setenta años el límite de la vida humana. Estos setenta años representan veinticinco mil doscientos días, sin contar los meses intercalares; ahora bien, si, de cada dos años, uno debe ampliarse en un mes para que, con ello, las estaciones se correspondan en su sucesión conforme es debido, los meses intercalares, en el transcurso de setenta años, suman treinta y cinco, y el número de sus días mil cincuenta. De la totalidad de los días de los setenta años en cuestión, que son veintiséis mil doscientos cincuenta, no hay uno solo que conlleve situaciones totalmente semejantes a las de otro día cualquiera. Por lo tanto, Creso, el hombre es pura contingencia.” (LIBRO I-CLÍO, 32; pp. 110-111) 

“Por cierto que en los festines que celebran los egipcios ricos, cuando terminan de comer, un hombre hace circular por la estancia, en un féretro, un cadáver de madera, pintado y tallado en una imitación perfecta y que, en total, mide aproximadamente uno o dos codos; y, al tiempo que lo muestra a cada uno de los comensales, dice: «Míralo y luego bebe y diviértete, pues cuando mueras serás como él». Eso es lo que hacen durante los banquetes.” (LIBRO II-EUTERPE, 78; p. 367) 

“Por cierto que a las mujeres de los personajes ilustres no las entregan para que las embalsamen nada más morir y tampoco a todas aquellas mujeres que son muy hermosas o de notable posición; sólo cuando llevan ya tres o cuatro días muertas, las confían a los embalsamadores. Y lo hacen así para evitar que los embalsamadores abusen de estas mujeres, pues cuentan que uno fue sorprendido, por haberlo delatado un colega, mientras abusaba del cadáver de una mujer que acababa de morir.” (LIBRO II-EUTERPE, 89; p. 375)