lunes, 25 de marzo de 2019


Chester Himes
ALGODÓN EN HARLEM / CUANDO EL CALOR ARRECIA (II)
Barcelona, 1980, Mundo Actual de Ediciones.


“—Eres mi amigo, sí o no? —preguntó el gigante.
  Tenía una voz que chirriaba como un serrucho cuando muerde un nudo de la madera.
  —Con lo grandullón que eres, ¿para qué necesitas un amigo? —dijo, bromeando, el enano.
  —Contesta a mi pregunta —insistió el gigante.
  Era un negro albino, de piel lechosa, con ojos rosados, labios estropeados, orejas de coliflor y un pelo espeso, crespo, de color cremoso. Llevaba una blanca camisa de vaquero, pantalones negros mugrientos ceñidos a la cintura con un trozo de cuerda de cáñamo, y calzaba zapatos azules de lona con suela de goma.
  El enano compuso una expresión de hipócrita solicitud. Se arremangó el brazo y lanzó una ojeada a la esfera luminosa de su reloj de pulsera. Era la una y veintidós minutos de la mañana. Lanzó un leve suspiro de alivio. No había por qué apresurarse.
  Era jorobeta, con la piel de un amarillo sucio, algo más oscura que la del albino. Tenía una cara ratonil y en ella brillaban inquietos, fugaces, dos ojos como negros abalorios. Pero el hombre iba muy bien vestido: terno hecho a la medida, bien cortado por un sastre caro, de fino hilo y color azulado; zapatos con puntera de seda y un sombrero panamá negro con una cinta color naranja.
  Su mirada huidiza se fijó un instante en el nudo de la cuerda de cáñamo que ceñía la cintura del gigante, justo a nivel de sus ojos. El hombrachón tenía cuatro veces su tamaño, pero esto no intimidaba al jorobeta. Para éste, el gigante no era más que uno de los muchos mandangosos que acudían a él para sus dosis cotidianas de C, H o de morisqueta.” (pp. 285-286)

“Aun pasadas las dos de la madrugada, el «valle», ese espacio de tierra baja de Harlem, al este de la Séptima Avenida, era como una sartén del infierno. El calor brotaba del pavimento, bullendo desde el asfalto, y la presión atmosférica volvía a empujarlo hacia la tierra como la tapa de una olla.
  La gente de color se cocía en sus atestados cuartos, en las calles, en las tascas, en los burdeles; sazonados con vicio, enfermedad y crimen.
  Efluvios de hedores cálidos ascendían de la sartén, y flotaba en el aire quieto y bochornoso, a la altura de los tejados, el olor de la chamuscada barbacoa, del pelo frito, de los humos de escape, de la basura que se pudre, de los perfumes baratos, de los cuerpos sudorosos y sucios, de los edificios ruinosos, de los excrementos de los perros, de las ratas y de los gatos, de whisky y vómito; de, en fin, todos los hedores de la pobreza.” (p. 315)

[Las citas pertenecen a la novela Cuando el calor arrecia.]