ZALACAÍN EL AVENTURERO
Madrid, 1995, Espasa Calpe.
“Contó el tal viejo varias historias de la guerra carlista anterior. Una de ellas era verdaderamente odiosa y cobarde. Una vez cerca de un río, yendo con la partida, se encontraron con diez o doce soldados jovencitos que lavaban sus camisas en el agua.
—A bayonetazos acabamos con todos —dijo el hombre sonriendo; luego añadió hipócritamente:
—Dios nos lo habrá perdonado.
Durante la cena, el repulsivo viejo estuvo contando hazañas por el estilo. Aquel tipo miserable y siniestro era fanático, violento y cobarde, se recreaba contando sus fechorías, manifestaba crueldad bastante para disimular su cobardía, tosquedad para darla como franqueza y ruindad para darle el carácter de habilidad. Tenía la doble bestialidad de ser católico y de ser carlista.
Este desagradable y antipático personaje se puso después a clasificar los batallones carlistas según su valor: primero eran los navarros, como era natural, siendo él navarro; luego los castellanos, después los alaveses, luego los guipuzcoanos y, al último, los vizcaínos.
Por el curso de la conversación, se veía que había allá un ambiente de odios terribles: navarros, vascongados, alaveses, aragoneses y castellanos se odiaban a muerte. Todo ese fondo cabileño que duerme en el instinto provincial español estaba despierto. Unos se reprochaban a otros el ser cobardes, granujas y ladrones.” (pp. 172-173)
Madrid, 1995, Espasa Calpe.
“Contó el tal viejo varias historias de la guerra carlista anterior. Una de ellas era verdaderamente odiosa y cobarde. Una vez cerca de un río, yendo con la partida, se encontraron con diez o doce soldados jovencitos que lavaban sus camisas en el agua.
—A bayonetazos acabamos con todos —dijo el hombre sonriendo; luego añadió hipócritamente:
—Dios nos lo habrá perdonado.
Durante la cena, el repulsivo viejo estuvo contando hazañas por el estilo. Aquel tipo miserable y siniestro era fanático, violento y cobarde, se recreaba contando sus fechorías, manifestaba crueldad bastante para disimular su cobardía, tosquedad para darla como franqueza y ruindad para darle el carácter de habilidad. Tenía la doble bestialidad de ser católico y de ser carlista.
Este desagradable y antipático personaje se puso después a clasificar los batallones carlistas según su valor: primero eran los navarros, como era natural, siendo él navarro; luego los castellanos, después los alaveses, luego los guipuzcoanos y, al último, los vizcaínos.
Por el curso de la conversación, se veía que había allá un ambiente de odios terribles: navarros, vascongados, alaveses, aragoneses y castellanos se odiaban a muerte. Todo ese fondo cabileño que duerme en el instinto provincial español estaba despierto. Unos se reprochaban a otros el ser cobardes, granujas y ladrones.” (pp. 172-173)