viernes, 19 de abril de 2019

Melville J. Herskovits
EL HOMBRE Y SUS OBRAS
México D. F., 1969, Fondo de Cultura Económica.


“Ningún estudio de los motivos que impulsan a trabajar puede omitir las satisfacciones que siente un artesano cuando señala un objeto y dice, con orgullo, «Yo lo hice». Aquí radica uno de los más difíciles problemas de una sociedad industrializada, donde los medios de producción no están ya en manos del trabajador, y donde la especialización de la labor se ha llevado tan lejos que no es posible su identificación con el producto acabado. En estas circunstancias el trabajo se hace desagradable, y su liberación se considera como requisito necesario para un vivir apreciable. Mucho nos asombró que el concepto «vacación» sólo se da en nuestra sociedad; hasta que pensamos que, en otras culturas, el ritmo del trabajo está fijado por sanciones aceptadas por todos, los fines del mismo son la posesión del producto por quien lo trabaja, para disponer de él como desee; y él mismo puede identificarse con lo que ha producido con su habilidad y su fuerza. Tendemos a olvidar el hecho de que la vacación no significa tanto el abandono del esfuerzo como una oportunidad de gastar energía sin intervención extraña. Esto, y solamente esto, es lo que la hace deseable,” (p. 304)

Qiu Xiaolong
EL ENIGMA DE CHINA
Barcelona, 2014, Tusquets.



“La entrada del blog se titulaba a LOS CRIADORES DE CERDOS NO COMEN CARNE DE CERDO, y revelaba el hecho alarmante de que la mayoría de los cerdos eran alimentados con el mal llamado «pienso compuesto». En realidad, se trataba de un pienso adulterado con aditivos, entre los que había hormonas para que los cerdos crecieran más deprisa, somníferos para que durmieran todo el día y aumentaran de peso más rápidamente y arsénico para que adquirieran un color rosado y saludable. Entre los diversos aditivos empleados, uno de los compuestos químicos más habituales era la esencia de carne magra a base de ractopamina o clenbuterol, con la que los criadores podían producir más carne magra y reducir la cantidad de pienso a un tiempo. A los criadores de cerdos no les importaban las consecuencias que estos aditivos pudieran tener para los consumidores. Sin embargo, para consumo propio criaban uno o dos cerdos alimentados con piensos naturales.
(…)
Por otra parte, había oído que los altos cargos del Partido contaban con un suministro secreto de carne de cerdo, así como de otros animales criados en granjas especiales orgánicas. Dicha carne podía ser cara, pero la pagaba el Gobierno.
(…)
Y el problema no se limitaba a la carne de cerdo tóxica, pensó Peiqin mientras se levantaba para servirse una taza de té. Las verduras estaban rociadas con DDT, el pescado era criado en agua contaminada, e incluso se decía que las hojas de té —al menos algunas— estaban pintadas de verde. No pudo evitar mirar con recelo el contenido de su taza.
—¿Qué está pasando en China?” (pp. 39-40)


Elmore Leonard
CIUDAD SALVAJE
Barcelona, 1989, Círculo de Lectores.



“Una vez a Clement le arrolló un tren y sobrevivió. Fue un mercancías de treinta y seis vagones de Cheasapeaked & Ohio, con dos máquinas y un furgón de cola.
   Clement estaba con una chica. Estaban parados en un paso a nivel en Redford Township a eso de las once de la noche, con los discos rojos encendidos y bajada la barrera a rayas, cuando Clement se bajó del coche y se puso en medio de la vía, de espaldas al foco de la locomotora, que avanzaba a setenta kilómetros por hora en su dirección. Sí, estaba un poco borracho, pero no demasiado. Pensaba quitarse de en medio en el último segundo, de espaldas al tren que se aproximaba, pero entonces vio a través del parabrisas los ojos de la chica, a punto de salirse de sus órbitas. En vez de saltar fuera de las vías, Clement cambió de opinión y se tumbó entre los dos raíles. El maquinista le vio y pisó a fondo el freno de emergencia, pero no a tiempo. Veintiún vagones pasaron por encima de Clement antes de que el tren se detuviera y él saliera a rastras de debajo del que hacía el número veintiuno. El maquinista, Harold Howell,de Grand Rapids, dijo: «No tenía ninguna excusa para hacerlo». Clement fue conducido al hospital Garden City, donde le trataron contusiones en la espalda y le dieron de alta. Interrogado por la policía de Redford Township, Clement dijo: «¿He violado alguna ley? Enséñeme dónde dice que no me puedo tumbar en una vía delante de un tren».” (p. 54)
Gabriel Chevallier
EL MIEDO (III)
Barcelona, 2009, Acantilado. 
 

“Los soldados hablan con naturalidad de estas cosas, sin aprobarlas o censurarlas, porque la guerra los ha habituado a encontrar natural lo que es monstruoso. A su modo de ver, la suprema injusticia es que se disponga de su vida sin consultarles, que se les haya que se designaba a los soldados de infantería. Fue usada durantela guerra por los traído aquí con mentiras. Esta injusticia legalizada vuelve caducas todas las morales y consideran que las convenciones promulgadas por la gente de la retaguardia, en lo relativo al honor, al valor, a la belleza de una actitud, no pueden concernirles a ellos, gente de la vanguardia. La zona de los obuses tiene sus propias leyes, de las que son sus únicos jueces. Declaran sin vergüenza: «¡Estamos aquí porque no podemos evitarlo!». Sienten que son la mano de obra de la guerra, y saben que los beneficios sólo aprovechan al patrón. Los dividendos irán a parar a los generales, a los políticos, a los industriales. Los héroes regresarán al arado y al banco de carpintero, pordioseros como antes. Este término de héroe les provoca una risa amarga. Se llaman entre sí buenos hombres, es decir, pobres tipos, ni belicosos ni agresivos, que avanzan, matan, sin saber por qué. Los buenos hombres, es decir, la lamentable, enfangada, gemebunda y sangrante hermandad de los PCDF, como ellos se designan tan irónicamente. En fin, carne de cañón. En fin, carne de cañón. «Aspirante a fiambre», como dice Chassignole.” (pp. 198-199)
[PCDF: Abreviatura de pauvre couillon/con du front (‘pobre gilipollas del frente’), con la propios combatientes, y denunciaba implícitamente a los enchufados que conseguían escapar del frente y del peligro.] La nota aclaratoria pertenece al propio texto.

John Connolly
MÁS ALLÁ DEL ESPEJO
Barcelona, 2014, Tusquets.



“En cierto modo era un milagro que hubiesen seguido juntos. Como policía y como investigador privado había visto cómo se desintegraban matrimonios bajo el peso del dolor. La gente habla de la pena compartida, pero a menudo la muerte de un niño no afecta por igual al padre y a la madre. Aunque se experimenta de forma simultánea, la aflicción es de una individualidad insidiosa. Las parejas se ahogan en ella, se hunden bajo su superficie incapaces de tenderse la mano y tocarse, sin poder buscar consuelo en el amor mutuo que sienten, o en su día sintieron. Resulta especialmente atroz para quienes pierden a un hijo único. El gran lazo entre ellos se rompe, y en algunos casos sencillamente se dejan arrastrar por la soledad y el aislamiento.” (p. 30)
Gabriel Chevallier
EL MIEDO (II)
Barcelona, 2009, Acantilado.



“Finalmente, nos lanzamos hacia delante. Tras el monte Saint-Éloi, el campo de batalla, invadido por la bruma y las humaredas, descendía delante de nosotros en suave pendiente. Distinguíanse a lo lejos unas llamaradas rojas, y se oía un ruido terrible, punteado por las diabólicas ametralladoras. Era allí adonde nos dirigíamos, inquietos y silenciosos. El ver a los heridos nos puso más sombríos todavía. Estaban cubiertos de lodo, sin el equipo, como fugitivos, muy pálidos, y nosotros percibíamos en sus miradas ese atisbo de locura que era resultado de haber vislumbrado la muerte. Se retiraban en grupos gemebundos, apoyándose los unos en los otros, y no podíamos apartar la vista de la mancha blanca de los apósitos, con partes sucias de sangre. La sangre seguía goteando de ellos, señalaba su paso. Luego pasaron unas camillas silenciosas, de las que pendían unas manos pálidas y crispadas. Cuatro enfermeros transportaban a hombros a un pobre desgraciado que había perdido un brazo, que mostraba los músculos al vivo, deshilachados. Lanzaba unos gritos espantosos, con la cara vuelta al cielo cubierto, como para avergonzar a Dios.” (pp. 73-74)

“—¡Dartemont, la Patria!
—¿La Patria? Una palabra más que usted, a distancia, rodea de un cierto halo de ideal. ¿Quiere reflexionar sobre lo que es la patria? Pues ni más ni menos que una junta de accionistas, una forma de propiedad, espíritu burgués y vanidad. Piense en el número de individuos que se niega usted a frecuentar en su patria, y verá que los vínculos son muy convencionales... Le aseguro que ninguno de los hombres que he visto caer a mi alrededor murió pensando en la patria, con «la satisfacción del deber cumplido». Y creo que muy pocos han ido a la guerra con la idea del sacrificio, como hubieran tenido que hacerlo unos verdaderos patriotas.
(...)
—Pero ¿y la libertad?
—Mi libertad sigue conmigo. Está en mi pensamiento; para mí Shakespeare es una patria y otra es Goethe. Podrá usted cambiarme la etiqueta que llevo en la frente, pero lo que no podrá es cambiar mi cerebro. Gracias a mi cerebro escapo a los destinos, a las promiscuidades, a las obligaciones que toda civilización, toda colectividad, me va a imponer. Yo me hago una patria con mis afinidades, mis preferencias, mis ideas, y esto no es posible arrebatármelo, e incluso puedo difundirlo a mi alrededor. No frecuento, en la vida, a multitudes, sino a individuos. Con cincuenta individuos escogidos en cada nación, tal vez compondría la sociedad capaz de darme las máximas satisfacciones. Mi primer bien soy yo mismo; es preferible exiliarlo que perderlo, cambiar algunas costumbres que anular mis facultades humanas. El hombre no tiene más que una patria, que es la Tierra.” (pp. 138-140)

martes, 2 de abril de 2019

Norman Mailer
LOS EJÉRCITOS DE LA NOCHE
Barcelona, 2003, Anagrama.



“El marxismo precisaría quizá un Marx redivivo para explicar de modo concluyente por qué la clase media condenaba una guerra imperialista en la última nación capitalista, y por qué la aceptaba la clase proletaria. Pero era la clase media urbana de los Estados Unidos quien se había sentido siempre más desarraigada, más alienada de la propia Norteamérica, y por tanto más instintivamente crítica con su país, pues ni trabajaba con las manos ni poseía poder real alguno, de forma que no es jamás su torno ni sus sesenta acres de tierra, ni ciertamente su autoridad lo que se acepta, porque sus miembros no son simples ciudadanos de Norteamérica, y en esa tierra la clase media urbana ha sido la última en alcanzar un estatus respetable, ha sido la más mimada y protegida (sus dólares son la gran madre nutricia de los bienes de consumo) y al tiempo la más espiritualmente desvalida, pues hasta el propio concepto de crisis de identidad parece de su exclusivo patrimonio. Los hijos e hijas de esa clase media urbana se veían en su infancia alienados para siempre de todas las sencillas alegrías y populares triquiñuelas de la clase proletaria, como ganar una arriesgada pelea a puñetazos a los ocho años, conocer el sexo antes de los catorce, emborracharse hasta perder el sentido a los dieciséis, recibir una paliza mortal a manos del padre, formar parte de una orgullosa y pendenciera pandilla callejera, vivir en guerra declarada contra el sistema educativo, saber cómo burlarse solapadamente del patrón, andar en bicicleta con las manos sueltas, participar en el torneo de boxeo Gloden Gloves, alistarse en la Marina, pasar una temporada en chirona... y, amén de todo ello, el sentido del entusiasmo vital, de la camaradería, pues los amigos son el maná de la clase obrera, clase que muestra una escéptica indiferencia innata hacia la escuela, la moralidad y el trabajo. La clase obrera es fiel a los amigos, no a las ideas. No es extraño que la vida militar no perturbe a sus hijos lo más mínimo. Pero a los hijos de la clase media les perturba la clase obrera, les perturba su fácil y firme virilidad, su valor físico al parecer innato... Los hijos de la clase media sentían a un tiempo miedo y hondo respeto ante la idea de que aquella clase obrera viril, indiferente y despiadada que acabaría exterminándoles con la misma facilidad con que ellos exterminaban a los asiáticos. Y no se menciona aquí ese sentido de mudo temor reverencial que anegaba a todo hijo de la clase media urbana al contemplar al genuino hijo norteamericano de la pequeña población y de la granja, ese protagonista de todo ámbito de la vida convencional norteamericana, esa criatura de mirada vacía y nariz chata y respingona, inocente, perplejo, testarudo, de pelo cortado a cepillo...” (pp. 296-297)
[La cita hace referencia a la guerra de Vietnam.]
Platón
LA REPÚBLICA O EL ESTADO (II)
Madrid, 1988, Espasa-Calpe.


“–Al verlos, ¿no dirás que esto es lo mismo que cuando un esclavo calvo y de menguada estatura que acaba de verse libre de las cadenas y de los grillos, que ha reunido un poco de dinero, y que, después de limpiarse en el baño y de vestirse con un traje nuevo, va a casarse con la hija de su amo, reducida a esta cruel extremidad por la pobreza y abandono en que se halla?
–La comparación es exacta.
–¿Qué hijos saldrán de semejante matrimonio? Indudablemente hijos contrahechos y degenerados.
–Así debe ser.” (p. 190; Libro sexto.)

“–Con las demás cualidades del alma sucede poco más o menos como con las del cuerpo; cuando no se han obtenido de la naturaleza, se adquieren mediante la educación y la cultura. Pero respecto a la facultad de saber, como es de una naturaleza más divina, jamás pierde su virtud; se hace solamente útil o inútil, ventajosa o perjudicial, según la dirección que se le da. ¿No has observado hasta dónde llevan su sagacidad esos hombres conocidos con el nombre de embaucadores? ¿Con qué penetración su alma ruin discierne todo lo que les interesa? Su vista no está ni debilitada ni turbada, y como la obligan a servir como instrumento de su malicia, son tanto más maléficos cuanto son más sutiles y perspicaces.
–Esa observación es exacta.” (p. 209; Libro séptimo.)

“–Sin embargo, estos usureros ávidos, preocupados con su negocio y sin reparar en los que han arruinado, continúan prestando con un interés exorbitante y enriqueciéndose, abriendo brechas terribles en el patrimonio de sus muchas víctimas y multiplicando por este medio en el Estado la raza de los zánganos y de los pobres.” (p. 241; Libro octavo.)

Gabriel Chevallier
EL MIEDO (I)
Barcelona, 2009, Acantilado.



“Los hombres son imbéciles e ignorantes. De ahí les viene su miseria. En lugar de reflexionar, se creen lo que les cuentan, lo que les enseñan. Eligen jefes y amos sin juzgarlos, con un gusto funesto por la esclavitud.
  Los hombres son unos mansos corderos. Es lo que hace posible los ejércitos y las guerras. Mueren víctimas de su estúpida docilidad.
  Cuando se ha visto la guerra como yo la acabo de ver, uno se pregunta: «¿Cómo se puede aceptar una cosa así? ¿Qué tratado de fronteras, qué honor nacional puede legitimar semejante cosa? ¿Cómo se puede maquillar de ideal lo que es simple bandidaje, y obligar a admitirlo?».
  Se dijo a los alemanes: «¡Adelante con la guerra lozana y alegre! ¡Nach Paris y Dios sea con nosotros, por una Alemania más grande!». Y los buenos alemanes pacíficos, que se lo toman todo en serio, se movilizaron para la conquista, se convirtieron en bestias feroces.
  Se dijo a los franceses: «Nos atacan. Es la guerra del derecho y de la revancha. ¡A Berlín!». Y los franceses pacifistas, los franceses que no se toman nada en serio, interrumpieron sus ensoñaciones de pequeños rentistas para ir a batirse.
  Y lo mismo ocurrió con los austriacos, los belgas, los ingleses, los rusos, los turcos y a continuación los italianos. En una semana, veinte millones de hombres civilizados, ocupados en vivir, en amar, en ganar dinero, en labrarse un futuro, han recibido la consigna de interrumpirlo todo para ir a matar a otros hombres. Y esos veinte millones de individuos han aceptado esta consigna porque se los había convencido de que tal era su deber.
  Veinte millones, todos de buena fe, todos de acuerdo con Dios y con su príncipe... Veinte millones de imbéciles... ¡Como yo!
  O mejor dicho, no, yo no creí en ese deber. Ya a los diecinueve años no pensaba que hubiera la menor grandeza en hundirle un arma en la tripa a un hombre, en alegrarme de su muerte.
  Pero fui igualmente.” (pp. 17-18)
 [La cita hace referencia a la I Guerra Mundial.]

lunes, 1 de abril de 2019

Platón
LA REPÚBLICA O EL ESTADO (I)
Madrid, 1988, Espasa-Calpe.



“La vejez, en efecto, es un estado de reposo y de libertad respecto de los sentidos. Cuando la violencia de las pasiones se ha relajado y se ha amortiguado su fuego, se ve uno libre, como decía Sófocles, de una multitud de furiosos tiranos. En cuanto a las lamentaciones de los ancianos de que hablo, a los malos tratamientos de que se quejan, hacen muy mal, Sócrates, en achacarlos a su ancianidad, cuando la causa es su carácter. Con costumbres suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, lo mismo la vejez que la juventud son desgraciadas.” (p. 45; Libro primero, Sócrates.)

“En cada Estado, la justicia no es más que la utilidad del que tiene la autoridad en sus manos, y, por consiguiente, del más fuerte. De donde se sigue, para todo hombre que sabe discurrir, que la justicia y lo que es ventajoso al más fuerte en todas partes y siempre es una misma cosa.” (p. 55; Libro primero, Sócrates.)

“Porque el mayor castigo para el hombre de bien, cuando rehúsa gobernar a los demás, es el verse gobernado por otro menos digno” (p. 62; Libro primero, Sócrates.)

“–He aquí dos cosas en que nuestros magistrados deberán poner gran cuidado, para que no entren en nuestro Estado.
–¿Cuáles son?
–La opulencia y la pobreza, porque la una engendra la molicie, la holgazanería y el amor a las novedades; y la otra este mismo amor a las novedades, la bajeza y el deseo de hacer mal.” (pp. 125-126; Libro cuarto.)