martes, 2 de abril de 2019

Norman Mailer
LOS EJÉRCITOS DE LA NOCHE
Barcelona, 2003, Anagrama.



“El marxismo precisaría quizá un Marx redivivo para explicar de modo concluyente por qué la clase media condenaba una guerra imperialista en la última nación capitalista, y por qué la aceptaba la clase proletaria. Pero era la clase media urbana de los Estados Unidos quien se había sentido siempre más desarraigada, más alienada de la propia Norteamérica, y por tanto más instintivamente crítica con su país, pues ni trabajaba con las manos ni poseía poder real alguno, de forma que no es jamás su torno ni sus sesenta acres de tierra, ni ciertamente su autoridad lo que se acepta, porque sus miembros no son simples ciudadanos de Norteamérica, y en esa tierra la clase media urbana ha sido la última en alcanzar un estatus respetable, ha sido la más mimada y protegida (sus dólares son la gran madre nutricia de los bienes de consumo) y al tiempo la más espiritualmente desvalida, pues hasta el propio concepto de crisis de identidad parece de su exclusivo patrimonio. Los hijos e hijas de esa clase media urbana se veían en su infancia alienados para siempre de todas las sencillas alegrías y populares triquiñuelas de la clase proletaria, como ganar una arriesgada pelea a puñetazos a los ocho años, conocer el sexo antes de los catorce, emborracharse hasta perder el sentido a los dieciséis, recibir una paliza mortal a manos del padre, formar parte de una orgullosa y pendenciera pandilla callejera, vivir en guerra declarada contra el sistema educativo, saber cómo burlarse solapadamente del patrón, andar en bicicleta con las manos sueltas, participar en el torneo de boxeo Gloden Gloves, alistarse en la Marina, pasar una temporada en chirona... y, amén de todo ello, el sentido del entusiasmo vital, de la camaradería, pues los amigos son el maná de la clase obrera, clase que muestra una escéptica indiferencia innata hacia la escuela, la moralidad y el trabajo. La clase obrera es fiel a los amigos, no a las ideas. No es extraño que la vida militar no perturbe a sus hijos lo más mínimo. Pero a los hijos de la clase media les perturba la clase obrera, les perturba su fácil y firme virilidad, su valor físico al parecer innato... Los hijos de la clase media sentían a un tiempo miedo y hondo respeto ante la idea de que aquella clase obrera viril, indiferente y despiadada que acabaría exterminándoles con la misma facilidad con que ellos exterminaban a los asiáticos. Y no se menciona aquí ese sentido de mudo temor reverencial que anegaba a todo hijo de la clase media urbana al contemplar al genuino hijo norteamericano de la pequeña población y de la granja, ese protagonista de todo ámbito de la vida convencional norteamericana, esa criatura de mirada vacía y nariz chata y respingona, inocente, perplejo, testarudo, de pelo cortado a cepillo...” (pp. 296-297)
[La cita hace referencia a la guerra de Vietnam.]