Dennis Lehane
SHUTTER ISLAND
Barcelona, 2007, Círculo de Lectores.
“—En Dachau se nos rindieron los guardias de asalto de la SS —dijo Teddy—. Quinientos hombres. Había periodistas, pero ellos también habían visto los cadáveres apilados en la estación de tren. Podían oler justo lo mismo que nosotros olíamos. Nos miraron, y vimos que querían que hiciéramos lo que acabamos haciendo. Y nosotros, evidentemente, deseábamos hacerlo. Así que ejecutamos a todos y cada uno de esos malditos alemanes. Los desarmamos, los obligamos a apoyarse en la pared y los ejecutamos. Ametrallamos a más de trescientos tipos a la vez. Luego nos dedicamos a caminar entre las hileras y a meterle un tiro en la cabeza a cualquiera que todavía respirara. Fue uno de los peores crímenes de guerra de todos los tiempos, ¿no crees? Pero, Chuck, era lo mínimo que podíamos hacer. Los jodidos periodistas no paraban de aplaudir. Los prisioneros estaban tan contentos que se les saltaban las lágrimas. Así que les entregamos unos cuantos guardias de asalto y los hicieron pedazos. Al final del día habíamos eliminado quinientas almas de la faz de la tierra. Los asesinamos a todos. No fue en defensa propia, ni en el fragor de una batalla. Fue un homicidio. Y con todo, la situación estaba muy clara, puesto que se merecían algo mucho peor. Hasta aquí muy bien, pero... ¿cómo puede vivir alguien con ese peso? ¿Cómo puedes explicarles a tus padres, a tu mujer y a tus hijos que has hecho una cosa así? ¿Que has ejecutado a gente desarmada? ¿Que has matado niños? Niños con pistolas y uniformes, pero niños de todas formas. La respuesta es... que no puedes contárselo. Nunca lo comprenderían, porque lo que has hecho ha sido por una buena razón, pero a la vez está mal hecho. Y nunca lo olvidas.” (p. 134)
SHUTTER ISLAND
Barcelona, 2007, Círculo de Lectores.
“—En Dachau se nos rindieron los guardias de asalto de la SS —dijo Teddy—. Quinientos hombres. Había periodistas, pero ellos también habían visto los cadáveres apilados en la estación de tren. Podían oler justo lo mismo que nosotros olíamos. Nos miraron, y vimos que querían que hiciéramos lo que acabamos haciendo. Y nosotros, evidentemente, deseábamos hacerlo. Así que ejecutamos a todos y cada uno de esos malditos alemanes. Los desarmamos, los obligamos a apoyarse en la pared y los ejecutamos. Ametrallamos a más de trescientos tipos a la vez. Luego nos dedicamos a caminar entre las hileras y a meterle un tiro en la cabeza a cualquiera que todavía respirara. Fue uno de los peores crímenes de guerra de todos los tiempos, ¿no crees? Pero, Chuck, era lo mínimo que podíamos hacer. Los jodidos periodistas no paraban de aplaudir. Los prisioneros estaban tan contentos que se les saltaban las lágrimas. Así que les entregamos unos cuantos guardias de asalto y los hicieron pedazos. Al final del día habíamos eliminado quinientas almas de la faz de la tierra. Los asesinamos a todos. No fue en defensa propia, ni en el fragor de una batalla. Fue un homicidio. Y con todo, la situación estaba muy clara, puesto que se merecían algo mucho peor. Hasta aquí muy bien, pero... ¿cómo puede vivir alguien con ese peso? ¿Cómo puedes explicarles a tus padres, a tu mujer y a tus hijos que has hecho una cosa así? ¿Que has ejecutado a gente desarmada? ¿Que has matado niños? Niños con pistolas y uniformes, pero niños de todas formas. La respuesta es... que no puedes contárselo. Nunca lo comprenderían, porque lo que has hecho ha sido por una buena razón, pero a la vez está mal hecho. Y nunca lo olvidas.” (p. 134)