Santiago de la Vorágine
LA LEYENDA DORADA (II)
Madrid, 1996, Alianza Editorial.
“En casa de un devoto de san Jadoc, en cierta ocasión, se desencadenó un fuego tan violento, que en poco rato cuanto había en ella quedó reducido a cenizas. A cenizas quedó reducida también la cuna en que dormía un niño de corta edad, hijo del hombre de quien estamos hablando. Pero, como este individuo era tan devoto del santo, pidiòle a su santo amigo que salvara la vida del niño, y cuando pudieron llegar al sitio en que se hallaba la cuna con el niño dentro, al tomar a éste en brazos, cuna, pañales, envueltas y ropitas del pequeño se desparramaron por el suelo, convertidas en pavesas, en tanto que la criatura estaba incólume. Evidentemente, san Jadoc había protegido al pequeño infante, puesto que sus tiernas carnes no sufrieron la menor chamuscadura de aquel fuego tan voraz e intenso que le quemó sus ropitas, abrasó maderas y hasta calcinó piedras. El niño creció, y años después, cuando tuvo edad adecuada para ello, ingresó como monje en el monasterio del santo que le había salvado la vida.” (Tomo-2, p. 837)
LA LEYENDA DORADA (II)
Madrid, 1996, Alianza Editorial.
“En casa de un devoto de san Jadoc, en cierta ocasión, se desencadenó un fuego tan violento, que en poco rato cuanto había en ella quedó reducido a cenizas. A cenizas quedó reducida también la cuna en que dormía un niño de corta edad, hijo del hombre de quien estamos hablando. Pero, como este individuo era tan devoto del santo, pidiòle a su santo amigo que salvara la vida del niño, y cuando pudieron llegar al sitio en que se hallaba la cuna con el niño dentro, al tomar a éste en brazos, cuna, pañales, envueltas y ropitas del pequeño se desparramaron por el suelo, convertidas en pavesas, en tanto que la criatura estaba incólume. Evidentemente, san Jadoc había protegido al pequeño infante, puesto que sus tiernas carnes no sufrieron la menor chamuscadura de aquel fuego tan voraz e intenso que le quemó sus ropitas, abrasó maderas y hasta calcinó piedras. El niño creció, y años después, cuando tuvo edad adecuada para ello, ingresó como monje en el monasterio del santo que le había salvado la vida.” (Tomo-2, p. 837)