miércoles, 13 de noviembre de 2019

Santiago de la Vorágine
LA LEYENDA DORADA (II)
Madrid, 1996, Alianza Editorial.



“En casa de un devoto de san Jadoc, en cierta ocasión, se desencadenó un fuego tan violento, que en poco rato cuanto había en ella quedó reducido a cenizas. A cenizas quedó reducida también la cuna en que dormía un niño de corta edad, hijo del hombre de quien estamos hablando. Pero, como este individuo era tan devoto del santo, pidiòle a su santo amigo que salvara la vida del niño, y cuando pudieron llegar al sitio en que se hallaba la cuna con el niño dentro, al tomar a éste en brazos, cuna, pañales, envueltas y ropitas del pequeño se desparramaron por el suelo, convertidas en pavesas, en tanto que la criatura estaba incólume. Evidentemente, san Jadoc había protegido al pequeño infante, puesto que sus tiernas carnes no sufrieron la menor chamuscadura de aquel fuego tan voraz e intenso que le quemó sus ropitas, abrasó maderas y hasta calcinó piedras. El niño creció, y años después, cuando tuvo edad adecuada para ello, ingresó como monje en el monasterio del santo que le había salvado la vida.” (Tomo-2, p. 837)

Alexandre Dumas
LEYENDAS DEL CÁUCASO Y DE LA ESTEPA
Madrid, 2005, Siruela,



"—Nubes de primavera, criaturas también de este mundo, ¿por qué os detenéis en las cimas de las peñas? ¿Por qué os detenéis en las cimas de las peñas, como si fuerais forajidos lesguios? Bien está que os guste vagar por las montañas y reposar en cumbres graníticas, cubiertas de nieve. Pero, caprichosos seres del aire, ¿no podríais entreteneros en algo que no sea absorber toda la humedad de nuestros pastos para arrojarla, más tarde, en bosques inaccesibles para el hombre, que no devuelven a nuestros valles sino cataratas de guijarros, tan parecidos a los huesos resecos de vuestras víctimas? Contemplad cómo nuestra pobre tierra muestra las bocas abiertas por millares. Se muere de sed, e implora un poco de lluvia. Fijaos en las temblorosas espigas: se quiebran en cuanto una mariposa comete la imprudencia de posarse en ellas; sin embargo, alzan la cabeza, al acecho de un poco de humedad, pero sólo para hacer frente a los rayos de un sol que las consume como el fuego. Los pozos están secos; las flores ya no huelen; se marchitan y caen al suelo las hojas de los árboles; los pastos se agostan, la granza se pierde; los grillos ya no pueden cantar, mientras las cigarras emiten sin cesar su metálico sonido; los búfalos se baten por un poco de barro húmedo, y nuestros jóvenes se pelean por dos gotas de agua. ¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué será de nosotros? La sequía es la madre del hambre; el hambre engendra la peste, y ésta es la hermana del bandidaje. ¡Fresca brisa de las montañas, tráenos en tus alas la bendición de Alá! Vosotras, nubes, que sois las ubres de la vida, derramad sobre esta tierra vuestra leche celestial. Tornaos tormentas, si así lo deseáis, pero refrescad estos parajes. Acabad con los pecadores, si tal es vuestro deseo, pero saciad a quienes son inocentes. Grises nubes, iguales que las alas de los ángeles, traednos un poco de fresco. ¡Venid, acudid, volad! Apresuraos: seréis más que bienvenidas.” (pp. 71-72)
[La cita pertenece a la novela corta La bola de nieve.]
Santiago de la Vorágine
LA LEYENDA DORADA (I)
Madrid, 1996, Alianza Editorial.


“Ayunamos en primavera para refrenar la lujuria, que procede de la influencia que la humedad del ambiente ejerce sobre nuestro cuerpo. Ayunamos en el verano para contener la tendencia a la avaricia, provocada en nosotros por la acción nociva del calor. Ayunamos en otoño para neutralizar la sequedad de la soberbia. Ayunamos, finalmente, en invierno para protegernos del frío, de la infidelidad y de la malicia.” (Tomo-1, p. 153)

“El padre ordenó:
-¿Llevadla ahora mismo de nuevo a la cárcel, y mañana, en cuanto amanezca, decapitadla!
En efecto, fue conducida otra vez a la cárcel. Aquella misma noche, su padre, que se llamaba Urbano, murió repentinamente.
Al muerto sucedió en el oficio otro hombre inicuo que mandó meter a Cristina en una cuna de hierro llena de aceite hirviendo a la que, para que más pronto el cuerpo de la doncella se friera, ordenó que agregaran resina y pez y que cuatro verdugos balancearan el recipiente. Mientras éstos mecían la cuna, Cristina daba gracias a Dios y luego, dirigiéndose a quienes le estaban aplicando tan horrendo suplicio, les dijo:
-Habéis tenido un gran acierto: puesto que acabo de renacer a la vida por el bautismo, resulta muy oportuno que me acunéis como a un niño pequeño.” (Tomo-1, pp. 395-396)

[El relato se refiere, obviamente, a santa Cristina.]

H. G. Wells
UNA UTOPÍA MODERNA (III)
librodot.com



“Nuestra generación ha visto levantarse contra ese universalismo una mugidora ola de reacción. Los grandes movimientos intelectuales que irradian de la obra de Darwin han acabado por coincidir en que la vida es una lucha entre los tipos inferiores y los tipos superiores; han impuesto la idea de que los valores específicos de supervivencia tienen un significado primordial en el desarrollo del mundo; y multitud de inteligencias inferiores han aplicado a los problemas humanos versiones complicadas y exageradas de tales generalizaciones. Los discípulos sociales y políticos de Darwin han confundido evidentemente la raza con la nacionalidad y han caído en el cepo natural de la vanidad patriótica. La resistencia que la clase gubernamental colonial ha opuesto a las primeras aplicaciones de las medidas liberales en las Indias, se ha expresado con gran elocuencia por boca de Kipling, en quien la falta de reflexión intelectual sólo es comparable a la extensión de sus facultades poiéticas. La busca de una base para una nueva síntesis de las simpatías adaptables, fundada en las afinidades lingüísticas, se debe en gran parte a la inexplicable afirmación de Max Müller, al decir que el lenguaje indica un parentesco, afirmación que conduce directamente a una etimología locamente especulativa y al descubrimiento de una raza céltica, de una raza teutónica, de una raza indoeuropea, y así sucesivamente. Un libro que ejerció también enorme influencia en esta materia, por efecto de su uso en la enseñanza, es la Short History of the English People, de J. R. Green, con sus grotescas teorías sobre el anglosajonismo. Ahora padece el mundo otro delirio respecto a las razas y a las luchas de las razas. El britano, olvidando a Defoe, el judío olvidando hasta la palabra prosélito, el alemán olvidando sus variaciones antropométricas, el italiano olvidándolo todo, están obsesionados por la singular pureza de su sangre y por el peligro de contaminación que representa la simple continuación de otras razas. Conforme a la ley según la cual toda agregación lleva consigo el desenvolvimiento de un espíritu de oposición a cuanto le es ajeno, se insiste en la intensificación de las definiciones de las razas; la indignidad, la inhumanidad, la incompatibilidad de las razas extrañas se van aumentando progresivamente. Esta ciencia bastarda explota la tendencia natural de todo ser humano a contemplarse a sí mismo y a los de su especie con una vanidad estúpida y a despreciar absurdamente toda desemejanza. Con la debilitación de las referencias nacionales, con la detención que precede a la reconstrucción de las creencias religiosas, estos prejuicios arbitrarios y quiméricos relativos a las razas se han hecho más formidables cada día. Modelan la política, modifican las leyes y tendrán una gran parte de responsabilidad en las guerras, las crueldades y los sufrimientos que un porvenir reserva a nuestro globo.
  No se trata ya, respecto de las razas, de generalizaciones demasiado extravagantes para la ardiente curiosidad de nuestros tiempos. Nunca se ha hecho una tentativa para determinar las diferencias entre las cualidades inherentes (que son las verdaderas diferencias de raza) y las diferencias artificiales debidas a la educación. Tampoco parece que se quiera aprovechar la lección que ofrecen las incidencias variables del proceso civilizador en una raza y otra raza. Los pueblos que ahora se hallan en su cuarto creciente político, son considerados como razas superiores, comprendiendo en estas razas al jornalero de las granjas de Sussex, al rufián del Bowery, al matón de Londres y al apache de París. A las razas que ahora no disfrutan de prosperidad política, como los egipcios, los griegos, los españoles, los moros, los chinos, los indios, los peruanos y todos los pueblos incivilizados, se las estima como razas inferiores, indignas de colocarse en pie de igualdad con las otras, indignas de asociarse a las otras, indignas de tener voz siquiera en los negocios humanos. Para la imaginación popular de la Europa Occidental, el chino es una especie de diablo amarillo, indescriptiblemente abominable en todos sus aspectos; los pueblos negros, con su crespa cabellera, su nariz aplastada y casi sin pantorrillas, se ven rechazados del seno de la humanidad. Estas supersticiones toman cuerpo según las líneas simplistas de la lógica popular. La despoblación del Estado Libre del Congo por los belgas, las horribles matanzas de chinos por la soldadesca europea durante la expedición a Pekín, se disculpan como parte penosa, pero necesaria, del proceso civilizador. La supresión universal de la esclavitud se efectuó en el siglo XIX a pesar de la fuerza recalcitrante de un necio orgullo que, ahora, animado por nuevas ilusiones, vuelve a adquirir preponderancia.” (Capítulo décimo: “Las razas en Utopía”; apartado 2)

[En la traducción de librodot.com existe una errata que hemos corregido aquí. Donde dice: “... por boca de Kipling, en quien la falta de reflexión intelectual sólo es comparable a la extensión de sus facultades poliéticas”, debería decir: “... por boca de Kipling, en quien la falta de reflexión intelectual sólo es comparable a la extensión de sus facultades poiéticas”, que es la errata que hemos subsanado. En el original en inglés (A modern Utopia; Thomas Nelson and Sons Ltd., London, sin fecha; p. 315; tomado de: archive.org), encontramos: “... in Mr. Kipling, whose want of intellectual deliberation is only equalled by his poietic power.”]









Knut Hamsun
PAN
Barcelona, 2006, Anagrama.



“A una milla por debajo de mí veo el mar. Está lloviendo y me encuentro en la montaña, una gran piedra me protege de la lluvia, me fumo una pipa, me fumo una pipa tras otra, y cada vez que la enciendo, el tabaco se mueve entre la ceniza como gusanillos candentes, al igual que los pensamientos hormiguean en mi cabeza. En el suelo, delante de mí, hay un montón de ramas secas procedentes de un nido despedazado de pájaro. Cual ese nido de pájaro se encuentra mi alma.” (p. 95)

“¡Gracias por esta noche solitaria, por las montañas, por el murmullo del mar y de la oscuridad, ese murmullo que atraviesa mi corazón! ¡Gracias por mi vida, por mi respiración, por vivir esta noche, doy gracias de todo corazón! ¡Escucha al este y al oeste, escucha! ¡Es el Dios eterno! Este silencio que murmura junto a mi oído es la sangre de la naturaleza hirviendo, Dios que entreteje al mundo y a mí. Veo una reluciente telaraña en el resplandor de la hoguera, oigo remar un bote en el puerto, la aurora boreal se desliza por el cielo al norte. ¡Por mi alma inmortal, también doy efusivamente las gracias por ser yo quien está sentado aquí!” (p. 107)

“Amo tres cosas, digo por fin. Amo un sueño que tuve antaño sobre el amor, te amo a ti y amo este trozo de tierra.
¿Y cuál amas más de las tres?
El sueño.” (p. 108)

“Al cabo de una hora mis sentidos empiezan a vibrar a un ritmo determinado, yo mismo resueno en el gran silencio. Veo la luna, posada en el cielo como una concha blanca, y me lleno de amor por ella, noto que me sonrojo. ¡Es la luna!, digo en silencio y con pasión, ¡es la luna! Y mi corazón se golpea contra ella en lentas palpitaciones. Dura unos minutos. Sopla una suave brisa, me llega un viento desconocido, una extraña presión atmosférica. ¿Qué es? Miro a mi alrededor y no veo a nadie. El viento me llama y mi alma se inclina receptiva hacia él, siento como si me elevaran de mi entorno, como si me estrecharan contra un pecho invisible, se me empañan los ojos, tiemblo. Dios está en algún lugar cercano contemplándome. También eso dura unos minutos. Vuelvo la cabeza, desaparece la extraña presión y veo algo parecido a la espalda de un espíritu que se aleja en silencio por el bosque...” (p. 111)

H. G. Wells
UNA UTOPÍA MODERNA (II)
librodot.com



“El desarrollo casi catastrófico de las nuevas maquinarias, el descubrimiento de materiales nuevos y la aparición de nuevas posibilidades sociales, gracias a las investigaciones organizadas de la ciencia material, han proporcionado facilidades enormes y sin precedente al espíritu de innovación. El viejo orden local está roto o a punto de romperse de un extremo a otro de la tierra; en todas partes los hombres bracean en medio del naufragio de sus convicciones arrastradas por la inundación, y, llenos de estupefacción, aún no se dan clara cuenta de lo que ha pasado. Las viejas ortodoxias locales de jerarquía y de preeminencia, las distracciones y las ocupaciones desde hace tanto tiempo aceptadas, el viejo ritual de conducta en las importantes pequeñas cosas de la vida diaria, y el viejo ritual del pensamiento en las cosas que alimentan la discusión, están despedazados, diseminados o mezclados de una manera discorde, usos y costumbres confundidos, sin que ninguna práctica universal de la tolerancia, ninguna aceptación cortés de las desigualdades, ningún acuerdo más amplio los haya reemplazado aún. Por eso reina soberanamente sobre la tierra y en la sociedad moderna una confusión antipática. Los unos son intolerantes para con los otros; todo contacto provoca las comparaciones, las agresiones, las persecuciones, las defecciones, y las gentes más sutiles y finas se ven atormentadas excesivamente por el sentimiento de que se las observe siempre con antipatía y frecuentemente con hostilidad. Vivir sin apartarse hasta cierto punto, de la masa, es imposible, y ese apartamiento se halla exactamente en proporción con la superioridad individual que se posea.” (Capítulo segundo: “Acerca de las libertades”; apartado 2)

Elia Barceló
EL CONTRINCANTE
Barcelona, 2004, Minotauro.



“Salió suavemente, preguntándose por qué tantos hombres querían estar solos cuando sufrían, por qué se negaban a dejarse ayudar. Quizá por temor a perder su imagen de macho fuerte, sin saber que las mujeres desean sentir que pueden ayudarlos, que el mejor regalo que pueden hacerles es mostrarles que con ellas no tienen que fingir y abrirles su alma, su debilidad, su dolor. No comprendían que sólo quien ha compartido la tristeza puede compartir plenamente la felicidad.” (p. 243)

H. G. Wells
UNA UTOPÍA MODERNA (I)
librodot.com



“Nunca podemos predecir cuál de nuestras bases, seguras aparentemente, quedará afectada por la próxima mudanza. ¡Qué locura la de soñar en la delimitación de nuestros espíritus con palabras, por generalizadas que estén, y proporcionar una terminología y un idioma a los infinitos misterios del porvenir! Nosotros seguimos el filón, extraemos y acumulamos nuestro tesoro, pero, ¿quién puede denunciar la dirección que tomará el filón? El lenguaje es el alimento del pensamiento y sólo sirve en cuanto sufre la acción de las fuerzas metabólicas; se convierte en idea, vive, y el mismo acto de vivir le acarrea la muerte. Vosotros, hombres de ciencia, con vuestras locuras de desear una terrible exactitud en el lenguaje y fundamentos indestructibles establecidos «para siempre», estáis maravillosamente desnudos de toda imaginación.” (Capítulo primero: “Consideraciones topográficas”; apartado 5 )