Knut Hamsun
PAN
Barcelona, 2006, Anagrama.
“A una milla por debajo de mí veo el mar. Está lloviendo y me encuentro en la montaña, una gran piedra me protege de la lluvia, me fumo una pipa, me fumo una pipa tras otra, y cada vez que la enciendo, el tabaco se mueve entre la ceniza como gusanillos candentes, al igual que los pensamientos hormiguean en mi cabeza. En el suelo, delante de mí, hay un montón de ramas secas procedentes de un nido despedazado de pájaro. Cual ese nido de pájaro se encuentra mi alma.” (p. 95)
“¡Gracias por esta noche solitaria, por las montañas, por el murmullo del mar y de la oscuridad, ese murmullo que atraviesa mi corazón! ¡Gracias por mi vida, por mi respiración, por vivir esta noche, doy gracias de todo corazón! ¡Escucha al este y al oeste, escucha! ¡Es el Dios eterno! Este silencio que murmura junto a mi oído es la sangre de la naturaleza hirviendo, Dios que entreteje al mundo y a mí. Veo una reluciente telaraña en el resplandor de la hoguera, oigo remar un bote en el puerto, la aurora boreal se desliza por el cielo al norte. ¡Por mi alma inmortal, también doy efusivamente las gracias por ser yo quien está sentado aquí!” (p. 107)
“Amo tres cosas, digo por fin. Amo un sueño que tuve antaño sobre el amor, te amo a ti y amo este trozo de tierra.
¿Y cuál amas más de las tres?
El sueño.” (p. 108)
“Al cabo de una hora mis sentidos empiezan a vibrar a un ritmo determinado, yo mismo resueno en el gran silencio. Veo la luna, posada en el cielo como una concha blanca, y me lleno de amor por ella, noto que me sonrojo. ¡Es la luna!, digo en silencio y con pasión, ¡es la luna! Y mi corazón se golpea contra ella en lentas palpitaciones. Dura unos minutos. Sopla una suave brisa, me llega un viento desconocido, una extraña presión atmosférica. ¿Qué es? Miro a mi alrededor y no veo a nadie. El viento me llama y mi alma se inclina receptiva hacia él, siento como si me elevaran de mi entorno, como si me estrecharan contra un pecho invisible, se me empañan los ojos, tiemblo. Dios está en algún lugar cercano contemplándome. También eso dura unos minutos. Vuelvo la cabeza, desaparece la extraña presión y veo algo parecido a la espalda de un espíritu que se aleja en silencio por el bosque...” (p. 111)
PAN
Barcelona, 2006, Anagrama.
“A una milla por debajo de mí veo el mar. Está lloviendo y me encuentro en la montaña, una gran piedra me protege de la lluvia, me fumo una pipa, me fumo una pipa tras otra, y cada vez que la enciendo, el tabaco se mueve entre la ceniza como gusanillos candentes, al igual que los pensamientos hormiguean en mi cabeza. En el suelo, delante de mí, hay un montón de ramas secas procedentes de un nido despedazado de pájaro. Cual ese nido de pájaro se encuentra mi alma.” (p. 95)
“¡Gracias por esta noche solitaria, por las montañas, por el murmullo del mar y de la oscuridad, ese murmullo que atraviesa mi corazón! ¡Gracias por mi vida, por mi respiración, por vivir esta noche, doy gracias de todo corazón! ¡Escucha al este y al oeste, escucha! ¡Es el Dios eterno! Este silencio que murmura junto a mi oído es la sangre de la naturaleza hirviendo, Dios que entreteje al mundo y a mí. Veo una reluciente telaraña en el resplandor de la hoguera, oigo remar un bote en el puerto, la aurora boreal se desliza por el cielo al norte. ¡Por mi alma inmortal, también doy efusivamente las gracias por ser yo quien está sentado aquí!” (p. 107)
“Amo tres cosas, digo por fin. Amo un sueño que tuve antaño sobre el amor, te amo a ti y amo este trozo de tierra.
¿Y cuál amas más de las tres?
El sueño.” (p. 108)
“Al cabo de una hora mis sentidos empiezan a vibrar a un ritmo determinado, yo mismo resueno en el gran silencio. Veo la luna, posada en el cielo como una concha blanca, y me lleno de amor por ella, noto que me sonrojo. ¡Es la luna!, digo en silencio y con pasión, ¡es la luna! Y mi corazón se golpea contra ella en lentas palpitaciones. Dura unos minutos. Sopla una suave brisa, me llega un viento desconocido, una extraña presión atmosférica. ¿Qué es? Miro a mi alrededor y no veo a nadie. El viento me llama y mi alma se inclina receptiva hacia él, siento como si me elevaran de mi entorno, como si me estrecharan contra un pecho invisible, se me empañan los ojos, tiemblo. Dios está en algún lugar cercano contemplándome. También eso dura unos minutos. Vuelvo la cabeza, desaparece la extraña presión y veo algo parecido a la espalda de un espíritu que se aleja en silencio por el bosque...” (p. 111)