miércoles, 13 de noviembre de 2019


H. G. Wells
UNA UTOPÍA MODERNA (III)
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“Nuestra generación ha visto levantarse contra ese universalismo una mugidora ola de reacción. Los grandes movimientos intelectuales que irradian de la obra de Darwin han acabado por coincidir en que la vida es una lucha entre los tipos inferiores y los tipos superiores; han impuesto la idea de que los valores específicos de supervivencia tienen un significado primordial en el desarrollo del mundo; y multitud de inteligencias inferiores han aplicado a los problemas humanos versiones complicadas y exageradas de tales generalizaciones. Los discípulos sociales y políticos de Darwin han confundido evidentemente la raza con la nacionalidad y han caído en el cepo natural de la vanidad patriótica. La resistencia que la clase gubernamental colonial ha opuesto a las primeras aplicaciones de las medidas liberales en las Indias, se ha expresado con gran elocuencia por boca de Kipling, en quien la falta de reflexión intelectual sólo es comparable a la extensión de sus facultades poiéticas. La busca de una base para una nueva síntesis de las simpatías adaptables, fundada en las afinidades lingüísticas, se debe en gran parte a la inexplicable afirmación de Max Müller, al decir que el lenguaje indica un parentesco, afirmación que conduce directamente a una etimología locamente especulativa y al descubrimiento de una raza céltica, de una raza teutónica, de una raza indoeuropea, y así sucesivamente. Un libro que ejerció también enorme influencia en esta materia, por efecto de su uso en la enseñanza, es la Short History of the English People, de J. R. Green, con sus grotescas teorías sobre el anglosajonismo. Ahora padece el mundo otro delirio respecto a las razas y a las luchas de las razas. El britano, olvidando a Defoe, el judío olvidando hasta la palabra prosélito, el alemán olvidando sus variaciones antropométricas, el italiano olvidándolo todo, están obsesionados por la singular pureza de su sangre y por el peligro de contaminación que representa la simple continuación de otras razas. Conforme a la ley según la cual toda agregación lleva consigo el desenvolvimiento de un espíritu de oposición a cuanto le es ajeno, se insiste en la intensificación de las definiciones de las razas; la indignidad, la inhumanidad, la incompatibilidad de las razas extrañas se van aumentando progresivamente. Esta ciencia bastarda explota la tendencia natural de todo ser humano a contemplarse a sí mismo y a los de su especie con una vanidad estúpida y a despreciar absurdamente toda desemejanza. Con la debilitación de las referencias nacionales, con la detención que precede a la reconstrucción de las creencias religiosas, estos prejuicios arbitrarios y quiméricos relativos a las razas se han hecho más formidables cada día. Modelan la política, modifican las leyes y tendrán una gran parte de responsabilidad en las guerras, las crueldades y los sufrimientos que un porvenir reserva a nuestro globo.
  No se trata ya, respecto de las razas, de generalizaciones demasiado extravagantes para la ardiente curiosidad de nuestros tiempos. Nunca se ha hecho una tentativa para determinar las diferencias entre las cualidades inherentes (que son las verdaderas diferencias de raza) y las diferencias artificiales debidas a la educación. Tampoco parece que se quiera aprovechar la lección que ofrecen las incidencias variables del proceso civilizador en una raza y otra raza. Los pueblos que ahora se hallan en su cuarto creciente político, son considerados como razas superiores, comprendiendo en estas razas al jornalero de las granjas de Sussex, al rufián del Bowery, al matón de Londres y al apache de París. A las razas que ahora no disfrutan de prosperidad política, como los egipcios, los griegos, los españoles, los moros, los chinos, los indios, los peruanos y todos los pueblos incivilizados, se las estima como razas inferiores, indignas de colocarse en pie de igualdad con las otras, indignas de asociarse a las otras, indignas de tener voz siquiera en los negocios humanos. Para la imaginación popular de la Europa Occidental, el chino es una especie de diablo amarillo, indescriptiblemente abominable en todos sus aspectos; los pueblos negros, con su crespa cabellera, su nariz aplastada y casi sin pantorrillas, se ven rechazados del seno de la humanidad. Estas supersticiones toman cuerpo según las líneas simplistas de la lógica popular. La despoblación del Estado Libre del Congo por los belgas, las horribles matanzas de chinos por la soldadesca europea durante la expedición a Pekín, se disculpan como parte penosa, pero necesaria, del proceso civilizador. La supresión universal de la esclavitud se efectuó en el siglo XIX a pesar de la fuerza recalcitrante de un necio orgullo que, ahora, animado por nuevas ilusiones, vuelve a adquirir preponderancia.” (Capítulo décimo: “Las razas en Utopía”; apartado 2)

[En la traducción de librodot.com existe una errata que hemos corregido aquí. Donde dice: “... por boca de Kipling, en quien la falta de reflexión intelectual sólo es comparable a la extensión de sus facultades poliéticas”, debería decir: “... por boca de Kipling, en quien la falta de reflexión intelectual sólo es comparable a la extensión de sus facultades poiéticas”, que es la errata que hemos subsanado. En el original en inglés (A modern Utopia; Thomas Nelson and Sons Ltd., London, sin fecha; p. 315; tomado de: archive.org), encontramos: “... in Mr. Kipling, whose want of intellectual deliberation is only equalled by his poietic power.”]