Santiago de la Vorágine
LA LEYENDA DORADA (I)
Madrid, 1996, Alianza Editorial.
“Ayunamos en primavera para refrenar la lujuria, que procede de la influencia que la humedad del ambiente ejerce sobre nuestro cuerpo. Ayunamos en el verano para contener la tendencia a la avaricia, provocada en nosotros por la acción nociva del calor. Ayunamos en otoño para neutralizar la sequedad de la soberbia. Ayunamos, finalmente, en invierno para protegernos del frío, de la infidelidad y de la malicia.” (Tomo-1, p. 153)
“El padre ordenó:
-¿Llevadla ahora mismo de nuevo a la cárcel, y mañana, en cuanto amanezca, decapitadla!
En efecto, fue conducida otra vez a la cárcel. Aquella misma noche, su padre, que se llamaba Urbano, murió repentinamente.
Al muerto sucedió en el oficio otro hombre inicuo que mandó meter a Cristina en una cuna de hierro llena de aceite hirviendo a la que, para que más pronto el cuerpo de la doncella se friera, ordenó que agregaran resina y pez y que cuatro verdugos balancearan el recipiente. Mientras éstos mecían la cuna, Cristina daba gracias a Dios y luego, dirigiéndose a quienes le estaban aplicando tan horrendo suplicio, les dijo:
-Habéis tenido un gran acierto: puesto que acabo de renacer a la vida por el bautismo, resulta muy oportuno que me acunéis como a un niño pequeño.” (Tomo-1, pp. 395-396)
[El relato se refiere, obviamente, a santa Cristina.]
LA LEYENDA DORADA (I)
Madrid, 1996, Alianza Editorial.
“Ayunamos en primavera para refrenar la lujuria, que procede de la influencia que la humedad del ambiente ejerce sobre nuestro cuerpo. Ayunamos en el verano para contener la tendencia a la avaricia, provocada en nosotros por la acción nociva del calor. Ayunamos en otoño para neutralizar la sequedad de la soberbia. Ayunamos, finalmente, en invierno para protegernos del frío, de la infidelidad y de la malicia.” (Tomo-1, p. 153)
“El padre ordenó:
-¿Llevadla ahora mismo de nuevo a la cárcel, y mañana, en cuanto amanezca, decapitadla!
En efecto, fue conducida otra vez a la cárcel. Aquella misma noche, su padre, que se llamaba Urbano, murió repentinamente.
Al muerto sucedió en el oficio otro hombre inicuo que mandó meter a Cristina en una cuna de hierro llena de aceite hirviendo a la que, para que más pronto el cuerpo de la doncella se friera, ordenó que agregaran resina y pez y que cuatro verdugos balancearan el recipiente. Mientras éstos mecían la cuna, Cristina daba gracias a Dios y luego, dirigiéndose a quienes le estaban aplicando tan horrendo suplicio, les dijo:
-Habéis tenido un gran acierto: puesto que acabo de renacer a la vida por el bautismo, resulta muy oportuno que me acunéis como a un niño pequeño.” (Tomo-1, pp. 395-396)
[El relato se refiere, obviamente, a santa Cristina.]