miércoles, 13 de noviembre de 2019


Alexandre Dumas
LEYENDAS DEL CÁUCASO Y DE LA ESTEPA
Madrid, 2005, Siruela,



"—Nubes de primavera, criaturas también de este mundo, ¿por qué os detenéis en las cimas de las peñas? ¿Por qué os detenéis en las cimas de las peñas, como si fuerais forajidos lesguios? Bien está que os guste vagar por las montañas y reposar en cumbres graníticas, cubiertas de nieve. Pero, caprichosos seres del aire, ¿no podríais entreteneros en algo que no sea absorber toda la humedad de nuestros pastos para arrojarla, más tarde, en bosques inaccesibles para el hombre, que no devuelven a nuestros valles sino cataratas de guijarros, tan parecidos a los huesos resecos de vuestras víctimas? Contemplad cómo nuestra pobre tierra muestra las bocas abiertas por millares. Se muere de sed, e implora un poco de lluvia. Fijaos en las temblorosas espigas: se quiebran en cuanto una mariposa comete la imprudencia de posarse en ellas; sin embargo, alzan la cabeza, al acecho de un poco de humedad, pero sólo para hacer frente a los rayos de un sol que las consume como el fuego. Los pozos están secos; las flores ya no huelen; se marchitan y caen al suelo las hojas de los árboles; los pastos se agostan, la granza se pierde; los grillos ya no pueden cantar, mientras las cigarras emiten sin cesar su metálico sonido; los búfalos se baten por un poco de barro húmedo, y nuestros jóvenes se pelean por dos gotas de agua. ¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué será de nosotros? La sequía es la madre del hambre; el hambre engendra la peste, y ésta es la hermana del bandidaje. ¡Fresca brisa de las montañas, tráenos en tus alas la bendición de Alá! Vosotras, nubes, que sois las ubres de la vida, derramad sobre esta tierra vuestra leche celestial. Tornaos tormentas, si así lo deseáis, pero refrescad estos parajes. Acabad con los pecadores, si tal es vuestro deseo, pero saciad a quienes son inocentes. Grises nubes, iguales que las alas de los ángeles, traednos un poco de fresco. ¡Venid, acudid, volad! Apresuraos: seréis más que bienvenidas.” (pp. 71-72)
[La cita pertenece a la novela corta La bola de nieve.]