Manuel Arroyo-Stephens
DE DONDE VIENE EL VIENTO (I)
Barcelona, 2024, Acantilado.
“Único entre los arrepentidos era Dionisio Ridruejo, escritor de una cordialidad y una inteligencia extraordinarias, el único que podía hablar de Franco habiéndolo tratado personalmente. Cuando él venía, los demás escuchábamos fascinados sus anécdotas. Un día alguien le preguntó cuál era el secreto de la longevidad de Franco y contestó sin dudar: Dejar hacer. ¿El secreto del poder? La indiferencia, dijo Ridruejo. El poeta Gerardo Diego se sentaba enfrente de mi mesa y se ponía a hablar con los ojos cerrados, contando anécdotas de Huidobro y de Vallejo, a los que había introducido en España y tratado íntimamente antes de la guerra civil. De las orejas le salían unos pelos largos y gruesos que parecían antenas. Su pasión era tocar el piano que había comprado ahorrando peseta a peseta con su pobre sueldo de profesor de instituto. Las malas lengua aseguraban que se había pasado al bando nacional cuando comprendió que tendría que elegir entre el exilio y el piano que tenía en su casa de Madrid. Eligió el piano y se puso a escribir poemas elogiando la sonrisa del caudillo y las alas negras de la aviación de Mussolini, que bombardeaba sin piedad las indefensas ciudades españolas. Su queja recurrente era no recibir regalías por su soneto al ciprés del monasterio de Silos. Figuraba en todas las antologías y en todos los libros de texto, pero no se pagaban derechos de autor por un solo poema. El novelista Torrente Ballester, camisa vieja de la Falange, miope y curioso, era un gran conversador. Presentaba sus libros en el sótano de la librería y, aunque sostenía que no había leído ni a Joyce ni a Faulkner, se apuntó al realismo mágico con La saga / fuga de J. B., que no ha conseguido acabar nadie en el mundo conocido. El poeta y profesor Dámaso Alonso acudía a muchas presentaciones de libros. Aprovechaba la ocasión para llenarse los bolsillos de la chaqueta de avellanas y almendras que se comía en su casa. El más generoso y cariñoso era Juan Benet, el de más talento como novelista y el que menos importancia se daba.” (pp. 114-115)