martes, 31 de enero de 2012

Ian Gibson
VIENTO DEL SUR
Barcelona, 2001, Plaza y Janés.




“Estoy convencido de que el miedo es el peor enemigo del hombre. Si nos lo meten en el alma cuando somos niños, se instala permanentemente en las profundidades de nuestro ser y nos convierte indefectiblemente en cobardes, en sumisos y castrados incapaces de reaccionar libremente ante los retos y los peligros objetivos y reales de la vida, que bastantes hay. (...)
   Toda mi vida ha sido una lucha por tratar de superar el miedo que me transmitieron los míos, sobre todo el miedo a la muerte. Muchas veces he sucumbido ante sus embates, otras les he ganado la partida. Pero nunca me ha abandonado.” (pp. 34-35) 

“En la misma línea recuerdo mi asombro ante el descubrimiento, aquel lejano verano, de los formidables tacos del país. No había leído todavía Por quién doblan las campanas, de modo que dichas expresiones me cogieron absolutamente desprevenido. (...) <<Joder>> era sin duda el más corriente entre los madrileños, pero también se hacía un uso liberal de <<cagar>>. Oía incrédulo frases como <<me cago en la mar>> o <<me cago en la madre que le parió>>. Pululaban las <<putadas>>, las <<mariconadas>>... y, por supuesto, había <<coños>> por todos lados. Pero lo que más me chocó fue la mezcla de lo sagrado y lo escatológico. Había gente que se cagaba en Dios, el copón y la hostia. Me parecía increíble, tratándose de un país católico. Se decían cosas que en Inglaterra habrían sido dignas de un juzgado de guardia, pero que en Madrid parecían normales y corrientes. Aún no lo entiendo.
   Ello me recuerda el chiste de Sender en su divertida La tesis de Nancy. A la ingenua norteamericana con poco dominio del idioma le extraña la reiterada presencia de la palabra <<hostia>> en las conversaciones que oye a su alrededor. Finalmente saca su conclusión, escribiendo a una amiga (cito de memoria): <<Los españoles son muy, muy católicos. A veces en la calle, excitándose mucho, hasta ofrecen hostias a los demás. Esta misma mañana oí a uno que decía: ¡Te voy a dar una hostia! Su amigo se puso muy nervioso, no sé por qué.>>” (p. 97)