TODOS LOS HERMOSOS CABALLOS
Madrid, 2001, Debate.
“Cuando tenían tres caballos
trabados, resoplando y mirando con furia a su alrededor, varios vaqueros se
habían reunido ante la puerta tomando café en actitud ociosa y observando el
proceso. A media mañana había ocho caballos atados y los otros ocho, más
salvajes que ciervos, se dispersaban y agrupaban junto a la cerca, corriendo en
un creciente mar de polvo a medida que aumentaba el calor del día, dándose
cuenta lentamente de la brutalidad de esta conversión de sus seres fluidos y
colectivos en aquel estado de parálisis separada e impotente que parecía
atacarles como una plaga insidiosa. La totalidad de los vaqueros había venido
del barracón a observarlos y a mediodía los dieciséis mesteños se hallaban
atados en el potrero a sus propios ronzales, mirando en todas direcciones, rota
toda comunión entre ellos. Parecían animales atados por niños para divertirse y
estaban esperando sin saber qué, con la voz del domador resonando todavía en
sus cerebros como la voz de un dios llegado para habitarlos.” (p. 102)
“Las cicatrices tienen el extraño
poder de recordarnos que nuestro pasado es real. Los sucesos que las causan no
se pueden olvidar nunca, ¿verdad?” (p. 131)