domingo, 2 de septiembre de 2012

Cormac McCarthy
TODOS LOS HERMOSOS CABALLOS
Madrid, 2001, Debate.


“Cuando tenían tres caballos trabados, resoplando y mirando con furia a su alrededor, varios vaqueros se habían reunido ante la puerta tomando café en actitud ociosa y observando el proceso. A media mañana había ocho caballos atados y los otros ocho, más salvajes que ciervos, se dispersaban y agrupaban junto a la cerca, corriendo en un creciente mar de polvo a medida que aumentaba el calor del día, dándose cuenta lentamente de la brutalidad de esta conversión de sus seres fluidos y colectivos en aquel estado de parálisis separada e impotente que parecía atacarles como una plaga insidiosa. La totalidad de los vaqueros había venido del barracón a observarlos y a mediodía los dieciséis mesteños se hallaban atados en el potrero a sus propios ronzales, mirando en todas direcciones, rota toda comunión entre ellos. Parecían animales atados por niños para divertirse y estaban esperando sin saber qué, con la voz del domador resonando todavía en sus cerebros como la voz de un dios llegado para habitarlos.” (p. 102)

“Las cicatrices tienen el extraño poder de recordarnos que nuestro pasado es real. Los sucesos que las causan no se pueden olvidar nunca, ¿verdad?” (p. 131)