H. G. Wells
LA ISLA DEL DOCTOR MOREAU
Madrid, 1975, Nostromo.
“Durante el primer
mes o poco más, los hombres-bestias, comparados con el estado en que se
hallaban en su anterior condición, se portaron de un modo bastante humano y uno
o dos de ellos, además de mi canino amigo, llegaron a conseguir que les
dispensara una amistosa tolerancia. El pequeño perezoso rosado desplegó un
extraño afecto hacia mí y me seguía a todas partes. Sin embargo, el hombre-mono
me fastidiaba sobremanera. Basándose en que poseía cinco dedos, pretendía ser
mi igual y estaba siempre charlando conmigo soltando las más descaradas
sandeces. Sólo me divertía una cosa de él: tenía una fantástica habilidad para
inventar nuevas palabras. Tenía el criterio, creo, de que chapurrear nombres
que no significan nada era un modo apropiado de hablar. Llamaba a eso <<grandes ideas>>, para
diferenciarlas de las <<pequeñas ideas>>, o sea, las que traducían los sensatos intereses de la vida cotidiana.
Si le hacía alguna observación que él no comprendía, la alababa mucho y me
pedía que se la repitiera para aprendérsela de memoria; luego iba repitiendo la
frase por todas partes, con alguna palabra equivocada, para asombrar a los más
ingenuos hombres-bestias. Despreciaba todo cuanto era sencillo y comprensible.
Llegué, incluso, a inventar algunas <<grandes ideas>> para su uso particular. Creo sinceramente que era la criatura más
necia con quien me he cruzado; había desarrollado maravillosamente la
característica necedad del hombre sin perder ni un ápice de la natural
imbecilidad del mono.” (pp. 188-189)