domingo, 16 de septiembre de 2012

H. G. Wells
LA ISLA DEL DOCTOR MOREAU
Madrid, 1975, Nostromo.


“Durante el primer mes o poco más, los hombres-bestias, comparados con el estado en que se hallaban en su anterior condición, se portaron de un modo bastante humano y uno o dos de ellos, además de mi canino amigo, llegaron a conseguir que les dispensara una amistosa tolerancia. El pequeño perezoso rosado desplegó un extraño afecto hacia mí y me seguía a todas partes. Sin embargo, el hombre-mono me fastidiaba sobremanera. Basándose en que poseía cinco dedos, pretendía ser mi igual y estaba siempre charlando conmigo soltando las más descaradas sandeces. Sólo me divertía una cosa de él: tenía una fantástica habilidad para inventar nuevas palabras. Tenía el criterio, creo, de que chapurrear nombres que no significan nada era un modo apropiado de hablar. Llamaba a eso <<grandes ideas>>, para diferenciarlas de las <<pequeñas ideas>>, o sea, las que traducían los sensatos intereses de la vida cotidiana. Si le hacía alguna observación que él no comprendía, la alababa mucho y me pedía que se la repitiera para aprendérsela de memoria; luego iba repitiendo la frase por todas partes, con alguna palabra equivocada, para asombrar a los más ingenuos hombres-bestias. Despreciaba todo cuanto era sencillo y comprensible. Llegué, incluso, a inventar algunas <<grandes ideas>> para su uso particular. Creo sinceramente que era la criatura más necia con quien me he cruzado; había desarrollado maravillosamente la característica necedad del hombre sin perder ni un ápice de la natural imbecilidad del mono.” (pp. 188-189)