domingo, 17 de mayo de 2015

Émile Durkheim
EL SUICIDIO (I)
Buenos Aires, 2004, Losada.



“La mejor explicación es la comparación. Una investigación científica no puede concluirse con éxito más que si se apoya en hechos comparables, y cuantos más hechos reúna que puedan ser comparados con provecho, más posibilidades tendrá de lograr su objetivo.” (pp. 17-18)
 
“La intención es algo demasiado íntimo para poder adivinarla desde fuera con algo más que burdas aproximaciones. Se oculta incluso a una observación interior. ¡Cuántas veces nos equivocamos sobre las verdaderas razones que nos impelen a actuar! Continuamente explicamos por pasiones generosas o consideraciones elevadas, actos que nos han sido inspirados por pequeños sentimientos o incluso por una ciega rutina.” (p. 20)

“Estas observaciones preliminares nos previenen de que el sociólogo debería ser muy prudente cuando trata de determinar la influencia de las razas en un fenómeno social cualquiera. Porque, para poder resolver tales problemas, habría que saber antes cuáles son las diferentes razas y en qué se diferencian unas de otras. Esta precaución es tanto más necesaria cuanto que esta incertidumbre de la antropología pudiera muy bien deberse al hecho de que la palabra raza no se corresponde ya actualmente con nada definido. Por una parte, las razas originales ya no tienen más que un interés paleontológico, y, por otra, esos grupos más limitados, a los que se les aplica hoy ese nombre, parecen no ser más que pueblos o sociedades de pueblos, hermanos de civilización más que de sangre. La raza concebida así termina casi por confundirse con la nacionalidad.” (pp. 85-86)

“No hay que olvidar que el niño también está sometido a los efectos de las causas sociales y que éstas pueden bastar para empujarle al suicidio. Lo que demuestra su influencia incluso en este caso, es que los suicidios de niños varían según el medio social. En ninguna parte son tan numerosos como en las grandes ciudades. Porque tampoco en ninguna parte la vida social comienza tan temprano para el niño, como demuestra la precocidad que caracteriza al pequeño ciudadano. Iniciado antes y de forma más completa en la vorágine de la civilización, sufre también antes y de forma más completa sus efectos. Por eso, en los países más civilizados, el número de los suicidios infantiles aumenta con una deplorable regularidad.” (pp. 108-109)