domingo, 17 de mayo de 2015

Émile Durkheim
EL SUICIDIO (II)
Buenos Aires, 2004, Losada.


 
“Antes de examinar los hechos, conviene establecer el sentido de las palabras. Los sociólogos están tan habituados a emplear los términos sin definirlos, es decir, a no determinar ni circunscribir metódicamente el orden de las cosas de que hablan, que sucede continuamente que una misma expresión se extiende, a sus espaldas, desde el concepto al que apuntaba originariamente o parecía apuntar, a otras nociones más o menos vecinas. En estas condiciones, la idea acaba por convertirse en algo tan ambiguo que hace imposible la discusión. Porque, al no tener un contorno definido, puede transformarse casi a voluntad según las necesidades de la causa y sin que le sea posible a la crítica prever por adelantado todos los diversos aspectos que es susceptible de adquirir.” (p. 142)

“Lejos la ciencia de ser la fuente del mal, es el único remedio de que disponemos. Una vez que las creencias admitidas han sido arrastradas por el curso de los acontecimientos, no se las puede reponer artificialmente; y sólo la reflexión puede ayudarnos a comportarnos en la vida. Una vez que el instinto social se ha embotado, la inteligencia es la única guía que nos queda y también la única que puede favorecer nuestra conciencia. Por peligrosa que sea la empresa, la duda no está permitida, pues no tenemos elección. ¿Todos aquellos que no asisten sin inquietud y sin tristeza a la ruina de las viejas creencias, que son conscientes de todas las dificultades de esos períodos críticos, que no acusen a la ciencia de un mal del que ella no es la causa, sino todo lo contrario, el remedio! ¡Que eviten el considerarla una enemiga! No tiene el efecto disolvente que se le supone, sino que es más bien el único arma que permite luchar contra la disolución de la que ella procede. Prohibirla no es una solución. No es imponiéndoles silencio como se devolverá su autoridad a las tradiciones desaparecidas; no conseguiremos más que sentirnos más impotentes todavía para reemplazarlas. Es cierto que hay que evitar con el mismo cuidado ver en la cultura un fin que se basta a sí mismo, cuando no es más que un medio. Si no es encadenando artificialmente a las mentes como se las hace renunciar a su independencia, tampoco basta con liberarlas para devolverles su equilibrio. Es necesario que empleen esta libertad de un modo conveniente.” (pp. 214-215)

“Llegamos por tanto a esta conclusión general: el suicidio varía en razón inversa al grado de cohesión de los grupos sociales de los que forma parte el individuo.” (p. 273)