Ignacio Martínez de Pisón
LA BUENA REPUTACIÓN
Barcelona, 2014, Seix Barral.
“Ocurría, simplemente que los problemas de la vida real quedaban reducidos a bien poca cosa cuando se ponía a escribir sobre ellos, y cualquier detalle que un rato antes podía haberla irritado o enfurecido parecía desactivarse en cuanto pasaba a formar parte del texto. El mero hecho de escribir la colocaba por encima del mundo, la hacía volar hasta una cumbre indeterminada desde la que todo parecía pequeño, insignificante, y en la que resultaba más fácil estar a buenas consigo misma y con los demás. Era como estar contemplando el presente desde un futuro lejano, cuando de esas heridas apenas si quedara el recuerdo de la cicatriz. Eso le proporcionaba, ¿cómo decirlo?, grandeza.” (p. 259)
“Pero ocurrió justo al revés. A medida que el paso de los días iba atenuando el miedo a la justicia, la culpa emergía como un islote en mitad de la niebla: rocosa, intacta, irreductible. La culpa estaba en todas partes. Era como un barniz que, aplicado sobre la realidad, la degradaba hasta volverla intolerable. La ciudad le hastiaba, los días soleados le repelían por soleados y los nublados por nublados, la gente le parecía hostil y chabacana, hasta la comida había perdido sabor... No encontraba nada a su alrededor que le procurara un mínimo de alivio o satisfacción, y todo le exigía un esfuerzo inmenso del que no se sentía capaz.”
LA BUENA REPUTACIÓN
Barcelona, 2014, Seix Barral.
“Ocurría, simplemente que los problemas de la vida real quedaban reducidos a bien poca cosa cuando se ponía a escribir sobre ellos, y cualquier detalle que un rato antes podía haberla irritado o enfurecido parecía desactivarse en cuanto pasaba a formar parte del texto. El mero hecho de escribir la colocaba por encima del mundo, la hacía volar hasta una cumbre indeterminada desde la que todo parecía pequeño, insignificante, y en la que resultaba más fácil estar a buenas consigo misma y con los demás. Era como estar contemplando el presente desde un futuro lejano, cuando de esas heridas apenas si quedara el recuerdo de la cicatriz. Eso le proporcionaba, ¿cómo decirlo?, grandeza.” (p. 259)
“Pero ocurrió justo al revés. A medida que el paso de los días iba atenuando el miedo a la justicia, la culpa emergía como un islote en mitad de la niebla: rocosa, intacta, irreductible. La culpa estaba en todas partes. Era como un barniz que, aplicado sobre la realidad, la degradaba hasta volverla intolerable. La ciudad le hastiaba, los días soleados le repelían por soleados y los nublados por nublados, la gente le parecía hostil y chabacana, hasta la comida había perdido sabor... No encontraba nada a su alrededor que le procurara un mínimo de alivio o satisfacción, y todo le exigía un esfuerzo inmenso del que no se sentía capaz.”