sábado, 19 de marzo de 2016


Cornelius Castoriadis
EL AVANCE DE LA INSIGNIFICANCIA (III)
Buenos Aires, 1997, EUDEBA.


“Por el contrario hay algo que es la especificidad, la singularidad y el pesado privilegio de Occidente: esta secuencia histórico-social que comienza con Grecia y vuelve a aparecer, a partir del siglo XI, en Europa occidental, es la única en la que se ve aparecer un proyecto de libertad, de autonomía individual y colectiva, de crítica y de autocrítica: el discurso de la denuncia de Occidente es la más impactante confirmación de la misma. Pues somos capaces en Occidente, al menos algunos de nosotros, de denunciar el totalitarismo y el colonialismo, la trata de negros o la exterminación de los indios en América. Pero no he visto a los descendientes aztecas, a los hindúes o a los chinos hacer una autocrítica análoga, y sigo viendo hoy a los japoneses negar las atrocidades que cometieron durante la Segunda Guerra Mundial. Los árabes denuncian sin cesar su colonización hecha por los europeos, imputándole todos los males que sufren -la miseria, la falta de democracia, la detención del desarrollo de la cultura árabe, etc.-. Pero la colonización de algunos países árabes hecha por los europeos duró, en el peor de los casos, ciento treinta años: es el caso de Argelia, de 1830 a 1962. Sin embargo, estos mismos árabes fueron reducidos al esclavismo y colonizados por los turcos durante cinco siglos. La dominación turca en el cercano Oriente comienza en el siglo XV y termina en 1918. Pero resulta que como los turcos eran musulmanes, los árabes no hablan de esto. La difusión de la cultura árabe se detuvo hacia el siglo XI, a lo sumo en el siglo XII, ocho siglos antes de que fuera objeto de una conquista por Occidente. Y esta misma cultura se había forjado sobre la conquista, sobre la exterminación y/o la conversión más o menos forzada de las poblaciones conquistadas. En Egipto, en el año 550 de nuestra era, no había árabes, no más que en Libia, en Argelia, en Marruecos o en Irak. Están allí como descendientes de los conquistadores que vinieron a colonizar estos países y a convertir, por las buenas o por las malas, a las poblaciones locales. No obstante, no veo ninguna crítica de estos hechos en el círculo de las civilizaciones árabes. Asimismo, se habla de la trata de negros por los europeos a partir del siglo XVI, pero nunca se dice que la trata y la reducción sistemática de negros a la esclavitud fueron introducidas en África por los mercaderes árabes a partir del siglo XI y XII (con la participación cómplice, como de costumbre, de los reyes y jefes de las tribus negras), que la esclavitud nunca fue abolida espontáneamente en ningún país islámico y que aún subsiste en cierto número de ellos. No digo que todo esto borre los crímenes cometidos por los occidentales, solamente digo esto: que la especificidad de la civilización occidental es esta capacidad de cuestionarse y autocriticarse. Hay en la historia occidental, como en todas las otras, atrocidades y horrores, pero sólo Occidente creó esta capacidad de cuestionamiento interno, de puesta en cuestión de sus propias instituciones y de sus propias ideas, en nombre de una discusión razonable entre seres humanos que sigue estando indefinidamente abierta y que no está sujeta a ningún dogma último.” (pp. 116-118)