Stephen King
DESPUÉS Barcelona, 2021, Plaza & Janés.
“Seguía viendo muertos de vez en cuando (y seguramente de algunos ni me percaté, ya que parecían personas normales a menos que te arrimaras o que hubieran muerto por heridas visibles). Te hablaré de uno, aunque no tiene nada que ver con mi relato principal. Era un niño más o menos de la misma edad que tenía yo el día en que vi a la señora Burkett. Estaba plantado en la mediana que discurre por el centro de Park Avenue, vestido con unos pantalones cortos de color rojo y una camiseta de Star Wars. Estaba pálido como el papel. Tenía los labios azules. Y creo que intentaba llorar, aunque no había lágrimas. Como me resultaba vagamente familiar, crucé los dos carriles y le pregunté qué le pasaba. Bueno. Aparte de estar muerto.
-¡No sé cómo volver a casa!
-¿Sabes cuál es la dirección?
-Vivo en la Segunda Avenida, en el número 490, apartamento 16B. -Lo recitó como si fuera una grabación.
-Vale -dije-, está muy cerca. Vamos, chaval. Te llevaré hasta allí.
Era un edificio llamado Kips Bay Court. Cuando llegamos, se sentó en la acera. Ya no lloraba, y empezaba a asomar esa expresión a la deriva que adoptan todos. No me gustaba la idea de dejarlo allí, pero no sabía qué más podía hacer. Antes de marcharme, le pregunté cómo se llamaba y me dijo que Richard Scarlatti. De pronto supe dónde lo había visto. Su foto salía en NY1. Unos chicos mayores lo habían ahogado en el Lago de los Cisnes, que está en Central Park. Esos chicos lloraban cagados de miedo y decían que solo hacían el ganso. Quizá fuera cierto. Quizá entienda todas esas cosas después, pero no lo creo, la verdad.” (p. 174)
-¡No sé cómo volver a casa!
-¿Sabes cuál es la dirección?
-Vivo en la Segunda Avenida, en el número 490, apartamento 16B. -Lo recitó como si fuera una grabación.
-Vale -dije-, está muy cerca. Vamos, chaval. Te llevaré hasta allí.
Era un edificio llamado Kips Bay Court. Cuando llegamos, se sentó en la acera. Ya no lloraba, y empezaba a asomar esa expresión a la deriva que adoptan todos. No me gustaba la idea de dejarlo allí, pero no sabía qué más podía hacer. Antes de marcharme, le pregunté cómo se llamaba y me dijo que Richard Scarlatti. De pronto supe dónde lo había visto. Su foto salía en NY1. Unos chicos mayores lo habían ahogado en el Lago de los Cisnes, que está en Central Park. Esos chicos lloraban cagados de miedo y decían que solo hacían el ganso. Quizá fuera cierto. Quizá entienda todas esas cosas después, pero no lo creo, la verdad.” (p. 174)