miércoles, 20 de septiembre de 2023

Aldous Huxley
EL GENIO Y LA DIOSA
Barcelona, 2009, Edhasa.


 

“—Lo fastidioso en la novela —dijo John Rivers— es que tiene demasiado sentido. La realidad nunca lo tiene.
—¿Nunca? —pregunté.
—Tal vez lo tenga para Dios —admitió—. Nunca para nosotros. La novela tiene unidad, tiene estilo. Los hechos no poseen ni una cosa ni otra. En crudo, la existencia siempre es un estúpido suceso tras otro y cada estúpido suceso es simultáneamente Thurber y Miguel Ángel, simultáneamente Mickey Spillane y Tomás de Kempis. El criterio de la realidad es su intrínseca falta de relación.” (p. 9)

“¿No recuerda qué agudas eran sus sensaciones de niño, qué intensamente lo sentía todo? El deleite de las fresas y la crema, el horror del pescado, el infierno del aceite de ricino… ¡Y la tortura de tener que levantarse y recitar delante de toda la clase! La inexpresable alegría de sentarse junto al cochero, sintiendo el olor a sudor de caballo y a cuero, con la blanca carretera prolongándose hacia el infinito y el lento despliegue de los trigales y las huertas al paso del coche, ese abrirse y cerrarse de los campos como enormes abanicos… Cuando se es niño, nuestra mente es como una especie de solución saturada de sentimiento, como una suspensión de todas las emociones, pero en estado latente, en condiciones de indeterminación. A veces son las circunstancias externas el agente cristalizador y a veces nuestra propia imaginación. Cuando queremos una emoción determinada, buscamos deliberadamente en nosotros mismos hasta obtenerla: un brillante cristal rosado de placer, un verde o amoratado trozo de miedo… Porque el miedo, desde luego, es una emoción como cualquier otra; es una horrible clase de diversión.” (pp. 33-34)  

“¡Qué abismo entre impresión y expresión! Ahí está la ironía de nuestro destino: tener sentimientos shakesperianos y (a menos que tengamos la suerte de uno a mil millones de ser realmente Shakespeare), hablar de ellos como vendedores de automóviles, jovencitas o profesores. Practicamos la alquimia al revés: tocamos oro y lo convertimos en plomo; tocamos la lírica pura de la experiencia y la convertimos en los equivalentes verbales de mondongo y bazofia.” (p. 44)