jueves, 28 de enero de 2016


Jorge Luis Borges
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA
Madrid, 1975, Alianza Emecé.



“Era un hombre ruinoso y monumental. El pescuezo era corto, como de toro, el pecho inexpugnable, los brazos peleadores y largos, la nariz rota, la cara aunque historiada de cicatrices menos importante que el cuerpo, las piernas chuecas como de jinete o de marinero. Podía prescindir de camisa como también de saco, pero no de una galerita rabona sobre la ciclópea cabeza. Los hombres cuidan su memoria. Físicamente, el pistolero convencional de los films es un remedo suyo, no del epiceno y fofo Capone. De Wolheim dicen que lo emplearon en Hollywood porque sus rasgos aludían directamente a los del deplorado Monk Eastman... Éste solía recorrer su imperio forajido con una paloma de plumaje azul en el hombro, igual que un toro con un benteveo en el lomo.
Hacia 1894 abundaban los salones de bailes públicos en la ciudad de Nueva York. Eastman fue el encargado en uno de ellos de mantener el orden. La leyenda refiere que el empresario no lo quiso atender y que Monk demostró su capacidad demoliendo con fragor el par de gigantes que detentaban el empleo. Lo ejerció hasta 1899, temido y solo.
Por cada pendenciero que serenaba, hacía con el cuchillo una marca en el brutal garrote. Cierta noche, una calva resplandeciente que se inclinaba sobre un bock de cerveza le llamó la atención y la desmayó de un mazazo. «¡Me faltaba una marca para cincuenta!», exclamó después.” (pp. 57-58)
[Louis Wolheim fue un actor norteamericano y Edward "Monk" Eastman un célebre gangster de Nueva York. La cita pertenece al relato El proveedor de iniquidades Monk Eastman. A juzgar por otras ediciones que he consultado, la que utilizo debe de contener una errata, y donde dice “Éste solía recorrer su imperio” debería decir “Éste salía a recorrer su imperio”.]

J.D. Salinger
EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO
Madrid, 1997, Alianza Editorial.



“-Bueno, lo mismo da. Una vez que los dejes atrás, comenzarás a acercarte —si ese es tu deseo y tu esperanza— a un tipo de conocimiento muy querido de tu corazón. Entre otras cosas, verás que no eres la primera persona a quien la conducta humana ha confundido, asustado, y hasta asqueado. Te alegrará y te animará saber que no estás solo en ese sentido. Son muchos los hombres que han sufrido moral y espiritualmente del mismo modo que tú. Felizmente, algunos de ellos han dejado constancia de su sufrimiento. Y de ellos aprenderás si lo deseas. Del mismo modo que alguien aprenderá algún día de ti si sabes dejar una huella. Se trata de un hermoso intercambio que no tiene nada que ver con la educación. Es historia. Es poesía.
Se detuvo y dio un largo sorbo a su bebida. Luego volvió a la carga. ¡Jo! ¡Se había disparado! No traté de pararle ni nada.
-Con esto no quiero decir que sólo los hombres cultivados puedan hacer una contribución significativa a la historia de la humanidad. No es así. Lo que sí afirmo, es que si esos hombres cultos tienen además genio creador, lo que desgraciadamente se da en muy pocos casos, dejan una huella mucho más profunda que los que poseen simplemente un talento innato. Tienden a expresarse con mayor claridad y a llevar su línea de pensamiento hasta las últimas consecuencias. Y lo que es más importante, el noventa por ciento de las veces tienen mayor humildad que el hombre no cultivado. ¿Me entiendes lo que quiero decir?
-Si, señor.
Permaneció un largo rato en silencio. No sé si les habrá pasado alguna vez, pero es muy difícil estar esperando a que alguien termine de pensar y diga algo. Dificilísimo. Hice esfuerzos por no bostezar. No es que estuviera aburrido -no lo estaba-, pero de repente me había entrado un sueño tremendo.
-La educación académica te proporcionará algo más. Si la sigues con constancia, al cabo de un tiempo comenzará a darte una idea de la medida de tu inteligencia. De qué puede abarcar y qué no puede abarcar. Poco a poco comenzarás a discernir qué tipo de pensamiento halla cabida más cómodamente en tu mente. Y con ello ahorrarás tiempo porque ya no tratarás de adoptar ideas que no te van, o que no se avienen a tu inteligencia. Sabrás cuáles son exactamente tus medidas intelectuales y vestirás a tu mente de acuerdo con ellas.” (pp. 202-203)



Eckhart Tolle
EL PODER DEL AHORA
Móstoles, 2001, Gaia.



“Ahora, considera esta idea: si no hubiera más que silencio, el silencio mismo no existiría para ti; no sabrías qué es. Sólo cuando aparece el sonido puede existir el silencio. Asimismo, si sólo hubiera espacio y no hubiera ningún objeto en él, tampoco existiría para ti. Imagina que eres un punto de conciencia flotando en la enormidad del espacio: no hay estrellas, no hay galaxias, sólo vacío. De repente, el espacio dejaría de ser tan vasto; ya no sería en absoluto. No habría velocidad, ni movimiento de un punto a otro. Para que existan el espacio y la distancia se necesitan al menos dos puntos de referencia. El espacio se genera en el momento en el que el Uno se convierte en dos, y a medida que el «dos» da lugar a las «diez mil cosas», como Lao Tse llama al mundo manifestado, el espacio se amplía más y más. De modo que mundo y espacio surgen simultáneamente.
Nada podría ser sin espacio; sin embargo, el espacio no es algo. Antes de que el universo llegara a ser, antes del «big bang», no había un enorme espacio vacío esperando ser llenado. No había espacio porque no había ninguna cosa. Sólo estaba lo No Manifestado, el Uno. Cuando el Uno se convirtió en «las diez mil cosas», el espacio pareció presentarse repentinamente permitiendo la existencia de la multiplicidad. ¿De dónde vino? ¿Fue creado por Dios para acomodar el universo? Por supuesto que no. El espacio no es algo, de modo que nunca fue creado.
Sal a pasear una noche clara y echa una mirada al cielo. Los miles de estrellas que ves a simple vista no son más que una fracción infinitesimal de lo que hay ahí fuera. Los telescopios más potentes ya han conseguido detectar mil millones de galaxias, y cada una de ellas es un «universo aislado» que contiene miles de millones de estrellas. Sin embargo, aún es más imponente la infinitud del espacio mismo, la profundidad y la quietud que permite ser a toda esa magnificencia. Nada podría ser más majestuoso e imponente que la inconcebible enormidad y quietud del espacio, y sin embargo, ¿qué es? Vacío, un gran vacío.” (pp. 144-145)
[La cursiva pertenece al texto.]

“Todas las adicciones surgen de una negativa inconsciente a encarar y traspasar el propio dolor. Todas las adicciones empiezan con dolor y terminan con dolor. Cualquiera que sea la sustancia que origine la adicción —alcohol, comida, drogas legales o ilegales, o una persona—, estás usando algo o a alguien para encubrir tu dolor. Por eso hay tanto dolor e infelicidad en las relaciones en cuanto pasa la primera euforia. Las relaciones mismas no son la causa del dolor y de la infelicidad, sino que sacan a la superficie el dolor y la infelicidad que ya están en ti. Todas las adicciones lo hacen. Llega un momento en que la adicción deja de funcionar y sientes el dolor con más intensidad que nunca.
Ésta es la razón por la que la mayoría de la gente siempre está intentando escapar del momento presente y buscar la salvación en el futuro. Si concentrasen su atención en el ahora, lo primero que encontrarían sería su propio dolor, y eso es lo que más temen.” (p. 155)
[La cursiva pertenece al texto.]

jueves, 21 de enero de 2016

Mahi Binebine
LOS CABALLOS DE DIOS
Madrid, 2015, Alfaguara.



“Alto y flaco, feo a más no poder (y los dientes que le faltaban no remediaban la situación), Jalil nos miraba siempre por encima del hombro. El hecho de que su familia se hubiera despeñado de la ciudad a las chabolas le concedía un ascendiente sobre nosotros: no había nacido pobre, o al menos eso aseguraba. En cualquier caso, no perdía ocasión de jactarse de ello. No obstante, debía de ser más desdichado que la mayoría de granujas de la zona. Nacer entre el barro es más tolerable que verse en él sin remedio ya con cierta edad. E incluso aunque exagerase su pasado muelle era indudable que tuvo que padecer esa caída. Las callejas más sórdidas de la medina valen mucho más que nuestro poblado de chabolas.” (pp. 48-49)

“El milagro de Sidi Moumen es la peculiar facilidad con que se adaptan al lugar los recién llegados. Ya vengan de los campos resecos o de las metrópolis voraces, expulsados por un poder ciego y unos pudientes como sanguijuelas, se meten en el molde de una derrota resignada, se acostumbran a la mugre, echan por la borda la dignidad, aprenden el arte de la chapuza y a remendar la existencia. En cuanto acaban el nido, se acurrucan dentro, se agazapan y parece que siempre han estado ahí, que nunca hicieron nada que no fuera alimentar la miseria que ahí reina. Forman parte de ese escenario igual que la montaña de basura y los refugios provisionales hechos con barro y escupitajos, que rematan unas parabólicas como orejas gigantescas que aguzan el oído. Ahí están y sueñan. Saben que anda rondando la de la guadaña y que se mete primero con los que han dejado de soñar. Pero ellos no tienen intención de morirse. Se apiñan hombro con hombro, se apoyan. La enfermedad acecha como un cazador a su presa, la ven, la siente. La desafían. Por más que el hambre extienda sus tentáculos y oprima los cuellos hasta asfixiarlos, en Sidi Moumen no mata porque la gente comparte lo poco que tiene. Porque todos calibran mutuamente el desvalimiento común. Mañana le tocará a este. Pasado mañana a aquel otro. La rueda gira tan deprisa... Entre poco y nada solo hay migajas que la menor ráfaga se lleva consigo.“ (pp. 50-51)
Saul Bellow
LAS MEMORIAS DE MOSBY Y OTROS RELATOS
Barcelona, 1979, Destino.



“(...) que en 1947, cuando vivía en París, conoció a mucha gente original. Conoció al Comte de la Mine-Crevée, que albergó a Gary Davis, el Ciudadano del Mundo, después de haber quemado públicamente este ciudadano mundial su pasaporte. Conoció a Mr. Julián Huxley en la UNESCO. Discutió de teorías sociales con Lévy-Strauss, pero no le invitaron a cenar, pues comieron en el Musée de l'Homme. Sartre se negó a recibirle; creía que todos los norteamericanos, exceptuando a los negros, eran agentes secretos. Mosby, por su parte, sospechaba que todos los rusos que vivían en el extranjero trabajaban para la G.P.U. Sabía bien el francés, y extraordinariamente el español. El alemán lo hablaba muy bien. Pero los franceses no saben ver la originalidad en los extranjeros. Ésta es la maldición de una vieja civilización. Es un planeta más pesado. Sus mejores mentes han de duplicar su energía para vencer el campo gravitatorio de la tradición. Sólo unos pocos lograrán volar. Sí, volar para apartarse de Descartes. Salir volando de los anacronismos políticos de la izquierda, del centro y de la derecha, persistentes desde 1789. A Mosby le parecían estos franceses excesivamente banales. Por su parte, los franceses le encontraban a él flaco y tieso, bien vestido, elegante y seco, con buena piel occidental, ojos claros, nariz fuerte, hermosa boca , y con viriles arrugas. Un type sec.” (p. 209)
[La cita pertenece al relato Las memorias de Mosby. El texto presenta una errata: se refiere, incorrectamente, al pacifista Garry Davis como Gary Davis, omitiendo una erre en el nombre de pila. La cursiva pertenece al texto.]

Ignacio Aldecoa
CUENTOS
Madrid, 1977, Cátedra.



“-El mundo de tus novelas en general es un mundo amargo, opresivo, sobre el que parece flotar la fatalidad. ¿Responde esto a tu concepto de la vida?
-Un mundo amargo no tiene por qué ser opresivo. Un mundo puede ser dulce y opresivo o amargo y libre. La fatalidad gravita sobre el hombre y el hombre es libre para aceptarla o no aceptarla, de aquí su agonismo. Es claro que mis libros responden a mi concepción de la vida y de la muerte, éste es el caso de cualquier otro escritor.” (p. 34)

[La cita pertenece a la introducción de Josefina Rodríguez de Aldecoa que, a su vez, reproduce un fragmento de un artículo de la revista "Indice de artes y letras", del 1 de enero de 1960.]

“Cuando le pasaron la bota, bebió. Estaba el sol alto dando unas sombras breves y profundas en la corta de la pedrera abandonada, húmedas e íntimas en las bases de los grandes árboles, a ambas orillas de la carretera. Estaba el sol alto, rompiendo contra el azul del cielo, hacia el sur, los perfiles de las colinas anaranjadas.
El vino le agrió la boca. Miró hacia las colinas de tierra carnosa y de brillos de cuarzo. Le dolían los ojos. Tenía la frente lloviznada de sudor, y bajo los párpados inferiores, una sensación de la mojadura salina. Fumaban ya los compañeros, y el humo de los cigarros se disolvía en el aire pausadamente, como el hielo en el agua.” (p. 65)

[La cita pertenece al cuento titulado La urraca cruza la carretera.] 

“A principios de mayo el grillo sierra en lo verde el tallo de las mañanas; la lombriz enloquece buscando sus penúltimos agujeros de las noches; la cigüeña pasea los mediodías por las orillas fangosas del río haciendo melindres como una señorita. En los chopos altos se enredan vellones de nubes, y en el chaparral del monte bajo el agua estancada se encoge miedosa cuando las urracas van a beberla. La vida vuelve” (p. 71)
[La cita pertenece al cuento titulado Seguir de pobres.]

“Pedro Lloros tenía la tripa triste. Pedro Lloros comía poco, y no siempre. En el verano se alimentaba de peces y cangrejos de río, de tomates y patatas robadas, de pan mendigado, de agua de las fuentes públicas y de sueño. En el invierno de rebañar en las casas limosneras los pucheros, de algún traguillo de vino y también de sueño, que es el mejor manjar de un pobretón. Por la primavera y el otoño, sus pasos se, perdían. Pescador era bueno; ladrón, algo torpe; vago, muy vago. Odiaba a los gimnastas.
Todos los vagos del mundo odian a los gimnastas, que malgastan sus fuerzas sin saber por qué. En cambio, los amigos de Pedro Lloros se tumbaban al sol a dormitar o a rascarse, y cuando llegaba el frío se hacían encarcelar. Pedro nunca había pasado el invierno en la cárcel por miedo. Una vez le pillaron distrayendo fruta en el mercado y las vendedoras de los puestos de abastos, al verle tan triste y hambriento, le perdonaron.” (p. 201)

[La cita pertenece al cuento titulado Los bienaventurados.]
Paul Bowles
EL CIELO PROTECTOR
Barcelona, 1993, RBA.



“Había días en que apenas salía del sueño sentía el destino suspendido sobre su cabeza como una baja nube de lluvia. Eran días difíciles de vivir, no tanto por la sensación de desastre inminente del cual tenía entonces aguda conciencia, sino porque el buen funcionamiento de su sistema de presagios se alteraba totalmente. Si en días ordinarios se torcía un tobillo al salir de compras o se arañaba la tibia contra un mueble, era fácil concluir que la expedición de compras sería un fracaso por una razón o por otra, o que sería peligroso insistir. Por lo menos esos días distinguía un buen anuncio de uno malo. Pero los otros días eran traicioneros porque el sentimiento de fatalidad era tan fuerte que se convertía en una conciencia hostil que desde detrás o a su lado frustraba sus intentos de escapar a los signos nefastos y era demasiado capaz de tenderle trampas. Así, lo que a primera vista podía parecer una señal propicia, acaso no fuera más que una especie de cebo para atraerla hacia el peligro. Entonces el tobillo torcido podía pasarse por alto, pues le había ocurrido para impedirle salir cuando estallara la caldera de la calefacción y la casa se incendiara o alguien que deseaba evitar entrara a verla. Y en su vida personal, en sus relaciones con sus amigos, estas consideraciones alcanzaban proporciones monstruosas. Era capaz de pasarse la mañana entera sentada tratando de recordar los detalles de una breve escena o de una conversación para poder ensayar mentalmente todas las interpretaciones posibles de cada gesto o cada frase, de cada expresión facial o inflexión de la voz, y de sus posibles combinaciones. Dedicaba gran parte de su vida a establecer categorías de presagios. Y por eso no es de sorprender que cuando le resultaba imposible ejercer esa función por dudar de ella, su capacidad para hacer frente a las circunstancias de la vida diaria se reducía al mínimo. Era como si le acometiera una extraña parálisis. No tenía reacciones, perdía la personalidad, su mirada parecía obsesa.” (pp. 38-39)

lunes, 18 de enero de 2016


Alejo Carpentier
LOS PASOS PERDIDOS
Barcelona, 1977, Bruguera.



“No estoy aquí para pensar. No debo pensar. Ante todo sentir y ver. Y cuando de ver se pasa a mirar, se encienden raras luces y todo cobra una voz. Así, he descubierto, de pronto, en un segundo fulgurante, que existe una Danza de los Arboles. No son todos los que conocen el secreto de bailar en el viento. Pero los que poseen la gracia, organizan rondas de hojas ligeras, de ramas, de retoños, en torno a su propio tronco estremecido. Y es todo un ritmo el que se crea en las frondas; ritmo ascendente e inquieto, con encrespamientos y retornos de olas, con blancas pausas, respiros, vencimientos, que se alborozan y son torbellino, de repente, en una música prodigiosa de lo verde. Nada hay más hermoso que la danza de un macizo de bambúes en la brisa. Ninguna coreografía humana tiene la euritmia de una rama que se dibuja sobre el cielo. Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema.” (pp. 214-215)
 
“Cada tarde camino hasta los raudales y me acuesto en las piedras estremecidas por el hervor del agua metida en pasos, tragantes y socavones, hallando una suerte de alivio a mi irritación cuando me encuentro solo en ese fragor de trueno, aislado de todo por las esculturas de una espuma que bulle conservando su forma -forma que se hincha y adelgaza, según las intermitencias del empuje de la corriente, sin perder un dibujo, un volumen y una consistencia que transforma su mutación perenne y vertiginosa en objeto fresco y vivo, acariciable como el lomo de un perro, con redondez de manzana para los labios que en él se posaran.” (p. 274)
P. D. James
MUERTE DE UN FORENSE
Barcelona, 1989, Versal.



“Tanto sus acciones como sus pensamientos estaban medidos. Su rutina nunca variaba. Entró primero en el pequeño cuarto de baño junto a la puerta posterior, ante cuyo umbral estaban preparadas las botas de agua, con los rojos calcetines sobresaliendo de la caña como un par de pies amputados. Arremangándose por encima de los codos, se lavó manos y brazos con abundante agua fría, y luego, agachado, se remojó toda la cabeza. Siempre realizaba estas abluciones casi ceremoniales antes y después de cada caso. Hacía mucho tiempo que había cesado de preguntarse el porqué. Se había convertido en algo tan necesario y reconfortante como un ritual religioso, el breve lavado preliminar que era como una dedicatoria, la ablución final que constituía al mismo tiempo una tarea necesaria y una absolución, como si al enjuagar de su cuerpo el olor de su profesión pudiera también eliminarlo de sus pensamientos. El agua salpicó con fuerza el espejo; al incorporarse, buscando a tientas la toalla, vio su rostro distorsionado, la boca abierta, los ojos de hinchados párpados medio ocultos por relucientes mechones de cabello negro como el rostro de un ahogado vuelto a la superficie. La melancolía de la madrugada se apoderó de él. Pensó: «La semana que viene cumpliré cuarenta y cinco años, ¿y qué he conseguido? Esta casa, dos hijos, un matrimonio fracasado y un empleo que me asustaría perder porque es la única cosa que he sabido hacer bien.»“ (p. 13)

“El lugar desprendía una curiosa paz. Sus proporciones eran correctas, y los muebles encajaban allí donde habían sido colocados. En aquel ordenado santuario, un hombre podía tener espacio para pensar. Junto a la pared de enfrente había una cama individual, pulcramente cubierta con una manta roja y marrón. Por encima de la cama, un largo estante sostenía una lámpara de lectura, una radio, un tocadiscos, un despertador, una jarra de agua y el libro de oraciones de la Iglesia Anglicana. Ante la ventana había una mesa de trabajo, de roble, y una silla de respaldo oscilante. Sobre la mesa había un secante y una jarrita de cerámica de color marrón y azul llena de lápices y bolígrafos. Aparte de eso, los únicos muebles eran una raída butaca junto a una mesita baja, un armario de roble de doble cuerpo, a la izquierda de la puerta, y, a la derecha, un escritorio pasado de moda con tapa levadiza enrollable. El teléfono estaba sujeto a la pared. No había cuadros o espejos, nada de efectos masculinos, ningún objeto trivial sobre la mesa o en el escritorio. Todo era funcional, usado, desprovisto de adornos. Era una habitación en la que un hombre podía sentirse a gusto.” (p. 195)
Carlos Fuentes
LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE
México, 1977, Fondo de Cultura Económica.


 
“-Quizá el esnobismo sea algo más grave de lo que usted dice. Quizá no sea sino una forma de ceguera del espíritu: considerar todas las cosas en sí, sin atributos. El esnob intelectual que sólo considera la inteligencia en sí, el esnob social como usted, el esnob de la ignorancia para quien no saber nada es un signo de superioridad, el esnob físico, el de la clase que usted quiera, vacían de contenido todas las cosas. Las que ellos prefieren son buenas; las que rechazan, malas. La mitad del mundo se les muere en la indiferencia. El mundo, sin embargo, nunca es una mitad, la mitad que nosotros quisiéramos.” (p. 307)

“Dueños de la noche, porque en ella soñamos; dueños de la vida, porque sabemos que no hay sino un largo fracaso que se cumple en prepararla y gastarla para el fin; corazón de corolas, te abriste: sólo tú no necesitas hablar: todo menos la voz nos habla. No tienes memoria, porque todo vive al mismo tiempo; tus partos son tan largos como el sol, tan breves como los gajos de un reloj frutal: has aprendido a nacer a diario, para darte cuenta de tu muerte nocturna: ¿cómo entenderías una cosa sin la otra? ¿cómo entenderías a un héroe vivo? ” (pp. 454-455)
Alejo Carpentier
EL RECURSO DEL MÉTODO
Madrid, 1974, Siglo XXI.



“A las amables ampolletas de cloruro de etilo destinadas a poner como un dedo de hielo en el escote de las mujeres, sucedieron las bombas lacrimógenas, pasmoso invento, ahora estrenado por las fuerzas policiales; la caballería cargó, al azar, contra farándulas y alegorías; el chillido de los matasuegras y cornetas de cartón se transformó en gritos de atropellados y sableados, y, en pánico trastrueque de formas y de colores, fueron sustituidos los disfraces por uniformes militares. Un tornasol de pintas se neutralizó en doble gama de añil y arena. Por fulminante disposición presidencial quedaron suspendidos los carnavales y la Prisión Modelo se llenó de máscaras. Y hubo aullidos y estertores, y garrotes apretados, y fresas de dentista girando en muelas sanas, y palos y latigazos, y sexos taconeados, y hombres colgados por tobillos y muñecas, y gentes paradas durante días sobre ruedas de carretas, y mujeres desnudas, corridas a cintarazos por los corredores, despatarradas, violadas, de pechos quemados, de carnes penetradas con hierros al rojo; y hubo fusilamientos fingidos y fusilamientos de verdad, salpicaduras de sangre y plomo de máuseres en las paredes de reciente construcción, aún olientes a mezclas de albañil; y hubo defenestraciones, estrapadas, enclavamientos, y gente trasladada al Gran Estadio Olímpico donde había mejor espacio para ametrallar en masa —evitándose, así, la pérdida de tiempo que significaba la formación de pelotones y piquetes de ejecución; y hubo también aquellos que, metidos en grandes cajas rectangulares, fueron recubiertos de cemento, en tal forma que los bloques acabaron por alinearse al aire libre, a un costado de la cárcel, tan numerosos que pensaron los vecinos que se trataba de materiales de cantería destinados a futuras ampliaciones del edificio… (Y transcurrieron muchos años antes de que se llegase a saber que cada uno de esos bloques encerraba un cuerpo disfrazado y enmascarado, moldeado por la dura materia que lo envolvía —perfecta inscripción de una estructura humana dentro de un sólido).” (pp. 208-209)


sábado, 16 de enero de 2016


José Eustasio Rivera
LA VORÁGINE (III)
Madrid, 1990, Cátedra.



“Déjese de güesos, que son guiñosos. Es malo meterse en cosas de difuntos. Por eso dice la letanía: «Aquí te entierro y aquí te tapo; el diablo me yeve si un día te saco.» Ruéguele a estos señores que reclamen la güesamenta y la sepulten bajo una cruz, y verá usté que se le compone la suerte. ¡Resuelva ligero, que ya es tarde!” (p. 291)

“Esta selva sádica y virgen procura al ánimo la alucinación del peligro próximo. El vegetal es un ser sensible cuya psicología desconocemos. En estas soledades, cuando nos habla, sólo entiende su idioma el presentimiento.. Bajo su poder, los nervios del hombre se convierten en haz de cuerdas, distendidas hacia el asalto, hacia la traición, hacia la asechanza. Los sentidos humanos equivocan las facultades: el ojo siente, la espalda ve, la nariz explora, las piernas calculan y la sangre clama: ¡Huyamos, huyamos!
No obstante, es el hombre civilizado el paladín de la destrucción. Hay un valor magnífico en la epopeya de estos piratas que esclavizan a sus peones, explotan al indio y se debaten contra la selva. Atropellados por la desdicha, desde el anonimato de las ciudades, se lanzaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera a su vida estéril. Delirantes de paludismo, se despojaron de la conciencia, y, connaturalizados con cada riesgo, sin otras armas que el wínchester y el machete, sufrieron las más atroces necesidades, anhelando goces y abundancia, al rigor de las intemperies, siempre famélicos y hasta desnudos porque las ropas se les pudrían sobre la carne.
Por fin, un día, en la peña de cualquier río, alzan una choza y se llaman «amos de empresa». Teniendo a la selva por enemigo, no saben a quién combatir, y se arremeten unos a otros y se matan y se sojuzgan en los intervalos de su denuedo contra el bosque. Y es de verse en algunos lugares cómo sus huellas son semejantes a los aludes: los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el balatá desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir.” (pp. 297-298)

“Y allá van por entre la selva, con la ilusión de la libertad, llenos de risas y proyectos, adulando al guía y prometiéndole su amistad, su recuerdo, su gratitud. Lauro Coutinho ha cortado una hoja de palma y las conduce en alto, como un pendón; Souza Machado no quiere abandonar su bolón de goma, que pesa más de dieciocho kilos, con cuyo producto piensa adquirir durante dos noches las caricias de una mujer, que sea blanca y rubia y que trascienda a brandy y a rosas; el italiano Peggi habla de salir a cualquier ciudad para emplearse de cocinero en algún hotel donde abunden las sobras y las propinas; Coutinho, el mayor, quiere casarse con una moza que tenga rentas; el indio Venancio anhela dedicarse a labrar curiaras; Pedro Fajardo aspira a comprar un techo para hospedar a su madre ciega; don Clemente Silva sueña en hallar una sepultura. ¡Es la procesión de los infelices, cuyo camino parte de la miseria y llega a la muerte!” (p. 305)

“¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se dijo!” (p. 384)


jueves, 7 de enero de 2016

José Eustasio Rivera
LA VORÁGINE (II)
Madrid, 1990, Cátedra.



“-Mulata -le dije-: ¿cuál es tu tierra?
-Esta onde me hayo.
-¿Eres colombiana de nacimiento?
-Yo soy únicamente yanera, del lao de Manare. Dicen que soy craveña, pero no soy del Cravo; que pauteña, pero no soy del Pauto. ¡Yo soy de todas estas llanuras! ¡Pa qué más patria, si son tan beyas y tan dilatáas! Bien dice el dicho: ¿Onde tá tu Dios? ¡Onde te salga el sol!
-¿Y quién es tu padre? -le pregunté a Antonio.
-Mi mama sabrá.
-¡Hijo, lo importante es que hayás nacío!” (p. 129)

“Miré con asombro a Clarita como para indagar la certidumbre de cuanto estaba pasando. Era convencida creyente, que manifestaba respeto fanático. Para ahuyentar mis dudas expuso:
—¡Guá chico!, Mauco sabe de medicina. Es el que mata las gusaneras, rezándolas. Cura personas y animales.
—No sólo eso —añadió el mamarracho—. Sé muchas oraciones pa tóo. Pa topá las reses perdías, pa sacá entierros, pa hacerme invisible a los enemigos. Cuando el reclutamiento de la guerra grande me vinieron a cogé, y me les convertí en una mata de plátano. Una vez me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraron en una pieza, con doble yave; pero me volví hormiga y me picurié. Si no hubiera sío por yo, quién sabe qué nos hubiera acontecío en la gresca de anoche. Yo tuve listo pa evaporarme, cuando entraran, y taparlos a toós con mi neblina. Apenas supe que usté taba herío, le recé la oración del «sana que sana» y la hemorragia se contuvo.” (pp.145-146)

"Algo peor todavía: la selva trastorna al hombre, desarrollándole los instintos más inhumanos: la crueldad invade las almas como intrincado espino y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas convalece al cuerpo ya desfallecido, y el olor del caucho produce la locura de los millones. El peón sufre y trabaja con deseo de ser empresario que pueda salir un día a las capitales a derrochar la goma que lleva, a gozar de mujeres blancas y a emborracharse meses enteros, sostenido por la evidencia de que en los montes hay mil esclavos que dan sus vidas por procurarle esos placeres, como él lo hizo para su amo anteriormente. Sólo que la realidad anda más despacio que la ambición y el beriberi es mal amigo. En el desamparo de vegas y estradas muchos sucumben de calentura, abrazados al árbol que mana leche, pegando a la corteza sus ávidas bocas, para calmar, a falta de agua, la sed de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudren como las hojas, roídos por ratas y hormigas, únicos millones que les llegaron, al morir". (p. 245)
William Shakespeare
MACBETH
Madrid, 1981, Alianza Editorial.



“MALCOLM
Es de mí de quien hablo, pues conozco bien
todas las clases de vicio que arraigaron en mí
y que, una vez al descubierto, harán parecer
la negrura de Macbeth blanca como la nieve, y nuestro pobre Estado
como a cordero habrá de estimarlo, al compararle
con mi maldad sin límites.

MACDUFF
Ni en todas las legiones del infierno
puede haber un demonio tan abominable
como Macbeth.

MALCOLM
Admito que es hombre sanguinario
y lujurioso, lleno de avaricia, falso, pérfido,
violento, malicioso, con el olor de todo tipo de pecado
que tenga nombre; pero no, no hay fondo
para mi propia voluptuosidad: vuestras esposas, hijas,
matronas y doncellas no podrán colmar
mi pozo de lujuria; y mi deseo
derribaría todos los muros de la continencia
si hicieran frente a mi pasión. Mejor Macbeth,
que un rey así.

MACDUFF
La intemperancia que nada limita
es una tiranía de la Naturaleza. Ha sido causa
del prematuro vacío de felices tronos
y del crepúsculo de muchos reyes. Pero no temáis
el coger lo que es vuestro. Vos podréis
ejercitar vuestros placeres con variedad y plenitud,
pero mostraros frío, engañando así al mundo.
No faltan damas complacientes y no puede haber
en vos un buitre que devore tantas
como deseen entregarse ante vuestra grandeza,
al tanto ya de vuestra inclinación.

MALCOLM
Crece también
en mi naturaleza malformada
tan insaciable avaricia, que si fuera rey
suprimiría a los nobles por tener sus tierras,
desearía las joyas de éste y la casa de aquél
y cuanto más tuviese serviría tan sólo de aderezo
para que mi apetito acrecentase, e inventara así
contra los buenos y leales, disputas nada justas
y los destruiría por su riqueza.

MACDUFF
Esta avaricia
penetra más al fondo, crece con las raíces más dañinas
que las de la lujuria, efímera como el estío, y espada fue
de nuestros reyes malheridos. Pero no temáis,
Escocia es abundante como para colmar vuestro deseo
con lo que por derecho os pertenece. Son vicios soportables
al compararlos con otras virtudes.

MALCOLM
Yo ninguna tengo.
Las virtudes que a todo rey adornan,
tales como justicia, templanza, veracidad, firmeza,
bondad, perseverancia, humildad y piedad,
paciencia, devoción, fortaleza, valor,
no las conozco en absoluto. Pero abundan en mí
todas las variedades posibles en el crimen,
cuando de formas varias lo ejecuto. Si tuviera poder
vertería en el infierno la dulce leche de la conciliación,
provocaría el caos en la paz del mundo, destruyendo
el equilibrio de la tierra.” (pp. 105-107; acto cuarto, escena tercera)
José Eustasio Rivera
LA VORÁGINE (I)
Madrid, 1990, Cátedra.



“Entre tanto continuaba el silencio en las melancólicas soledades, y en mi espíritu penetraba una sensación de infinito que fluía de las constelaciones cercanas.” (p. 86)

“Y la aurora surgió ante nosotros: sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se adormecieron, y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí. Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y de todas partes, del pajonal y del espacio, del estero y de la palmera, nacía un hálito jubiloso que era vida, era acento, claridad y palpitación. Mientras tanto, en el arrebol que abría su palio inconmensurable, dardeó el primer destello solar, y, lentamente, el astro, inmenso como una cúpula, ante el asombro del toro y la fiera, rodó por las llanuras, enrojeciéndose antes de ascender al azul.
Alicia, abrazándome, llorosa y enloquecida, repetía esta plegaria: ¡Dios mío, Dios mío! ¡El sol, el sol!
Luego nosotros, prosiguiendo la marcha, nos hundimos en la inmensidad.” (p. 91)

“Fama de rendido galán gané en el ánimo de muchas mujeres, gracias a la costumbre de fingir, para que mi alma se sienta menos sola. Por todas partes fui buscando en qué distraer mi inconformidad, e iba de buena fe, anheloso de renovar mi vida y de rescatarme a la perversión: pero dondequiera que puse mi esperanza hallé lamentable vacío, embellecido por la fantasía y repudiado por el desencanto. Y así, engañándome con mi propia verdad, logré conocer todas las pasiones y sufro su hastío, y prosigo desorientado, caricatureando el ideal para sugestionarme con el pensamiento de que estoy cercano a la redención. La quimera que persigo es humana, y bien sé que de ella parten los caminos para el triunfo, para el bienestar y para el amor. Mas han pasado los días y se va marchitando mi juventud sin que mi ilusión reconozca su derrotero; y viviendo entre mujeres sencillas, no he encontrado la sencillez, ni entre las enamoradas el amor, ni la fe entre las creyentes. Mi corazón es como una roca cubierta de musgo, donde nunca falta una lágrima. ¡Hoy me ha visto usted llorar, no por flaqueza de ánimo, que bastante rencor le tengo a la vida: lloré por mis aspiraciones engañadas, por mis ensueños desvanecidos, por lo que no fui, por lo que ya no seré jamás!” (pp. 97-98)

[La edición de la que extraigo la cita recoge “engalándome” en vez de “engañándome“. Por comparación con otras ediciones he deducido que debe de tratarse de una errata.]