jueves, 21 de enero de 2016


Ignacio Aldecoa
CUENTOS
Madrid, 1977, Cátedra.



“-El mundo de tus novelas en general es un mundo amargo, opresivo, sobre el que parece flotar la fatalidad. ¿Responde esto a tu concepto de la vida?
-Un mundo amargo no tiene por qué ser opresivo. Un mundo puede ser dulce y opresivo o amargo y libre. La fatalidad gravita sobre el hombre y el hombre es libre para aceptarla o no aceptarla, de aquí su agonismo. Es claro que mis libros responden a mi concepción de la vida y de la muerte, éste es el caso de cualquier otro escritor.” (p. 34)

[La cita pertenece a la introducción de Josefina Rodríguez de Aldecoa que, a su vez, reproduce un fragmento de un artículo de la revista "Indice de artes y letras", del 1 de enero de 1960.]

“Cuando le pasaron la bota, bebió. Estaba el sol alto dando unas sombras breves y profundas en la corta de la pedrera abandonada, húmedas e íntimas en las bases de los grandes árboles, a ambas orillas de la carretera. Estaba el sol alto, rompiendo contra el azul del cielo, hacia el sur, los perfiles de las colinas anaranjadas.
El vino le agrió la boca. Miró hacia las colinas de tierra carnosa y de brillos de cuarzo. Le dolían los ojos. Tenía la frente lloviznada de sudor, y bajo los párpados inferiores, una sensación de la mojadura salina. Fumaban ya los compañeros, y el humo de los cigarros se disolvía en el aire pausadamente, como el hielo en el agua.” (p. 65)

[La cita pertenece al cuento titulado La urraca cruza la carretera.] 

“A principios de mayo el grillo sierra en lo verde el tallo de las mañanas; la lombriz enloquece buscando sus penúltimos agujeros de las noches; la cigüeña pasea los mediodías por las orillas fangosas del río haciendo melindres como una señorita. En los chopos altos se enredan vellones de nubes, y en el chaparral del monte bajo el agua estancada se encoge miedosa cuando las urracas van a beberla. La vida vuelve” (p. 71)
[La cita pertenece al cuento titulado Seguir de pobres.]

“Pedro Lloros tenía la tripa triste. Pedro Lloros comía poco, y no siempre. En el verano se alimentaba de peces y cangrejos de río, de tomates y patatas robadas, de pan mendigado, de agua de las fuentes públicas y de sueño. En el invierno de rebañar en las casas limosneras los pucheros, de algún traguillo de vino y también de sueño, que es el mejor manjar de un pobretón. Por la primavera y el otoño, sus pasos se, perdían. Pescador era bueno; ladrón, algo torpe; vago, muy vago. Odiaba a los gimnastas.
Todos los vagos del mundo odian a los gimnastas, que malgastan sus fuerzas sin saber por qué. En cambio, los amigos de Pedro Lloros se tumbaban al sol a dormitar o a rascarse, y cuando llegaba el frío se hacían encarcelar. Pedro nunca había pasado el invierno en la cárcel por miedo. Una vez le pillaron distrayendo fruta en el mercado y las vendedoras de los puestos de abastos, al verle tan triste y hambriento, le perdonaron.” (p. 201)

[La cita pertenece al cuento titulado Los bienaventurados.]