José Eustasio Rivera
LA VORÁGINE (II)
Madrid, 1990, Cátedra.
“-Mulata -le dije-: ¿cuál es tu tierra?
-Esta onde me hayo.
-¿Eres colombiana de nacimiento?
-Yo soy únicamente yanera, del lao de Manare. Dicen que soy craveña, pero no soy del Cravo; que pauteña, pero no soy del Pauto. ¡Yo soy de todas estas llanuras! ¡Pa qué más patria, si son tan beyas y tan dilatáas! Bien dice el dicho: ¿Onde tá tu Dios? ¡Onde te salga el sol!
-¿Y quién es tu padre? -le pregunté a Antonio.
-Mi mama sabrá.
-¡Hijo, lo importante es que hayás nacío!” (p. 129)
“Miré con asombro a Clarita como para indagar la certidumbre de cuanto estaba pasando. Era convencida creyente, que manifestaba respeto fanático. Para ahuyentar mis dudas expuso:
—¡Guá chico!, Mauco sabe de medicina. Es el que mata las gusaneras, rezándolas. Cura personas y animales.
—No sólo eso —añadió el mamarracho—. Sé muchas oraciones pa tóo. Pa topá las reses perdías, pa sacá entierros, pa hacerme invisible a los enemigos. Cuando el reclutamiento de la guerra grande me vinieron a cogé, y me les convertí en una mata de plátano. Una vez me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraron en una pieza, con doble yave; pero me volví hormiga y me picurié. Si no hubiera sío por yo, quién sabe qué nos hubiera acontecío en la gresca de anoche. Yo tuve listo pa evaporarme, cuando entraran, y taparlos a toós con mi neblina. Apenas supe que usté taba herío, le recé la oración del «sana que sana» y la hemorragia se contuvo.” (pp.145-146)
"Algo peor todavía: la selva trastorna al hombre, desarrollándole los instintos más inhumanos: la crueldad invade las almas como intrincado espino y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas convalece al cuerpo ya desfallecido, y el olor del caucho produce la locura de los millones. El peón sufre y trabaja con deseo de ser empresario que pueda salir un día a las capitales a derrochar la goma que lleva, a gozar de mujeres blancas y a emborracharse meses enteros, sostenido por la evidencia de que en los montes hay mil esclavos que dan sus vidas por procurarle esos placeres, como él lo hizo para su amo anteriormente. Sólo que la realidad anda más despacio que la ambición y el beriberi es mal amigo. En el desamparo de vegas y estradas muchos sucumben de calentura, abrazados al árbol que mana leche, pegando a la corteza sus ávidas bocas, para calmar, a falta de agua, la sed de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudren como las hojas, roídos por ratas y hormigas, únicos millones que les llegaron, al morir". (p. 245)
LA VORÁGINE (II)
Madrid, 1990, Cátedra.
“-Mulata -le dije-: ¿cuál es tu tierra?
-Esta onde me hayo.
-¿Eres colombiana de nacimiento?
-Yo soy únicamente yanera, del lao de Manare. Dicen que soy craveña, pero no soy del Cravo; que pauteña, pero no soy del Pauto. ¡Yo soy de todas estas llanuras! ¡Pa qué más patria, si son tan beyas y tan dilatáas! Bien dice el dicho: ¿Onde tá tu Dios? ¡Onde te salga el sol!
-¿Y quién es tu padre? -le pregunté a Antonio.
-Mi mama sabrá.
-¡Hijo, lo importante es que hayás nacío!” (p. 129)
“Miré con asombro a Clarita como para indagar la certidumbre de cuanto estaba pasando. Era convencida creyente, que manifestaba respeto fanático. Para ahuyentar mis dudas expuso:
—¡Guá chico!, Mauco sabe de medicina. Es el que mata las gusaneras, rezándolas. Cura personas y animales.
—No sólo eso —añadió el mamarracho—. Sé muchas oraciones pa tóo. Pa topá las reses perdías, pa sacá entierros, pa hacerme invisible a los enemigos. Cuando el reclutamiento de la guerra grande me vinieron a cogé, y me les convertí en una mata de plátano. Una vez me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraron en una pieza, con doble yave; pero me volví hormiga y me picurié. Si no hubiera sío por yo, quién sabe qué nos hubiera acontecío en la gresca de anoche. Yo tuve listo pa evaporarme, cuando entraran, y taparlos a toós con mi neblina. Apenas supe que usté taba herío, le recé la oración del «sana que sana» y la hemorragia se contuvo.” (pp.145-146)
"Algo peor todavía: la selva trastorna al hombre, desarrollándole los instintos más inhumanos: la crueldad invade las almas como intrincado espino y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas convalece al cuerpo ya desfallecido, y el olor del caucho produce la locura de los millones. El peón sufre y trabaja con deseo de ser empresario que pueda salir un día a las capitales a derrochar la goma que lleva, a gozar de mujeres blancas y a emborracharse meses enteros, sostenido por la evidencia de que en los montes hay mil esclavos que dan sus vidas por procurarle esos placeres, como él lo hizo para su amo anteriormente. Sólo que la realidad anda más despacio que la ambición y el beriberi es mal amigo. En el desamparo de vegas y estradas muchos sucumben de calentura, abrazados al árbol que mana leche, pegando a la corteza sus ávidas bocas, para calmar, a falta de agua, la sed de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudren como las hojas, roídos por ratas y hormigas, únicos millones que les llegaron, al morir". (p. 245)