jueves, 21 de enero de 2016

Mahi Binebine
LOS CABALLOS DE DIOS
Madrid, 2015, Alfaguara.



“Alto y flaco, feo a más no poder (y los dientes que le faltaban no remediaban la situación), Jalil nos miraba siempre por encima del hombro. El hecho de que su familia se hubiera despeñado de la ciudad a las chabolas le concedía un ascendiente sobre nosotros: no había nacido pobre, o al menos eso aseguraba. En cualquier caso, no perdía ocasión de jactarse de ello. No obstante, debía de ser más desdichado que la mayoría de granujas de la zona. Nacer entre el barro es más tolerable que verse en él sin remedio ya con cierta edad. E incluso aunque exagerase su pasado muelle era indudable que tuvo que padecer esa caída. Las callejas más sórdidas de la medina valen mucho más que nuestro poblado de chabolas.” (pp. 48-49)

“El milagro de Sidi Moumen es la peculiar facilidad con que se adaptan al lugar los recién llegados. Ya vengan de los campos resecos o de las metrópolis voraces, expulsados por un poder ciego y unos pudientes como sanguijuelas, se meten en el molde de una derrota resignada, se acostumbran a la mugre, echan por la borda la dignidad, aprenden el arte de la chapuza y a remendar la existencia. En cuanto acaban el nido, se acurrucan dentro, se agazapan y parece que siempre han estado ahí, que nunca hicieron nada que no fuera alimentar la miseria que ahí reina. Forman parte de ese escenario igual que la montaña de basura y los refugios provisionales hechos con barro y escupitajos, que rematan unas parabólicas como orejas gigantescas que aguzan el oído. Ahí están y sueñan. Saben que anda rondando la de la guadaña y que se mete primero con los que han dejado de soñar. Pero ellos no tienen intención de morirse. Se apiñan hombro con hombro, se apoyan. La enfermedad acecha como un cazador a su presa, la ven, la siente. La desafían. Por más que el hambre extienda sus tentáculos y oprima los cuellos hasta asfixiarlos, en Sidi Moumen no mata porque la gente comparte lo poco que tiene. Porque todos calibran mutuamente el desvalimiento común. Mañana le tocará a este. Pasado mañana a aquel otro. La rueda gira tan deprisa... Entre poco y nada solo hay migajas que la menor ráfaga se lleva consigo.“ (pp. 50-51)