Wade Davis
EL RÍO: exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica (II)
Valencia, 2005, Pre-Textos.
“A través de dos hileras se acercó para arrancar una flor de la rama delgada de otro de sus borracheros. La flor, con forma de trompeta, medía unos treinta centímetros.
—Huelan —dijo, y nos puso en contacto con un olor dulce y cargado que salía de una corola tan amplia como la cara de un niño—. El aroma aumenta todo el día hasta que al atardecer llena el ambiente. Las viejas lo ponen bajo la almohada para soñar. Que algo tan bello pueda... —dudó un poco y luego continuó diciendo—: Yo me comí una vez seis hojas de ese árbol. Me emborraché y vi todo borroso. Vi gente desconocida que se partía por la mitad y se volvía dos. Me sentí loco. Empecé a correr. Me quité la ropa y corrí desnudo por el solar, echándome encima tierra y hierbas que habían dejado unos trabajadores. Los insulté. Después empecé a besar los árboles, pensando que eran mi novia.
—Pero ¿puedes recordar?
—Sí, aunque sólo algunas cosas. Los demás me dijeron lo que había hecho —explicó—. Después salí al campo con un lazo para coger un caballo y montarlo, pero resultó que era un perro.” (p. 207)
“José Cuatrecasas era un español alocado, veterano republicano de la guerra civil, que tenía en la vida dos pasiones acendradas fuera de la botánica: odiaba a los curas y detestaba gastar dinero, en ese orden. Cierta vez que recolectaba en Mitú, un pequeño pueblo a ochocientos kilómetros al sureste de Bogotá, sobre el río Vaupés, había rechazado la invitación de los capuchinos para quedarse con ellos y se había instalado en una bella casita con techo de paja que acababan de construir como regalo de bodas para la hija de un jefe indígena local. Demasiado avaro para contratar a un indio que vigilara, dejó el secador funcionando y se fue a herborizar. Regresó un día antes del matrimonio y encontró la casa quemada por completo. Sobre las cenizas estaba el jefe cubeo.
—¡Mi casa! ¡Mi casa!
—¿Su casa? —aulló Cuatrecasas a su lado—. ¡Mis plantas! ¡Mis plantas!” (p. 239)
EL RÍO: exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica (II)
Valencia, 2005, Pre-Textos.
“A través de dos hileras se acercó para arrancar una flor de la rama delgada de otro de sus borracheros. La flor, con forma de trompeta, medía unos treinta centímetros.
—Huelan —dijo, y nos puso en contacto con un olor dulce y cargado que salía de una corola tan amplia como la cara de un niño—. El aroma aumenta todo el día hasta que al atardecer llena el ambiente. Las viejas lo ponen bajo la almohada para soñar. Que algo tan bello pueda... —dudó un poco y luego continuó diciendo—: Yo me comí una vez seis hojas de ese árbol. Me emborraché y vi todo borroso. Vi gente desconocida que se partía por la mitad y se volvía dos. Me sentí loco. Empecé a correr. Me quité la ropa y corrí desnudo por el solar, echándome encima tierra y hierbas que habían dejado unos trabajadores. Los insulté. Después empecé a besar los árboles, pensando que eran mi novia.
—Pero ¿puedes recordar?
—Sí, aunque sólo algunas cosas. Los demás me dijeron lo que había hecho —explicó—. Después salí al campo con un lazo para coger un caballo y montarlo, pero resultó que era un perro.” (p. 207)
“José Cuatrecasas era un español alocado, veterano republicano de la guerra civil, que tenía en la vida dos pasiones acendradas fuera de la botánica: odiaba a los curas y detestaba gastar dinero, en ese orden. Cierta vez que recolectaba en Mitú, un pequeño pueblo a ochocientos kilómetros al sureste de Bogotá, sobre el río Vaupés, había rechazado la invitación de los capuchinos para quedarse con ellos y se había instalado en una bella casita con techo de paja que acababan de construir como regalo de bodas para la hija de un jefe indígena local. Demasiado avaro para contratar a un indio que vigilara, dejó el secador funcionando y se fue a herborizar. Regresó un día antes del matrimonio y encontró la casa quemada por completo. Sobre las cenizas estaba el jefe cubeo.
—¡Mi casa! ¡Mi casa!
—¿Su casa? —aulló Cuatrecasas a su lado—. ¡Mis plantas! ¡Mis plantas!” (p. 239)