sábado, 7 de julio de 2018

Cixin Liu 
EL PROBLEMA DE LOS TRES CUERPOS 
Barcelona, 2016, Ediciones B. 


“A través de la ropa húmeda, el crudo invierno mongol la apresó con la intensidad de un puño gigante. Al principio oyó cómo le castañeteaban los dientes, pero más tarde aquel sonido se alejó. El frío que calaba sus huesos tiñó de blanco el mundo ante sus ojos, y Ye Wenjie sintió que el universo entero era un enorme bloque de hielo con ella dentro como único signo de vida. Era como aquella niña del cuento, a punto de morir congelada y sin una sola cerilla; solo con su imaginación.” (p. 41) 

“De vez en cuando, al terminar el turno de noche, contemplaba el cielo estrellado y me parecía ver un desierto luminoso. Entonces me sentía tan desamparada como una pobre niña a la que hubieran abandonado en mitad del desierto y pensaba en lo que hemos dicho antes: que la vida en la Tierra no es más que una casualidad entre casualidades, que el universo es un palacio vacío y la humanidad la única, minúscula hormiga que lo habita. Durante toda mi madurez, estas ideas me provocaron sentimientos contradictorios: tan pronto pensaba que la vida era un bien preciado y todo me parecía importante, como me decía que la humanidad era insignificante y nada valía la pena. Esa contradicción me acompañó un día tras otro, hasta que de repente me hice vieja.” (p. 181) 

“En una ocasión, Ye estaba haciendo el turno de noche. Momentos como ese eran los de mayor soledad. En el profundo silencio de la medianoche, el universo se revelaba a quien estuviera escuchando como una vasta desolación. Lo más tedioso para ella era ver las ondas que serpenteaban lentamente a lo largo del visor, una manifestación visual del ruido vacío de significado que el puesto de escucha recogía del espacio. Sentía que esa onda interminable era una visualización abstracta del universo: un extremo conectado con el interminable pasado y el otro con el interminable futuro; en medio, nada más que subidas y bajadas aleatorias fruto del puro azar -sin vida, sin seguir un patrón, los picos y los valles a diferentes alturas como granos de arena desiguales, toda la curva como un desierto unidimensional hecho de todos los granos de arena alineados (solitario, desolado, tan largo que resultaba intolerable). Uno podía seguirlo y avanzar o retroceder tanto como quisiera, pero nunca encontraría el final.” (pp. 282-283) 

“Lo más sorprendente del Movimiento Terrícola-trisolariano era la cantidad de personas que habían dejado de albergar la más mínima esperanza en la civilización humana; odiaban a su propia raza hasta el extremo de estar dispuestas a traicionarla, y, además, aspiraban a su completo exterminio, lo cual las incluía tanto a ellas mismas como a sus descendientes. 
   Solía decirse que era una organización de espíritus nobles. La mayoría de sus miembros provenían de familias de tradición intelectual, aunque también de las esferas política o financiera. Se había intentado reclutar a las clases más populares, pero, ante el fracaso, la Organización concluyó que la gente común carecía de la cultura y los conocimientos necesarios para desenmascarar la cara oscura de la humanidad. Asimismo (y esto era de vital importancia), al no estar sus ideas suficientemente influidas por la ciencia y la filosofía modernas, se sentían tan instintiva y poderosamente identificados con su especie que, para ellos era impensable traicionar a la raza humana en su conjunto. Las élites intelectuales, en cambio, eran distintas, y muchos de sus integrantes habían empezado a concebir el mundo desde una perspectiva alejada del hombre. La humanidad había terminado alumbrando una fuerza que, aun habiendo nacido en su mismo seno, abanderaba la desafección hacia sí misma.” (p. 329)