sábado, 7 de julio de 2018

Marvin Harris 
NUESTRA ESPECIE (I) 
Madrid, 2011, Alianza Editorial. 


“El descubrimiento de que un buen número de estudiantes universitarios son incapaces de reconocer los contornos de su propio país en un mapa mudo o de determinar de qué lado lucharon los rusos en la Primera Guerra Mundial ha suscitado acalorados debates en torno al problema de los conocimientos que cualquier persona debe poseer para ser considerada culta. Un remedio muy en boga consiste en elaborar listas definitivas de nombres, lugares, acontecimientos y obras literarias capaces, se garantiza, de sacar al inculto de su impenetrable ignorancia. Como antropólogo me preocupa tanto la promulgación de tales listas como el vacío que pretenden colmar. Redactadas fundamentalmente por historiadores y celebridades literarias, se centran en acontecimientos y logros de la civilización occidental. Además, guardan silencio sobre las grandes transformaciones biológicas que llevaron a la aparición de nuestros antepasados sobre la faz de la Tierra y dotaron a nuestra especie de una singular capacidad para las adaptaciones de base cultural. Y también guardan silencio sobre los principios evolutivos que configuraron la vida social de nuestra especie a partir del momento en que nuestros antepasados iniciaron el «despegue cultural». De hecho, por tratarse de listas son intrínsecamente incapaces de enseñar nada acerca de los procesos biológicos y culturales que condicionan nuestras vidas y enmarcan nuestro destino. O para expresarme de una forma más positiva, considero, como antropólogo, que la misión mínima de toda reforma educativa moderna consiste en impartir una perspectiva comparativa, mundial y evolutiva sobre la identidad de nuestra especie y sobre lo que podemos y no podemos esperar que nuestras culturas hagan por nosotros.” (pp. 12-13) 

“Vivimos y actuamos en contextos locales y particulares y no tenemos más elección que empezar a conocer el mundo desde dentro hacia fuera. Pero un exceso de particularismo, no poder ver el mundo desde fuera hacia dentro, constituye una forma de ignorancia que puede ser tan peligrosa como no saber las fronteras de los Estados Unidos. ¿Tiene sentido conocer la historia de unos pocos Estados, pero no saber nada de los orígenes de todos los Estados? ¿Debemos estudiar las guerras de unos cuantos países, pero no saber nada de la guerra en todos los países?” (p. 13) 

“Antiguamente, el aire era tan onmipresente y abundante que, a decir de los economistas, constituía un «bien gratuito». Con ello, ocultaban el hecho de que las industrias petroquímicas, las fábricas de automóviles y las empresas de servicios públicos estaban utilizando la atmósfera como alcantarilla, sin pagar y sin tener en cuenta los efectos que el aire impuro tendría sobre las personas que tuviesen que aspirar de él su aliento vital. De hecho, el aire dejó de ser gratuito en el momento mismo en que nuestros antepasados empezaron a producir humo como resultado de sus hogueras de cocina y calefacción. Para deshacerse del humo, tuvieron que pagar el precio de practicar agujeros en el techo y construir chimeneas y ventanas. Con la industrialización, los costes añadidos de respirar fueron reducidos al principio, comparados con los beneficios que reportaban las nuevas tecnologías basadas en los combustibles sólidos. Pero el cielo demostró pronto una capacidad limitada para absorber los productos tóxicos de origen químico y el smog se ha convertido ahora en un factor importante de la evolución cultural. Para evitarlo, pagamos con catalizadores, depuradoras de chimenea, filtros y acondicionadores del aire. Y, para alejarnos de él, pagamos construyendo casas carísimas, precariamente encaramadas en las laderas resbaladizas de los montes, o recorriendo doscientos cincuenta km diarios en nuestros viajes de ida y vuelta desde urbanizaciones relativamente libres de contaminación.” (pp. 135-136) 

“Pero, dada la probada capacidad de destruir y contaminar el cielo de ciudades pequeñas, como Denver y Salt Lake City, o grandes, como Ciudad de México y Nueva York, no se debería dar por supuesto que tener acceso al aire será un derecho de nacimiento protegido para las futuras generaciones. ¿Llegará el día en que empresas gigantes amenacen con cortar el suministro de aire a los clientes por no pagar a tiempo el recibo? Cosas más extrañas han ocurrido en el transcurso de la evolución cultural.” (p. 137)