lunes, 24 de marzo de 2025

Rafael Chirbes
CREMATORIO
Barcelona, 2017, Anagrama.



“Es de noche. En esta época del año la playa aparece oscura y silenciosa. No despiden ninguna luz las ventanas de los apartamentos que la bordean, y apenas se oye el chapoteo del mar, como si fuera de una sustancia más densa que el agua. Sólo un leve cabrilleo fosforescente permite distinguir la incierta línea de separación entre lo sólido y lo líquido, el lugar en el que las ondas alcanzan la arena. Siguiendo esa línea, en dirección al sur se encienden las líneas de la ciudad, y las que ascienden por las laderas de la montaña, que  trechos forman rosarios, se concentran o dispersan. En esta zona, quedan todavía unos pocos centenares de metros que no han sido urbanizados, y en los que la arena dibuja pequeños cordones dunares, que esta noche parecen manchas blanquecinas sobre un fondo de radiografía. El aire está en calma y sólo se oye la respiración pesada del mar, a la que se sobrepone un frotar nervioso y cercano. Surge la luna llena entre dos nubes, e ilumina la estampa, convirtiendo el paisaje en un negativo de sí mismo: la tierra un borrón oscuro, y la mancha del mar resplandeciente con un fulgor de colada de acero que ocupa la banda ancha del horizonte y se afila al borde de la arena, donde también destellan las motas e hilachas fosforescentes de las olas que se encaraman blandamente unas sobre otras. Al tiempo que aparece la luna, se levanta un soplo de aire. Como si la oscuridad lo hubiera mantenido encerrado y la luz lo liberara. Se oyen más nítidos los cercanos crujidos entre las cañas que crecen del lado de acá de las dunas. Si el observador levanta la mirada en dirección a ese ruido, descubre la silueta de un perro, y el relámpago de sus ojos como un chispazo que se apaga enseguida, en cuanto el paso de una nueva nube cubre la luna. Mar adentro vuelve a formarse la mancha espesa, como de brea, que ocupa todo el horizonte, mientras que el perfil de la costa está marcado por el reflejo anaranjado de las luces. Se ha detenido otra vez el viento, y a través de esa calma, desde el lugar en el que escarba el perro, se abre paso un olor dulzón, de vieja carroña, que impregna el aire.” (pp. 414-415)