viernes, 24 de febrero de 2012


Arthur Golden
MEMORIAS DE UNA GEISHA
Madrid, 2007, Santillana.


 “La casa en la que vivíamos en el pequeño puerto de Yoroido era una <<casita piripi>>, como la llamaba yo entonces. Estaba junto a un acantilado donde soplaba constantemente el viento del océano. De niña, pensaba que el mar estaba siempre acatarrado, porque jadeaba constantemente, salvo cuando se quedaba como sin respiración, antes de soltar uno de sus grandes estornudos –lo que equivale a decir que pronto soplaban ráfagas tremendas acompañadas de agua de mar pulverizada-. Decidí que nuestra casita se habría ofendido de que el océano le estornudara en la cara cada dos por tres y empezó a torcerse para quitarse del medio. Probablemente hubiera terminado derrumbándose de no ser porque mi padre la apuntaló con un madero que rescató de un barco de pesca naufragado. De este modo, la casa parecía un viejo borracho apoyado en una muleta.” (p. 17)

“Mi madre siempre decía que se había casado con mi padre porque ella tenía demasiada agua en su personalidad y mi padre demasiada madera en la suya. El agua mana veloz de un sitio a otro y siempre encuentra una rendija por la que salir. La madera, por su parte, se agarra fuerte a la tierra. En el caso de mi padre esto era bueno, porque era pescador, y un hombre con madera en su personalidad se encuentra cómodo en el mar. En realidad, mi padre se encontraba mejor en el mar que en cualquier otro sitio, y nunca se alejaba mucho de él. Olía a mar incluso después de lavarse.” (p. 18)