Arthur Golden
MEMORIAS DE UNA GEISHA
Madrid, 2007, Santillana.
“La casa en la que vivíamos en el
pequeño puerto de Yoroido era una <<casita
piripi>>, como la llamaba yo
entonces. Estaba junto a un acantilado donde soplaba constantemente el viento
del océano. De niña, pensaba que el mar estaba siempre acatarrado, porque
jadeaba constantemente, salvo cuando se quedaba como sin respiración, antes de
soltar uno de sus grandes estornudos –lo que equivale a decir que pronto
soplaban ráfagas tremendas acompañadas de agua de mar pulverizada-. Decidí que
nuestra casita se habría ofendido de que el océano le estornudara en la cara
cada dos por tres y empezó a torcerse para quitarse del medio. Probablemente
hubiera terminado derrumbándose de no ser porque mi padre la apuntaló con un madero
que rescató de un barco de pesca naufragado. De este modo, la casa parecía un
viejo borracho apoyado en una muleta.” (p. 17)
“Mi madre siempre decía que se
había casado con mi padre porque ella tenía demasiada agua en su personalidad y
mi padre demasiada madera en la suya. El agua mana veloz de un sitio a otro y
siempre encuentra una rendija por la que salir. La madera, por su parte, se
agarra fuerte a la tierra. En el caso de mi padre esto era bueno, porque era
pescador, y un hombre con madera en su personalidad se encuentra cómodo en el
mar. En realidad, mi padre se encontraba mejor en el mar que en cualquier otro
sitio, y nunca se alejaba mucho de él. Olía a mar incluso después de lavarse.”
(p. 18)