Julio Cortázar
RAYUELA
Madrid, 2010, Cátedra.
“-Decime cómo hace el amor Ossip
-murmuró Oliveira, apretando los labios contra los de la Maga-. Pronto que se
me sube la sangre a la cabeza, no puedo seguir así, es espantoso.
-Lo hace muy bien -dijo la Maga, mordiéndose el labio-. Muchísimo mejor que vos, y más seguido.
-Lo hace muy bien -dijo la Maga, mordiéndose el labio-. Muchísimo mejor que vos, y más seguido.
-¿Pero te retila la murta? No me
vayas a mentir. ¿Te la retila de veras?
-Muchísimo. Por todas partes, a veces demasiado. Es una sensación maravillosa.
-¿Y te hace poner con los plíneos entre las argustas?
-Muchísimo. Por todas partes, a veces demasiado. Es una sensación maravillosa.
-¿Y te hace poner con los plíneos entre las argustas?
-Sí, y después nos entretumamos
los porcios hasta que él dice basta, y yo tampoco puedo más, hay que apurarse,
comprendés. Pero eso vos no lo podés comprender, siempre te quedás en la gunfia
más chica.” (cap. 20; p. 20)
“Apenas él le amalaba el noema, a
ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en
sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se
enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo,
sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se
le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el
principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios,
consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se
entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y
paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas,
la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una
sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se
sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las
marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de
argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el
límite de las gunfias.” (cap. 68; p. 533)