miércoles, 26 de febrero de 2014

Nicholas Carr (I)
SUPERFICIALES. ¿QUÉ ESTÁ HACIENDO INTERNET CON NUESTRAS MENTES?
Madrid, 2011, Taurus.



“En algún momento de 2007, un mar de dudas se deslizó por mi infoparaíso. Empecé a ver que la Red estaba ejerciendo una influencia mucho mayor sobre mí que la que había tenido mi viejo ordenador de mesa. No era sólo que estuviera empleando tantísimo tiempo en mirar una pantalla de ordenador. No era sólo que muchos de mis hábitos y rutinas estaban transformándose mientras me acomodaba cada vez más a, y hacía dependiente de, las páginas y servicios de la Red. El modo mismo en que mi cerebro funcionaba parecía estar cambiando. Fue entonces cuando empecé a preocuparme sobre mi incapacidad para prestar atención a una sola cosa durante más de dos minutos. Al principio pensé que el problema era un síntoma de degradación mental propia de la madurez. Pero mi cerebro, comprendí, no estaba sólo disperso. Estaba hambriento. Exigía ser alimentado de la manera en que lo alimentaba la Red, y cuanto más comía, más hambre tenía. Incluso cuando estaba alejado de mi ordenador, sentía ansias de mirar mi correo, hacer clic en vínculos, googlear. Quería estar conectado. Al igual que Microsoft Word me había convertido en un procesador de textos de carne y hueso, Internet, me daba cuenta, estaba convirtiéndome en algo parecido a una máquina de procesamiento de datos de alta velocidad, un HAL humano.
   Echaba de menos mi viejo cerebro." (p. 29)
[La palabra HAL (Heuristically Programmed Algorithmic) hace referencia a “HAL 9000”, el nombre de la supercomputadora que aparece en la película “2001: una odisea del espacio”. Las cursivas pertenecen al texto.]

“La ética intelectual de una tecnología rara vez es reconocida por sus inventores. Por lo general están tan concentrados en resolver un problema particular o desenredar algunos espinosos dilemas científicos o de ingeniería, que no ven las consecuencias más amplias de su trabajo. Los usuarios de la tecnología también son generalmente ajenos a su ética. También ellos están más centrados en los beneficios prácticos que adquieren al emplear la herramienta. Nuestros antepasados no desarrollaron o utilizaron los mapas con el fin de aumentar su capacidad de pensamiento conceptual o de sacar a la luz las estructuras ocultas del mundo. Tampoco fabricaron relojes mecánicos para estimular la adopción de un modo más científico de pensar. Ésos fueron subproductos de sus tecnologías. Pero ¡menudos subproductos! En última instancia, la ética intelectual de una invención es lo que surte el efecto más profundo sobre nosotros. La ética intelectual es el mensaje que transmite una herramienta o medio a las mentes y la cultura de sus usuarios.” (p. 63)

“Leer un libro significaba practicar un proceso antinatural de pensamiento que exigía atención sostenida, ininterrumpida, a un solo objeto estático. Exigía que los lectores se situaran en lo que el T. S. Eliot de los Cuatro cuartetos llamaba «punto de quietud en un mundo que gira». Tuvieron que entrenar su cerebro para que hiciese caso omiso de todo cuanto sucedía a su alrededor, resistir la tentación de permitir que su enfoque pasara de una sensación sensorial a otra. Tuvieron que forjar o reforzar los enlaces neuronales necesarios para contrarrestar su distracción instintiva, aplicando un mayor «control de arriba abajo» sobre su atención.” (p. 85)

“En los tranquilos espacios abiertos por la lectura prolongada, sin distracciones, de un libro, la gente hace sus propias asociaciones, saca sus propias inferencias y analogías, desarrolla sus propias ideas. Piensa profundamente porque lee profundamente.” (p. 85)