sábado, 1 de febrero de 2014

Santiago Ramón y Cajal (IV)
REGLAS Y CONSEJOS SOBRE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA
LOS TÓNICOS DE LA VOLUNTAD

Madrid, 2007, Espasa Calpe.


 
“Hoy nos preocupamos de la autonomía universitaria. Está bien. Mas si cada profesor no mejora su aptitud técnica y su disciplina mental, si los centros docentes carecen del heroísmo necesario para resistir las opresoras garras del caciquismo y favoritismo extra e intrauniversitario, si cada maestro considera a sus hijos intelectuales como insuperables arquetipos del talento y de la idoneidad, la flamante autonomía rendirá, poco más o menos, los mismos frutos que el régimen actual. ¿De qué servirá emancipar a los profesores de la tutela del Estado, si éstos no tratan antes de emanciparse de sí mismos, es decir, de sobreponerse a sus miserias éticas y culturales? El problema central de nuestra Universidad no es la independencia, sino la transformación radical y definitiva de la aptitud y del ideario de la comunidad docente.” (p. 161; nota a pie de página)

“Además, en cada período nuestros hombres de ciencia fueron escasos, y los genios, como las cumbres más elevadas, surgen solamente en las cordilleras. Para producir un Galileo o un Newton es preciso una legión de investigadores estimables.” (p. 163)

“La causa culminante de nuestro retardo cultural no es otra que el enquistamiento espiritual de la Península. A la manera de un tumor, el talento hispano desarrollóse, viciosa y monolateralmente, nutriéndose de la pobre savia nacional. La frase «Santiago, cierra España», citada por Bunge (que le da un sentido erróneo, sin duda por imperfecto conocimiento del castellano), no fue sólo el grito de combate de nuestros guerreros, sino la divisa de nuestros sabios. Cerramos las fronteras para que no se infiltrase el espíritu de Europa, y Europa se vengó alzando sobre los Pirineos una barrera moral mucho más alta: la muralla del desprecio. Desde fines del siglo XVII, nuestros sabios, nuestros filósofos, nuestros literatos, dejaron casi enteramente de ser leídos y citados. 
  Como consecuencia de esta segregación intelectual, no prendió apenas en España la semilla del Renacimiento, según nota oportunamente Federico de Onís. Los inyectores de la savia nueva, tales como Lebrija, el Brocense, Pedro Ciruelo y otros, fueron perseguidos. Y no digamos nada de Servet y del Dr. F. Sánchez, el precursor del cartesianismo y del agnosticismo moderno, porque ambos tuvieron que expatriarse para escribir. El terror a lo nuevo, a lo extranjero, obsesionaba a nuestros claustros profesorales, más inquisidores que la Inquisición misma, que recelaban no sólo de las Ciencias Naturales, sino hasta de las inofensivas Filología, Gramática e Historia. Y semejante estado de espíritu perduró muchos años, según revelan los escritos de Villarroel y los más modernos de Feijoo, Campomanes y Jovellanos.” (pp. 182-183)
[Las cursivas pertenecen al texto.]
 

“Hemos vivido, pues, durante siglos, recluidos en nuestra concha, dando vueltas a la noria del aristotelismo y del escolasticismo, y desinteresados y desdeñosos (con excepción de pocos paréntesis) del poderoso movimiento crítico y revisionista que impulsó en Europa a las ciencias y las artes.” (p. 185)