Susan Sontag
ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS (II)
Madrid, 2003, Alfaguara.
“En el centro de las esperanzas y de la sensibilidad ética modernas está la convicción deque la guerra, aunque inevitable, es una aberración. De que la paz, si bien inalcanzable, es la norma. Desde luego, no es así como se ha considerado la guerra a lo largo de la historia. La guerra ha sido la norma, y la paz, la excepción.” (p. 87)
“La historiadora alemana Barbara Duden ha recordado que cuando impartía clase sobre la historia de la representación corporal en una gran universidad estatal de Estados Unidos hace algunos años, ni uno solo de sus veinte alumnos logró identificar el tema de ninguna de las pinturas canónicas de la Flagelación que les mostraba en diapositivas. («Creo que es una imagen religiosa», aventuró alguno). Sólo podía confiar en que la única imagen canónica de Jesús que la mayoría de los estudiantes sería capaz de identificar era la Crucifixión.” (p. 94)
“En la actualidad los pueblos que han sido víctimas quieren un museo de la memoria, un templo que albergue una narración completa, organizada cronológicamente e ilustrada de sus sufrimientos. Los armenios, por ejemplo, han reclamado durante mucho tiempo un museo en Washington que dé carácter institucional a la memoria del genocidio del pueblo armenio que perpetraron los turcos otomanos. Pero ¿por qué aún no existe, en la capital de la nación, que es una ciudad de abrumadora mayoría afroamericana, un Museo de la Historia de la Esclavitud? En efecto, no hay un Museo de la Historia de la Esclavitud —toda la historia, desde el comercio de esclavos en la propia África— en ningún sitio de Estados Unidos. Al parecer es un recuerdo cuya activación y creación son demasiado peligrosas para la estabilidad social. El Museo Conmemorativo del Holocausto y el previsto Museo y Monumento al Genocidio Armenio están dedicados a lo que no sucedió en Estados Unidos, así, la obra de la memoria no corre el riesgo de concitar una resentida población nacional contra la autoridad. Contar con un museo que haga la crónica del colosal crimen de la esclavitud africana en Estados Unidos de América sería reconocer que el mal se encontraba aquí. Los estadounidenses prefieren imaginar el mal que se encontraba allá, y del cual Estados Unidos —una nación única, sin dirigentes de probada malevolencia a lo largo de su historia— está exento. Que este país, como cualquier otro, tiene un pasado trágico no se aviene bien con la convicción fundadora, y aún todopoderosa, del carácter excepcional de Estados Unidos. El consenso nacional sobre la historia estadounidense, según el cual es una historia de progreso, constituye un nuevo marco para fotografías dolorosas: centra nuestra atención en los agravios, tanto aquí como en otros lugares, para los que Estados Unidos se tiene por solución o remedio.” (pp. 101-103)
[Las cursivas pertenecen al texto.]
ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS (II)
Madrid, 2003, Alfaguara.
“En el centro de las esperanzas y de la sensibilidad ética modernas está la convicción deque la guerra, aunque inevitable, es una aberración. De que la paz, si bien inalcanzable, es la norma. Desde luego, no es así como se ha considerado la guerra a lo largo de la historia. La guerra ha sido la norma, y la paz, la excepción.” (p. 87)
“La historiadora alemana Barbara Duden ha recordado que cuando impartía clase sobre la historia de la representación corporal en una gran universidad estatal de Estados Unidos hace algunos años, ni uno solo de sus veinte alumnos logró identificar el tema de ninguna de las pinturas canónicas de la Flagelación que les mostraba en diapositivas. («Creo que es una imagen religiosa», aventuró alguno). Sólo podía confiar en que la única imagen canónica de Jesús que la mayoría de los estudiantes sería capaz de identificar era la Crucifixión.” (p. 94)
“En la actualidad los pueblos que han sido víctimas quieren un museo de la memoria, un templo que albergue una narración completa, organizada cronológicamente e ilustrada de sus sufrimientos. Los armenios, por ejemplo, han reclamado durante mucho tiempo un museo en Washington que dé carácter institucional a la memoria del genocidio del pueblo armenio que perpetraron los turcos otomanos. Pero ¿por qué aún no existe, en la capital de la nación, que es una ciudad de abrumadora mayoría afroamericana, un Museo de la Historia de la Esclavitud? En efecto, no hay un Museo de la Historia de la Esclavitud —toda la historia, desde el comercio de esclavos en la propia África— en ningún sitio de Estados Unidos. Al parecer es un recuerdo cuya activación y creación son demasiado peligrosas para la estabilidad social. El Museo Conmemorativo del Holocausto y el previsto Museo y Monumento al Genocidio Armenio están dedicados a lo que no sucedió en Estados Unidos, así, la obra de la memoria no corre el riesgo de concitar una resentida población nacional contra la autoridad. Contar con un museo que haga la crónica del colosal crimen de la esclavitud africana en Estados Unidos de América sería reconocer que el mal se encontraba aquí. Los estadounidenses prefieren imaginar el mal que se encontraba allá, y del cual Estados Unidos —una nación única, sin dirigentes de probada malevolencia a lo largo de su historia— está exento. Que este país, como cualquier otro, tiene un pasado trágico no se aviene bien con la convicción fundadora, y aún todopoderosa, del carácter excepcional de Estados Unidos. El consenso nacional sobre la historia estadounidense, según el cual es una historia de progreso, constituye un nuevo marco para fotografías dolorosas: centra nuestra atención en los agravios, tanto aquí como en otros lugares, para los que Estados Unidos se tiene por solución o remedio.” (pp. 101-103)
[Las cursivas pertenecen al texto.]